"Banderas que ofenden… sobre rocas inútiles " PDF Imprimir E-mail
Imperio - Unión Europea
Escrito por Joaquín Mayordomo   
Domingo, 04 de Noviembre de 2012 00:00

Isla de PerejilEn la foto, vista general de la isla del Perejil; al fondo la costa española y a la derecha Gibraltar.  / Joaquín Mayordomo

A veces no se sabe cómo ni por qué, pero cada cierto tiempo los restos del Imperio Español cobran vida y entonces los exégetas del pasado proclaman que España posee todavía territorios allende los mares que agrandan su honor y su gloria. Y así se nos habla de la Isla de Perejil, del Peñón de Vélez, del Peñón de Alhucemas, de las Islas Chafarinas… Y de algún que otro cascote que, al ser tan minúsculo, ni siquiera tiene nombre.

 

He estado sentado hace unos días en la costa marroquí frente a la Isla de Perejil —justo bajo la cabina a estrenar, recién colocada en el acantilado para que, se supone, la vigilancia militar se guarezca de las inclemencias del tiempo, aunque ahora, por lo que se ve, sólo atrae a las cabras—, y he imaginado aquella “hazaña” que del 17 de julio de 2002 —“Al alba, con fuerte viento grueso de Levante”—, cuando el tándem José María Aznar-Federico Trillo consumó por “mar y aire” la reconquista del pedrusco tras su ocupación testimonial por seis soldados marroquíes. ¿Pero qué hubiera pasado si hubiesen fracasado? ¿Y si aquella mecha hubiese prendido la pólvora? ¿Cuántos muertos habría ahora que contabilizar? Mirando al peñasco, cabe preguntarse: ¿merece la pena que cada dos por tres alguien recurra a esta piedra para generar absurdos conflictos entre vecinos?

Cabina recién instalada frente a la isla de Perejil para la vigilancia. / J. M.

La verdad es que ofende que, en un lugar tan inútil, a poco más de 200 metros de la costa de Marruecos, alguien se empeñe en colocar otra bandera que no sea la del país más cercano; la que, por lógica y dados los tiempos que corren, debería ondear. ¿Por qué no se es generoso y se le regala esta roca caliza, en la que no sobreviven ni los jaramagos, a este pueblo soberano, amigo, ante el que siempre se está alardeando de que “somos hermanos”? Miren la foto si no, y atrévanse a hacer alegaciones para que no sea así. ¿Merece la pena gastar tiempo y dinero en vigilar, perseguir e impedir que alguien se acerque a este enclave?

Pero vayamos más lejos: a Alhucemas. Allí hay dos islitas —Isla de Mar e Isla de Tierra, dos pequeños pedruscos más bien—, que se sabe que son españolas porque sobre ellas se ve ondear la bandera rojigualda. Están a escasos 100 metros de la costa; incluso se puede acceder a la primera de ellas desde la playa de Sfiha sin necesidad de nadar, si la marea está baja.

Peñón de Alhucemas. / J. M.

En la playa hay un retén permanente de soldados; un destacamento del ejército marroquí que vigila día y noche para que nadie ose acercarse a estos islotes, cómo cuando los subsaharianos descubrieron, a finales de agosto pasado, que “si esto era España también”, no tenían porqué tomar la patera para llegar a la Península. De modo que ahora es el ejército marroquí el que “guarda” los territorios de la España ultramar. ¿Quién paga el gasto que esta vigilancia genera?

Y unos cientos de metros más allá, redondo y minúsculo, reluce en medio de la bahía el Peñón de Alhucemas. Allí está plantado como barco varado para la eternidad. Este sí tiene destacamento militar español permanente (no más de 30 soldados), distintas construcciones, y, por supuesto, bandera. Pero a los marroquíes que viven en la zona debe resultarles, no sólo extraño, sino ridículo e incomprensible… que un puñado de rocas inútiles, que rozan prácticamente las playas de una de sus ciudades más importantes, pertenezcan a otro país; máxime cuando ya no tienen ninguna utilidad.

Isla de Tierra (Alhucemas). / J .M.

Otro de los absurdos misterios de este enredo político-histórico, o cómo quiera llamarse, y que algún día habrá que resolver, es el del Peñón de Vélez. Está situado a unos 40 kilómetros de Alhucemas, pegado a la costa marroquí por una lengua de arena desde el año 1930 —¡la frontera es ahora una cuerda colocada al azar sobre la playa!—, en el entorno de un paraje catalogado como Parque Nacional. La roca, de 87 metros de alta sobre el nivel del mar, aparece escondida tras el acantilado, en el entorno de un territorio bastante agreste e inaccesible. Las tres decenas de soldados que la custodian deben de comerse las uñas al ver que no pueden saltar esa cuerda y darse una vuelta por la tierra marroquí para estirar las piernas o tomarse un té a la menta. En cambio, los marroquíes de la aldea que se asienta en la playa repasan sus arreos de pesca tan tranquilos y ajenos a los españoles que “esconde” el peñón; salen a faenar y miran absortos a esa bandera española que ondea día y noche, sin encontrarle sentido al tinglado que España mantiene montado allí. ¿Para qué quieren los españoles el Peñón de Vélez?

Peñón de Vélez de la Gomera. / J. M.

 

Sin duda son restos ya rancios del pasado. En algún momento, el reloj de la historia debió de pararse y nadie tuvo después la cintura política imprescindible como para poner fin a esta situación anacrónica. Ahí se han quedado los cuatro pedruscos que jalonan las costas marroquíes, y que a unos —a los españoles— no les producen más que disgustos, gastos inútiles, quebrantos políticos y una pérdida continua de tiempo y energía, al tener que intentar cada poco recomponer las relaciones bilaterales con los marroquíes. A los marroquíes —sobre todo a los que viven en la zona y ven ondear las banderas españolas—, las rocas no les generan más que rechazo hacia “lo español” mientras, probablemente, sienten cierta impotencia por una “descolonización aún no concluida”. Más de uno, seguro que vive este estado de cosas como una humillación.

Es verdad que las relaciones humanas o entre países son sumamente difíciles; y las políticas más, desde luego. Pero algo habría que hacer para superar este anacronismo que, de verdad, cuando uno observa el paisaje y se fija en los absurdos pedruscos… si no fuera porque el asunto es asunto de Estado, y por tanto muy serio, no cabría otra postura que la de troncharse de risa. Desde 2002, desde “lo del Perejil”, los españoles que custodian estas rocas no mantienen relación alguna con los marroquíes, sus vecinos; vecinos a los que ven, incluso, guiñarles el ojo o hacerles señas. ¿Puede haber situación más absurda? Pues a ver si alguien la arregla.

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Fuente: Cuarto Poder