Cuarenta años ya y parece que fue ayer. Todo sigue tan vívido e intenso en el recuerdo. Fue una madrugada de gloria, un amanecer radiante que encendió de esperanza el futuro de todo un país condenado a una vejación larga e indigna.

Recuerdo como en aquel 20 de noviembre de 1.975 las calles se llenaron de miradas inquietas, de agitados transeúntes, de intranquilos peatones que iban y venían de aquí para allá sin saber muy bien a dónde dirigirse, intentando aparentar indiferencia, repetir los mismos movimientos mecánicos que hasta entonces venían haciendo en su imperturbable quehacer diario, no mostrando ni un ápice de alegría o gozo, ni siquiera la más leve satisfacción en sus rostros.