Hacia la unidad (o el frente) popular Imprimir
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por José Juan Hdez / UCR   
Jueves, 14 de Mayo de 2015 02:46

Siempre he reivindicado la confluencia de la izquierda que aspira a realizar determinadas transformaciones políticas, económicas y sociales. No desconozco que el mundo que se cobija bajo el concepto izquierda es bastante heterogéneo. No obstante, en mi simpleza, pienso que el objetivo esencial que define ese territorio que para muchos es casi una patria, una sociedad que redistribuya la riqueza, que luche contra las crecientes desigualdades azuzadas por la crisis (un banquero de media gana 370 veces más que su empleado peor pagado), debería allanar el camino hacia ese encuentro, hacia la unidad popular o (¡qué viene el coco!) el frente popular. Espacio donde estarían presentes organizaciones políticas y sociales que adorarían únicamente al dios programa en detrimento de cualquier tipo de personalismos (en el sentido de ambiciones) o del exclusivo cálculo electoral.

 

No pienso en una unión de las izquierdas para ganar las elecciones generales de finales de 2015. Quién imagine a Pablo Iglesias (lo quiera o no es identificado como líder de izquierdas) en la Moncloa a inicios de 2016 habita en el país de los sueños. Tal circunstancia pienso que no se daría aunque fuera, posibilidad que según las encuestas se aleja, la minoría mayoritaria. Unir fuerzas es necesario para construir futuro, para iniciar una tarea de inmersión social que no se realizará en unos meses ni únicamente en el frente parlamentario, aunque no cuestiono que tener un grupo de diputados amplio sea importante para avanzar posiciones en una sociedad que en su inmensa mayoría (si no partimos de esta premisa nos equivocamos) no cuestiona el modelo capitalista, no asocia este modelo con los recortes en servicios básicos y las brutales desigualdades que asolan el planeta. Una sociedad que piensa, aunque amplios sectores le hayan dado el gobierno durante más de 20 años a un partido que lleva la palabra socialista en sus siglas, que el socialismo es una doctrina fracasada que demostró en el siglo XX su absoluta inutilidad. Y es lógico ese pensamiento, pues llegar a los vericuetos de realidades que nos son presentadas casi siempre con suma parcialidad es complicado. Desde posiciones críticas en cuanto a las libertades, he intentado en algunas ocasiones poner en valor determinados aspectos, incuestionables, de la Unión Soviética. Pero sé que es una misión casi imposible. Para un ciudadano medio, informado por los canales televisivos habituales, la URSS es la encarnación del mal absoluto, un lugar lúgubre donde habitaban los tristes (quizás por eso yo me considero, desde estás latitudes subtropicales, un nostálgico soviético), los desalmados autómatas. Recuerdo que cuando un equipo soviético, fuera un club o la selección, jugaba un partido con uno español, no faltaba el comentarista de rigor que hablaba de equipos robotizados. Incluso se observaba con cierto desprecio como sus futbolistas recibían con "cabezazo" de asentimiento la reprensión o la tarjeta del árbitro. Esa rigidez y esa oscuridad permanecen en la mente de muchas personas que asocian el socialismo con lo tenebroso ante el mundo de luz y de color capitalista. Incluso han logrado (no me cansaré de repetirlo) que un país, Venezuela que ha tenido en 17 años cerca de 20 procesos electorales, debido a su decisión de andar la senda de una sociedad más igualitaria, socialista, sea tachado y fijado en el imaginario colectivo como una dictadura. Y el individuo que percibe como un atropello la detención provisional de un alcalde acusado de golpismo en Venezuela o que aplaude a la madre negra de Baltimore por sacar a su hijo a cogotazos de una protesta legítima, mientras considera al guarimbero venezolano, que incendia y destruye, un heroico luchador por las libertades, desconoce que en su país hay un preso llamado Otegui que lo está por la defensa de sus ideas, que hay ocho catalanes a punto de entrar en prisión por "cercar" su parlamento, que un relator de la ONU habla de torturas en las comisarías de su país o que el capitalismo permite que centenares de personas sean echadas a diario de las casas que habitan. El nivel de análisis de la realidad de la población es, y perdóneseme si parezco altanero, bajo y manipulado.

Por todo lo dicho, una opción que busque cambios de raíz tiene que plantearse un trabajo a medio y largo plazo, un trabajo de infiltración sólida, que busque quebrar el pensamiento social dominante.

El voto basado en el enfado, lo nuevo o el cambio es absolutamente volátil, un castillo en el aire. Esos tres conceptos: enfado (en negativo, de rechazo a lo existente), nuevo y cambio (en positivo, aunque carezcan de concreción), fueron los grandes aupadores de un Podemos al que, con todas las precauciones, las mismas encuestas que lo ubicaron en la estratosfera ahora lo sitúan en la dura tierra (mejor que en la mar donde puedes hundirte irremisiblemente). Esas palabras fetiche y vacuas ya no son propiedad exclusiva de Podemos. Ciudadanos, puesto en órbita por los centros de poder, al menos de momento, con bastante éxito, también porta el fuego sagrado que va a alumbrar una nueva era llena de aire limpio y libre de corruptelas. Los descontentos del PP (hay que reconocer que tienen una masa de incondicionales formidable, que se creen el cuento simbiótico de "los tres cerditesoreros corruptos y la bella cúpula durmiente") ya tienen en la beatífica sonrisa de Albert(o) Rivera el desagüe natural donde remansar la turbulencia de su enfado. Admirado y resabiado, pienso que a la clase dominante la jugada que ha realizado con Ciudadanos le ha salido perfecta, logrando ampliar una base electoral que al PP se le estrechaba. Además, está en condiciones de sumar a un importante espectro de votantes de "centro" (genial y sesudo el debate reciente acerca de la centralidad del tablero) afines al PSOE, que no tienen problema a la hora a la hora de dar su papeleta a un partido que coquetea con el centroizquierdismo pero cuyo programa económico agrada a la ultraderechista Esperanza Aguirre.
Este nuevo y aseado desahogo para cabreados ha menguado las expectativas electorales de Podemos, a la que además su viaje al centro electoral, desdibujándolo, no parece haberle dado grandes réditos. Syriza hace ocho años tenía un 5% de los votos. Ahora un 37%. Me pregunto, no lo tengo claro, si lo mejor es, como se plantea Podemos, lanzarse ahora a una carrera desesperada y casi imposible, fiándolo todo a la meta de las generales de final de año, o aunar, rebosantes de generosidad, fuerzas para una larga y complicada marcha que, aunque suene tópico, siembre lo más importante, la base imprescindible: conciencia (de clase).

 

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