Emiliano Zapata, el campesino de la revolución agrarista mexicana de la década del 10 del siglo XX, enarboló su bandera con la frase “Tierra y Libertad”. Zapata no podía entender el concepto filosófico de “Libertad” sino como algo que liberaba al campesino mexicano de la explotación inmisericorde de los terratenientes y los curas cristeros que los legitimaban. Zapata fue un hombre íntegro dentro de su analfabetismo que sentía con gran dolor; su ejército de campesinos fue disciplinado y claro en sus objetivos en la lucha por la tierra.

Las luchas del campesinado por la tierra no han finalizado, siguen siendo un propósito social del mismo. En Colombia, el campesinado ha tenido similar historia a la de sus similares del mundo ya no solo de nuestra América a donde el invasor llegó a arrebatar sus tierras y liquidar su sociedad.

El despojo de las tierras en las últimas décadas, por parte de los terratenientes fundadores del paramilitarismo y de los otros grupos armados, ha producido una generación de campesinos desplazados, asesinados, lisiados de por vida, traumatizados psicológicamente por semejante barbarie en su contra.

Se intenta, ahora, restituirles sus tierras aunque nunca se les pueda restituir vidas, honra y dignidad. La restitución es una obligación del Estado que fue inepto en defenderles la vida, honra y bienes como prescribe la norma constitucional. Sin embargo, esa restitución tiene que ir acompañada de la garantía del nunca más repetir esa historia.

Si la restitución no va acompañada de la seguridad, volverá otra era trágica; la ley de la concentración de la riqueza y su acumulación en pocas manos debe impedirse mediante la organización de las familias campesinas. Esa organización no puede ser otra que la de establecer estructuras asociativas, colectivas, de producción, distribución y consumo; al mismo tiempo de vigilancia y seguridad de la comunidad. Si se vuelve a una restitución familiar e individual, como ha sido la tenencia de la tierra a través de diversas “reformas agrarias” pasadas, el fenómeno se repetirá indefectiblemente: el campesinado seguirá siendo la víctima de una sociedad de violencia y escarnio social.

La agricultura campesina debe tener como objetivo el autosostenimiento del grupo social vinculado a la producción; esa producción ha de ser ecológica a fin de impedir el envenenamiento de los productos mediante los agroquímicos que los grandes monopolios internacionales de la llamada “revolución verde” han venido suministrando en la búsqueda de la ganancia capitalista.

El campesinado, organizado, vigilante, productivo y socialmente unido en la producción agropecuario ecológica, podrá superar siglos de miseria y sufrimiento; una producción sana, libre de toda contaminación no solo garantizará la salud de los mismos productores sino de la población colombiana, receptora del producto agrícola del campesinado organizado en esa forma.

La misma organización productiva del campesinado es piso fundamental del aprovechamiento tanto de los recursos naturales como la instrucción tecnológica necesaria para una elevada productividad, mercadeo y consumo de los productos agropecuarios. Las diversas organizaciones tanto campesinas como populares, incluyendo a todos los trabajadores del país, puede constituir esa garantía de seguridad y desarrollo tanto económico, como social y cultural de nuestro pueblo en una era de prosperidad hacia el futuro. Aquí ya el concepto de Libertad cambia de contenido: es el resultado de la consciencia de su situación económica, social, ideológica y política y la voluntad de transformación en todos los órdenes de la vida. Se iniciaría una etapa histórica que trascendería la actual de desigualdad e injusticia.

En el Colectivismo Económico Consciente ya la hemos iniciado.

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En las fotos, Emiliano Zapata y campesinos colombianos despojados de sus tierras exigen  su devolución

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Fuente: Escuela ideológica