My Lai, 45 años PDF Imprimir E-mail
Imperio - Las Guerras USA
Escrito por Óscar Bellot   
Lunes, 18 de Marzo de 2013 00:00
Los espectros de My Lai
- Tropas de EE UU desencadenaron una orgía de sangre en esta aldea vietnamita hace 45 años
- Medio millar de personas perecieron en una acción que acabó con un único condenado

Toda guerra es pródiga en horrores impensables antes de desatarse los truenos del combate. El descenso a los infiernos de los soldados ha arrojado páginas inefables de la historia. Despojados de sus valores éticos mientras a su alrededor se sucede una espiral de violencia sin sentido, jóvenes que antes de partir para el frente repartían sonrisas y cariño a sus familiares se transmutan en frías máquinas de matar que ejecutan órdenes sin tiempo para preguntarse sobre la moralidad de las mismas.

 

Pero cuando el enemigo es dibujado como la encarnación del mismísimo diablo y a su mano se debe la muerte de amigos forjados bajo el silbido de las balas la sucesión de atrocidades puede alcanzar cotas inimaginables. Así ocurrió en Vietnam, el conflicto desatado a miles de kilómetros del territorio estadounidense y que terminó convirtiéndose en la peor pesadilla de la que por entonces era una de las dos potencias que rivalizaban por el control del mundo. Pero muy especialmente de los habitantes de los pueblos y aldeas de ese país de Indochina atrapado en el tablero geopolítico de la Guerra Fría y que vivieron, tal día como hoy, hace 45 años, uno de los episodios más oscuros que se recuerdan, la masacre de My Lai.

La orgía de sangre se desarrolló en la mañana del 16 de marzo de 1968. Más de un centenar de soldados pertenecientes a la Compañía Charlie I, encuadrada dentro del Batallón de la 20ª División de Infantería estadounidense que dirigía el capitán Ernest Medina, saltaban de los helicópteros que les habían trasladado hasta Son My, una región con cuatro aldeas, una de ellas la que daría nombre a los horrorosos acontecimientos vividos en ella. Los mandos habían ordenado la operación en un intento de acabar con el 48 batallón del Vietcong, la guerrilla comunista que les tenía contra las cuerdas y que se sospechaba que tenía allí su base de abastecimiento. Mas no encontrarían rastro de la misma. Poco importaría.

Al frente de las tropas asignadas a la zona de My Lai estaba el teniente William Calley, que acabaría convirtiéndose en el único condenado por la matanza. Puesto apenas el pie en tierra, los soldados comenzaron a descargar sus armas contra mujeres, niños y animales. "¡Tudi maus, tudi maus!", gritaban los militares para animar a salir de sus chozas a los habitantes del poblado. Cuando no obtenían respuesta a sus demandas, arrojaban sus granadas contra las viviendas. Había madres que corrían despavoridas con sus hijos en brazos. También ancianos que a duras penas podían caminar. Blancos fáciles sobre los que vaciar sus armas. Las ejecuciones se sucedían sin control. También las violaciones de madres e hijas. Un grupo de medio centenar de vietnamitas fue reunido en una zanja de irrigación. Poco tardaría el teniente Calley en ordenar a sus hombres que acabasen con sus vidas. Algunos se resistían mientras los concentrados trataban de escudarse bajo los cuerpos de sus vecinos en un intento infructuoso de escapar a su fatal destino. Los cadáveres se apilaban unos sobre otros.

Poco después de las 11.00 horas, el teniente coronel Barker, atendiendo a los informes recibidos sobre la masacre desencadenada, ordenaba a la Compañía Charlie I que cesase el fuego. Habían transcurrido cuatro horas, un lapso de tiempo en el que habían perecido unos 500 vietnamitas. Apenas si se contaba una veintena de supervivientes. El coste para las tropas estadounidenses fue un soldado herido después de que éste se disparase accidentalmente en el pie. La operación sirvió para incautar tres armas al enemigo. Pero claro, éste era el 'demonio'.

Manto de silencio

Sobre lo ocurrido se extendió inmediatamente un manto de silencio. Sólo se dio cuenta de la muerte de 120 personas. Tuvo que transcurrir más de un año para que el periodista Seymour M. Hersh desvelase al mundo lo ocurrido. Su relato quedaría complementado por las fotografías tomadas por Ron Haeberle y publicadas por la revista 'Life'. El material reforzaba los argumentos de quienes se oponían a un conflicto que se había cobrado la vida de miles de soldados estadounidenses.

Se abrió una investigación que desembocó en una única condena, la del teniente Calley. Le sentenciaron a cadena perpetua, pero el presidente Richard Nixon conmutó dicha pena por la de tres años de arresto domiciliario. Argumentó siempre que él se limitó a cumplir órdenes. Si así fue, quienes las emitieron salieron indemnes. De su posible responsabilidad apenas si resuena un murmullo lejano. Pero donde las voces de los espectros nunca se apagarán es en la zona bañada de sangre aquella mañana del 16 de marzo de 1968, donde hoy se erige un museo destinado a recordar para siempre uno de tantos actos de barbarie perpetrados en el sudeste asiático.

 

45 años después de My Lai, los sobrevivientes de la masacre  todavía lloran a una generación perdida

 

Pham Thanh Cong se inclina hacia delante, con sus 55 años de edad, frente a un mosaico de cicatrices y abolladuras, y explica lo que está mal en My Khe, su aldea. Familias vietnamitas  que conviven alrededor de una estructura de tres generaciones, Cong dice: "Los padres trabajan los campos, mientras los abuelos cuidan de los niños. Con el tiempo, los niños se convertirán en cuidadores de los abuelos. Con el tiempo, las generaciones cambian y el ciclo se repetirá. Las familias han sido así desde que había familias en Vietnam".

 

No hay mucho que es excepcional en este caserío. Los agricultores con sus sombreros cónicos a agachados sobre los arrozales parecen niños mientras atienden a las vacas y alos búfalos que pastan en los campos de hierba '. Las familias, a veces, de hasta cuatro personas, el equilibrio en los ciclomotores, ya que hacen su camino a lo largo de mi camino solo de Khe. Es difícil imaginar que este lugar de otra manera.

 

Sin embargo, el 16 de marzo, de hace 45 años, los acontecimientos que se iban a suceder aquí revolvieron la conciencia del mundo. Cuarenta y cinco años atrás, el Ejército de los EE.UU. no tenía un nombre para My Khe. Simplemente lo llamó por el nombre de su vecino: My Lai.

 

Yo había estado trabajando como reportero en Vietnam por sólo seis meses. Cuando viajé por primera vez a Khe, el  último encargo del Times de Saigón. Fue allí donde conocí a Cong y donde escuché por primera vez su historia. El mes pasado, regresé. Yo quería hablar con Cong de nuevo, y cona otros, para entender cómo sus vidas aún siguen marcadas por lo que pasó allí.

 

Todavía hay supervivientes de aquel día 03 1968 viven en My Khe y sus aldeas circundantes. Todavía recuerdo que era una mañana tranquila cuando llegaron los estadounidenses. Nguyen Hong Tuu sonríe mientras me cuenta cómo, a la edad de 12 años, estaba ayudando a recoger la comida para el desayuno con su familia cuando el fuego de artillería comenzó. Pham Thi Thuan, que entonces contaba con 30 años, daba de comer a sus vacas cuando un sonido familiar le anunció la llegada de los soldados. Incluso ahora, una sombra cae sobre su cara mientras en ella se describe cómo la artillería, allí mismo, había matado a su marido dos años antes, dejando a Thuan para cuidar de su arroz y  de dos niñas, de edades comprendidas entre 3 y 1 año. Cong recuerda cómo, a los 11 años, ayudaba a su madre a preparar la comida mientras su padre trabajaba en el campo, recogiendo su cosecha.

 

No hubo pánico. Vietnam del Sur y las tropas estadounidenses habían estado en la aldea antes. Aún así, Tuu recuerda a su padre cada vez que se trata el tema. Estaba seguro de que las tropas vietnamitas del sur venían y que iban a matar al ganado de la familia y le reclutaría en el ejército. Juntos, Tuu y su padre  reunieron qué animales podían y ser conducidos a un pueblo vecino y esconderlos. Mientras se abrían camino de regreso a la aldea, Tuu podía ver el primero de los helicópteros  americanos. Su padre tuvo que explicar lo que era. Tuu nunca volvería a ver a su familia unida de nuevo.

 

Simon Speakman Cordall es un periodista británico que trabajaba en Ho Chi Minh City, Vietnam.

 


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Fuentes: El Norte de Castilla y Washington Post