En la vorágine de la guerra Imprimir
Nuestra Memoria - La Guerra Civil
Escrito por José Andrés Rojo   
Lunes, 11 de Junio de 2012 00:00
En el combate por la HistoriaEn la mañana del 19 de julio de 1936, el Gobierno que acababa de formar José Giral tomó dos decisiones que marcarían de manera decisiva la respuesta de la República al golpe de un grupo de militares. De un lado, y con el afán de que las tropas y mandos de los sublevados dejaran a sus jefes superiores en la estacada, licenció a cuantos estaban encuadrados en el ejército: podían, si querían, volver a casa tranquilamente. De otro, repartió armas a las organizaciones obreras. El desarrollo de la asonada fue tan vertiginoso que urgía frenar cuanto antes sus efectos.
 
La combinación de las dos medidas funcionó en algunas partes y fracasó en otras. La mayor paradoja fue que ningún mando de las fuerzas rebeldes permitió que sus combatientes abandonaran las filas y, en cambio, se vaciaron los batallones del ejército regular que quedó en la zona republicana. El pueblo en armas, por su parte, colaboró activamente para derrotar la rebelión fascista y tuvo éxito en ciudades tan representativas como Madrid y Barcelona.
 
El carácter épico de la gesta de unos ciudadanos que no dudaron en lanzarse a la calle para defender el régimen legal ha ocultado frecuentemente el contradictorio significado de las medidas, un tanto improvisadas, que se tomaron en los primeros momentos. Y es que, en las jornadas siguientes, los responsables de la República descubrieron que no solo debían luchar contra las fuerzas golpistas comandadas por un puñado de militares sublevados sino que se enfrentaban también a una revolución dentro de casa.
 
A muchas de las milicias obreras que peleaban contra los rebeldes les importaba una higa la democracia, "burguesa" la llamaban, que se había instaurado en España con la llegada de la República. Querían hacer la revolución y llegar hasta el final: que desapareciera el viejo mundo, que reinaran la justicia y la libertad. Y eso pasaba por acabar con lo que se pareciera, aunque fuera remotamente, al ejército tradicional. En esa tremenda confusión inicial, en la que se encontraron luchando mano a mano los militantes de partidos y organizaciones sindicales junto a los mandos de lo que había quedado del viejo ejército español, hubo de todo. Sintonía, y entonces se hermanaban las fuerzas y la capacidad de pelear contra el enemigo era mayor. O desconfianza: fueron muchos los oficiales que cayeron abatidos por los milicianos.
 
Ser militar y haber permanecido leal a la República significó al comienzo de la guerra jugarse el pellejo. Cuento estas viejas batallas porque, hace algún tiempo, Ángel Viñas y Gonzalo Pontón me invitaron a participar en un esa suerte de contradiccionario que es En el combate por la historia. La República, la Guerra Civil, el franquismo. El primero, como director del proyecto; el segundo, como responsable del sello en el que ha aparecido: Pasado & Presente. Me propusieron dos entradas, la que se ocupa del general Vicente Rojo y la que cuenta del Ejército Popular. Espero haber estado a la altura de sus expectativas, y de no desentonar al lado del selecto plantel de historiadores que fueron convocados.

Centelles negrin rojo y capa
"Tenemos noticias de que han matado o van a matar a Cuervo. Ha tenido una actuación desafortunada con los milicianos. No sé si llegaremos a tiempo". Las palabras son de Hernández Saravia, el cerebro de las fuerzas que defendían la República durante los primeros meses de la guerra, y se las dijo a un oficial de Estado Mayor, Vicente Rojo (en la imagen, a finales de 1938, el general Rojo aparece junto a Negrín en la despedidad de las Brigadas Internacionales; Capa aparece al fondo con una cámara, la fotografias es de Agustín Centelles), que las reconstruyó más tarde en Mi primer encuentro con las milicias. El día 24 de julio salió a Somosierra con la orden de evitar el entuerto. Iba con la convicción de que no volvería, pero luego sintonizó bien con las fuerzas milicianas y pasó allí varias semanas. Eso sí, no llegó a tiempo para cumplir su cometido: los combatientes se habían cargado ya al teniente coronel Cuervo.

A comienzos de septiembre, las autoridades republicanas habían comprobado que necesitaban un ejército dirigido por profesionales para librar esa guerra y dieron los primeros pasos para crear el Ejército Popular. La verdadera transformación se produjo en noviembre, a lo largo de la defensa de Madrid. Fueron imprescindibles entonces, e indiscutibles, los conocimientos técnicos de los profesionales del ejército para detener a las tropas franquistas.

El general Miaja fue decisivo en ese momento. En la biografía que le dedica el diccionario de la Real Academia de Historia su entrada se detiene, sin embargo, en 1936. La magnitud de esta, y otras muchas chapuzas que han ido emergiendo, explica la necesidad del contradiccionario de Viñas. No es de recibo que una institución, que se subvenciona en buena parte con dinero público, y que debería servir como intachable referente del rigor histórico, pueda permitirse semejantes dislates. Para facilitarle al lector un acercamiento más riguroso, y elaborado y pensado, a ese trascendental periodo del pasado de España ha surgido En el combate por la historia. Deberían aprovechar que la Feria del Libro de Madrid sigue en el Retiro hasta el domingo. Y para los demás, ahí están las librerías.
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Fuente: El Rincón del Distraído / El País