Carrillo PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Manuel Martinez Llaneza   
Viernes, 21 de Septiembre de 2012 00:00

Carrillo y Juan CarlosTenía casualmente ayer reunión de agrupación y al llegar me informaron de la muerte de Carrillo. Un camarada propuso guardar un minuto de silencio y yo dije que no me importaba estar un minuto callado, pero que, si el significado era de homenaje, me saldría del local. Casi unánimemente se apoyó mi postura y no hubo minuto de silencio.


No soy una persona dura ni rencorosa, no dejo de apreciar algunos de los méritos de Santiago y mis relaciones con sus dos hijos mayores han sido razonablemente buenas. No me alegro de su muerte, pero no estoy de acuerdo con la jeremiada que se está montando, como se montó con Fraga, y no me parece que el Partido le deba un homenaje.

 


Puedo disculparle muchas cosas que considero errores porque no creo que un dirigente pueda ser infalible. Las discrepancias políticas pueden ser compatibles con el respeto e incluso la admiración, pero la arrogancia y altanería autosuficientes que aplicó a la destrucción del Partido son imperdonables. Fue un aprendiz de brujo trágico; quiso sacudirse a la vieja guardia estalinista -no demasiado competente, es verdad- azuzando a los jóvenes cachorros -Pilar Brabo, Tejero, Charly (ved su artículo ayer en El País) y la banda de modernos de Bandera Roja- y vinieron, no hablo siquiera de los pactos de la Moncloa, el cobarde abandono del leninismo en Nueva York, la bárbara manipulación del IX Congreso, la presión a CCOO para que decretara la sindicación amarilla de profesionales y, ante las resistencias, la territorialización (aún estoy esperando la cita para la segunda reunión que tenía comprometida con el Comité de profesionales cuando le dijimos en la primera todos los sectores que estábamos en desacuerdo). Como a todo aprendiz de brujo, le crecieron los enanos y cuando vio que aquéllos a los que había encumbrado le pedían los réditos (Tejero dijo en una reunión que él no seguía en el Partido si no se hacía una política de conciliación porque en caso contrario él se quedaría sin puesto después de todo lo que había luchado), intentó dar otro viraje en sentido opuesto. El tirano loco que muere matando.


Estoy convencido de que estaba tan ensoberbecido por sus buenas relaciones con la derecha que creyó que todo ello era producto de su inteligencia y capacidad política y tal vez creyó sinceramente que iba a llevarnos al socialismo discutiendo y dando doctrina en las Cortes. No sabía lo elemental: que lo escuchaban porque tenía detrás al PCE y a CCOO. Cuando los destruyó también dejó de hacer falta él; Roma no paga a los traidores, pero lesda una tertulia si hablan buen latín.


Yo cito mucho un huapango dialéctico: Con mi caballo retinto/he venido de muy lejos/ y traigo pistola al cinto/ y con ella doy consejos. Carrillo no supo que sin la pistola (el partido y el sindicato detrás) sólo se dan consejos en la SER. Pero, para aprenderlo, nos desarmó a todos. En su descargo sólo cabe decir que lo ayudaron muchos oportunistas sin sentido de la oportunidad.