Pararse a pensar PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Francisco Pereña   
Miércoles, 13 de Julio de 2016 04:33

La resaca del 26-J me ha pillado fuera de España. Un alivio. Me preguntan: ¿cómo es posible que un partido tan escandalosamente corrupto como el PP haya podido ser el partido más votado en España?, ¿cómo es posible que un partido emergente como Podemos en alianza con IU haya perdido más de un millón de votos? Son las mismas preguntas que supongo se están haciendo en España. Ambas preguntas están vinculadas.

 

Se puede argüir que en este país la derecha más alejada del franquismo no prospera por el miedo atávico tan propio del franquismo, a la vez que muchos votantes de IU puede que no hayan votado la coalición y que otros, desconcertados por una campaña errática y sin posiciones claras, hayan desertado del voto. Pero decía que ambas preguntas están vinculadas. No hace falta recurrir a Hobbes para asociar política y miedo. La política usa el futuro y el futuro siempre opera como amenaza. De todos modos, el llamado régimen del 78, el de la Transición que inaugura la democracia en España, fue un régimen nacido del miedo, hasta el punto de que el franquismo desapareció de la memoria de los españoles. Existió la guerra civil pero no el franquismo, los años duros del franquismo, la dictadura y el tipo de sociedad apocada y servil que creó. Ese olvido constituyente instaló este tipo de sociedad residual e hizo de la mentira un discurso político. La corrupción ya estaba en el propio discurso político. También sabemos que hay una estrecha correlación entre política y ficción. La voluntad general de Rousseau o el pacto social de Hobbes son ficciones que suponen que lo que se funda ya existía antes de que se fundara y como requisito de lo que se funda. Pero en la Transición la mentira fundamental fue presentar una derrota (la permanencia del franquismo) como una victoria. Miedo y mentira están pues en el origen particular de la democracia española. Cualquier cosa vale, todo se puede decir, una cosa y su contraria. No quiero simplificar las cosas, pero el político que no tiene que responder de sus actos entra en el campo de lo que Tomás de Aquino llamó lo demoníaco.

Cuando estalló el 15-M por agotamiento de dicho régimen, cada vez más vacuo, se gritaba “no nos representan”. Sin entrar en el complicado asunto de la representación política, sí cabe decir que aquello era una denuncia de ese aspecto preciso de un régimen político fundado en la derrota y el miedo, que creó un escenario de continuas mentiras. Algo cambió con el 15-M y tiene ya algo de irreversible. Pero mientras tanto hemos caído en la misma trampa. Y así como el levantamiento contra el franquismo se saldó con un pacto institucional que desconocía e ignoraba dicho levantamiento y desmovilizó a la sociedad, de igual manera se quiso reducir el movimiento del 15-M a su institucionalización, pues se pensó que era el comienzo de un nuevo régimen. No fue así y lo sucedido estos meses lo demuestra. Primero se quiso crear un partido político inédito, y por inédito se entendía sin memoria de los vencidos, se despreciaba a una izquierda que supuestamente vivía de su “deseo” de derrota, de su insatisfacción. Ese desprecio a la memoria introduce otra vez la mentira de un nuevo “sujeto político” confundido con un supuesto “sujeto total”, el pueblo, con lo cual lo que de algún modo cabría llamar “sujeto político”, es decir, la propia conciencia del conflicto social, se desvanece ante este nuevo “sujeto total”, y, en cuanto total, bandera de cualquier cosa, según los vaivenes de los significantes.

Pero lo más curioso vino luego. Si en verdad lo que estaba pendiente era la ruptura con el régimen del 78, ¿por qué se intenta de nuevo hacer un pacto similar? El PSOE fue un partido que ocupó el lugar de la derecha liberal y reformista frente a la derecha atávica e inmoral del franquismo. Por eso, cuando el PSOE consigue un pacto con Ciudadanos era un pacto enteramente lógico y natural: la derecha no franquista contra la derecha franquista. ¿Y qué hace Podemos? Quiere forzar un pacto imposible con el PSOE, quizás con la idea de que ese forzamiento obligaría al PSOE a claudicar de su protagonismo en la Transición o a desaparecer. Lo único que consiguió, como ya muchos preveíamos, fue fortalecer a la derecha franquista. Podemos pudo perfectamente abstenerse y ocupar su espacio de oposición y de resistencia, el único lugar incompatible con la ignorancia y la farsa. Su ambición le ha traicionado y debería parase a pensar en ello. Ese entusiasmo hipomaníaco por la conquista institucional va curiosamente parejo a la real impotencia política de las instituciones. No se puede confiar en las palabras urgidas por la ansiedad.

Europa está pendiente de un hilo ante el desorden radical del capitalismo y el retorno de la derecha nacionalista y xenófoba. Ante eso, hace falta una posición al menos europea, y eso, habrá que seguir insistiendo, no se consigue con arreglos de pasillo. Europa debe tomar conciencia de este momento. No me refiero a una movilización social que se limite a reclamar los “beneficios” del capitalismo a la vez que no quiere sus consecuencias. Me refiero a abrir el pensamiento a una realidad aún no sabida, a un modo de entender el trabajo y las relaciones entre los sujetos que no exija su anulación.

Europa está ciega y la memoria de su barbarie debería ser referencia del pensar, el punto de apoyo del pensar, del sujeto de la experiencia presente que no se anula con el miedo. La cuestión no es pues el resultado de las urnas sino, en todo caso, el olvido y la ignorancia que lo produce. No es tiempo para mentirnos, no es tiempo de sonrisas ridículas. Dar la espalda a los refugiados ha significado el retorno de la barbarie que nos preguntamos si alguna vez se fue, como si Europa nada tuviera que ver con este horror. Hoy es el momento en el que la política debe resistir a su autocomplacencia y a la indecencia de las patrióticas falsas ilusiones. Hay un modo de vida, un modo de socialización que se acaba. El trabajo ya no sirve como medida del valor de la mercancía. Asistimos al esperpento de un sistema que dure lo que dure ya es sólo una farsa, la farsa de los mercados. Ya ni siquiera se habla de producción sino de mercados, y la figura del coach es componente significativo de esa farsa, la figura del experto de cómo venderte como mercancía en un mercado de mercancías que pelean por atraer la mirada del consumidor de turno. Los “cursos de formación” con los que trafican gobiernos y sindicatos tienen como objetivo esa autopromoción y enseñan a cómo hacer más vistoso un curriculum. Todo este teatro es meramente ilusorio. La decencia consiste en no promover falsas ilusiones, ni de parte del mercado ni de parte de su más grotesco antagonista de la farsa: la patria. Somos mendigos presumiendo de los mejores mendrugos, y la mendacidad de los programas políticos jalea una mendicidad con el entusiasmo de la “hiperpolitización”.

No hacemos lo que hay que hacer ni pensamos lo que hay que pensar, encerrados como estamos en un círculo que confundimos con la única realidad posible. Hacemos pues el ridículo y pareciera que nunca nos cansamos de dar las mismas ridículas vueltas, sin enterarnos de lo destructiva que es esta escenografía de la simulación a la que jugamos.

 

Francisco Pereña es psicoanalista

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Fuente: Viento Sur

 

Pararse a pensar

11/07/2016 | Francisco Pereña

La resaca del 26-J me ha pillado fuera de España. Un alivio. Me preguntan: ¿cómo es posible que un partido tan escandalosamente corrupto como el PP haya podido ser el partido más votado en España?, ¿cómo es posible que un partido emergente como Podemos en alianza con IU haya perdido más de un millón de votos? Son las mismas preguntas que supongo se están haciendo en España. Ambas preguntas están vinculadas. Se puede argüir que en este país la derecha más alejada del franquismo no prospera por el miedo atávico tan propio del franquismo, a la vez que muchos votantes de IU puede que no hayan votado la coalición y que otros, desconcertados por una campaña errática y sin posiciones claras, hayan desertado del voto. Pero decía que ambas preguntas están vinculadas. No hace falta recurrir a Hobbes para asociar política y miedo. La política usa el futuro y el futuro siempre opera como amenaza. De todos modos, el llamado régimen del 78, el de la Transición que inaugura la democracia en España, fue un régimen nacido del miedo, hasta el punto de que el franquismo desapareció de la memoria de los españoles. Existió la guerra civil pero no el franquismo, los años duros del franquismo, la dictadura y el tipo de sociedad apocada y servil que creó. Ese olvido constituyente instaló este tipo de sociedad residual e hizo de la mentira un discurso político. La corrupción ya estaba en el propio discurso político. También sabemos que hay una estrecha correlación entre política y ficción. La voluntad general de Rousseau o el pacto social de Hobbes son ficciones que suponen que lo que se funda ya existía antes de que se fundara y como requisito de lo que se funda. Pero en la Transición la mentira fundamental fue presentar una derrota (la permanencia del franquismo) como una victoria. Miedo y mentira están pues en el origen particular de la democracia española. Cualquier cosa vale, todo se puede decir, una cosa y su contraria. No quiero simplificar las cosas, pero el político que no tiene que responder de sus actos entra en el campo de lo que Tomás de Aquino llamó lo demoníaco.

Cuando estalló el 15-M por agotamiento de dicho régimen, cada vez más vacuo, se gritaba “no nos representan”. Sin entrar en el complicado asunto de la representación política, sí cabe decir que aquello era una denuncia de ese aspecto preciso de un régimen político fundado en la derrota y el miedo, que creó un escenario de continuas mentiras. Algo cambió con el 15-M y tiene ya algo de irreversible. Pero mientras tanto hemos caído en la misma trampa. Y así como el levantamiento contra el franquismo se saldó con un pacto institucional que desconocía e ignoraba dicho levantamiento y desmovilizó a la sociedad, de igual manera se quiso reducir el movimiento del 15-M a su institucionalización, pues se pensó que era el comienzo de un nuevo régimen. No fue así y lo sucedido estos meses lo demuestra. Primero se quiso crear un partido político inédito, y por inédito se entendía sin memoria de los vencidos, se despreciaba a una izquierda que supuestamente vivía de su “deseo” de derrota, de su insatisfacción. Ese desprecio a la memoria introduce otra vez la mentira de un nuevo “sujeto político” confundido con un supuesto “sujeto total”, el pueblo, con lo cual lo que de algún modo cabría llamar “sujeto político”, es decir, la propia conciencia del conflicto social, se desvanece ante este nuevo “sujeto total”, y, en cuanto total, bandera de cualquier cosa, según los vaivenes de los significantes.

Pero lo más curioso vino luego. Si en verdad lo que estaba pendiente era la ruptura con el régimen del 78, ¿por qué se intenta de nuevo hacer un pacto similar? El PSOE fue un partido que ocupó el lugar de la derecha liberal y reformista frente a la derecha atávica e inmoral del franquismo. Por eso, cuando el PSOE consigue un pacto con Ciudadanos era un pacto enteramente lógico y natural: la derecha no franquista contra la derecha franquista. ¿Y qué hace Podemos? Quiere forzar un pacto imposible con el PSOE, quizás con la idea de que ese forzamiento obligaría al PSOE a claudicar de su protagonismo en la Transición o a desaparecer. Lo único que consiguió, como ya muchos preveíamos, fue fortalecer a la derecha franquista. Podemos pudo perfectamente abstenerse y ocupar su espacio de oposición y de resistencia, el único lugar incompatible con la ignorancia y la farsa. Su ambición le ha traicionado y debería parase a pensar en ello. Ese entusiasmo hipomaníaco por la conquista institucional va curiosamente parejo a la real impotencia política de las instituciones. No se puede confiar en las palabras urgidas por la ansiedad.

Europa está pendiente de un hilo ante el desorden radical del capitalismo y el retorno de la derecha nacionalista y xenófoba. Ante eso, hace falta una posición al menos europea, y eso, habrá que seguir insistiendo, no se consigue con arreglos de pasillo. Europa debe tomar conciencia de este momento. No me refiero a una movilización social que se limite a reclamar los “beneficios” del capitalismo a la vez que no quiere sus consecuencias. Me refiero a abrir el pensamiento a una realidad aún no sabida, a un modo de entender el trabajo y las relaciones entre los sujetos que no exija su anulación.

Europa está ciega y la memoria de su barbarie debería ser referencia del pensar, el punto de apoyo del pensar, del sujeto de la experiencia presente que no se anula con el miedo. La cuestión no es pues el resultado de las urnas sino, en todo caso, el olvido y la ignorancia que lo produce. No es tiempo para mentirnos, no es tiempo de sonrisas ridículas. Dar la espalda a los refugiados ha significado el retorno de la barbarie que nos preguntamos si alguna vez se fue, como si Europa nada tuviera que ver con este horror. Hoy es el momento en el que la política debe resistir a su autocomplacencia y a la indecencia de las patrióticas falsas ilusiones. Hay un modo de vida, un modo de socialización que se acaba. El trabajo ya no sirve como medida del valor de la mercancía. Asistimos al esperpento de un sistema que dure lo que dure ya es sólo una farsa, la farsa de los mercados. Ya ni siquiera se habla de producción sino de mercados, y la figura del coach es componente significativo de esa farsa, la figura del experto de cómo venderte como mercancía en un mercado de mercancías que pelean por atraer la mirada del consumidor de turno. Los “cursos de formación” con los que trafican gobiernos y sindicatos tienen como objetivo esa autopromoción y enseñan a cómo hacer más vistoso un curriculum. Todo este teatro es meramente ilusorio. La decencia consiste en no promover falsas ilusiones, ni de parte del mercado ni de parte de su más grotesco antagonista de la farsa: la patria. Somos mendigos presumiendo de los mejores mendrugos, y la mendacidad de los programas políticos jalea una mendicidad con el entusiasmo de la “hiperpolitización”.

No hacemos lo que hay que hacer ni pensamos lo que hay que pensar, encerrados como estamos en un círculo que confundimos con la única realidad posible. Hacemos pues el ridículo y pareciera que nunca nos cansamos de dar las mismas ridículas vueltas, sin enterarnos de lo destructiva que es esta escenografía de la simulación a la que jugamos.

11/07/2016

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