El Arzobispo y su mensaje electoral Imprimir
Laicismo - Crítica a la jerarquía católica
Escrito por Francisco J. Bastida en La Nueva España   
Viernes, 18 de Noviembre de 2011 00:00

RoucoEn respuesta a la carta del prelado sobre las elecciones generales

Como es habitual, la jerarquía eclesiástica lanza sus mensajes pastorales en campaña electoral para orientar el voto de su rebaño, y la reciente carta del arzobispo de Oviedo cumple con esa misión. Tiene todo el derecho del mundo a expresar sus ideas y a pedir que el voto cristiano se oriente en esa dirección e incluso a incitar a que se vote a un determinado partido. Si en su día la Iglesia católica bendijo a todo un régimen político y llevó bajo palio a su dictador, es bueno este ejercicio de moderación en democracia.

 

 

Pero si decide el Arzobispo manifestar su credo político e incluso su rechazo a la gestión del actual Gobierno, no puede obligar a los disconformes a guardar silencio, y menos tildar de «habituales vociferantes en el sentido más propio de la expresión» a quienes opinan que los obispos entran en campaña electoral. Sólo faltaba no poder afirmar lo que es un hecho cierto. Es más, la Iglesia siempre está en campaña, porque su supuesto mensaje pastoral le lleva a estar permanentemente en la cañada política.Lo que más irrita de la jerarquía eclesiástica es que nunca pierde sus bondadosas formas cuando más cínica se muestra, pero la carta comentada abandona por momentos ese meditado estilo, tan adecuado para embaucar y, a la vez, provocar una reacción de «los vociferantes» que justifique en la Iglesia una falsa posición de víctima de la intolerancia.

 

Defender la vida desde su gestación y el matrimonio heterosexual como único posible en nombre de Dios o de la Verdad revelada es legítimo. Pero lo es menos cuando esa defensa se hace selectiva. Decir que «la vida no tiene color rojo, o azul o arco iris» es un sarcasmo, cuando aún se está investigando el robo de niños en la posguerra en el que participaron religiosos católicos, sin que la Iglesia diga algo al respecto. También lo es aludir a la vida «arco iris», cuando la Iglesia condena el homosexualismo como una enfermedad, o cuando la homosexualidad de no pocos de sus ministros ha destrozado la vida de niños con prácticas de pederastia largamente encubiertas, cuando no ejercidas, por la jerarquía. Por no hablar de su doctrina sobre anticonceptivos o el sida.El señor arzobispo puede afirmar que no son de confianza quienes han aprobado una ley de interrupción voluntaria del embarazo, pero no puede sostener que son «quienes confunden la manipulación de la vida con sus intereses de poder», salvo que demuestre qué tiene que ver una cosa con la otra. Aprovecha, además, la ocasión para arremeter contra el legislador «por sus demagogias lingüísticas de géneros varios». Expresión abstrusa, pero en la que se intuye un reproche por intentar hacer visible a la mujer en el enunciado de las normas. Es cierto que la profusa inclusión del género gramatical diferenciado en el texto de leyes y reglamentos (los asturianos y las asturianas ...) no es una medida muy adecuada para lo que se persigue, pero no se puede afirmar que lo que se pretende es hacer «demagogia». Sólo el secular desprecio de la Iglesia católica hacia la mujer puede explicar que el Arzobispo se fije en un punto e ignore la línea, y que al Gobierno apocalíptico de Zapatero no le reconozca siquiera su legado más honorable, que es la lucha por la igualdad de género y contra las discriminaciones y violencia de esta especie. En el fondo, lo que le molesta es la igualdad de género, porque deja moralmente desnuda a una iglesia misógina.

 

Donde se le ha ido la mano al Arzobispo es en la parte final de su carta, cuando desciende de la "Verdad" evangélica a la verdad política. Escribe que «hemos visto engañar demasiado estos años, con enormes consecuencias para las personas y para un país, como ahora estamos lamentando». Y esto lo achaca a que «cuando la mentira en todas sus formas se convierte en un arma política más y no duelen prendas ni gastos a la hora de engañar a mansalva con tal de seguir obteniendo resultados de puro poder, estamos ante otro frente de personas o de posiciones partidistas que en su deshonestidad no son merecedores de una confianza por parte del pueblo». Aquí el Arzobispo cambia directamente los evangelios por Intereconomía. ¿Dónde queda ese guante de seda con el que la Iglesia fustiga a los que tiene por enemigos, dónde esa distancia para atacar desde una aparente y serena ecuanimidad?, ¿cómo pretende con esas asechanzas una «convivencia en paz, sin crispaciones insidiosas»? Siento decirlo, pero en esta parte de la carta su maldad supera su inteligencia.

Lo más sorprendente es que su misiva se dirige «desde la doctrina social de la Iglesia», pero en ella no hay referencia alguna al paro, ni a la pobreza ni a las desigualdades sociales. Lo que más se acerca a esa doctrina social es que pide al Señor que los nuevos representantes ejerzan su función buscando el bien de las personas, «especialmente de las más desfavorecidas». ¡Vaya término para quienes están sin empleo! Ni una palabra sobre la especulación económica o sobre una política de redistribución de la riqueza. Pudo concluir, al menos, con algún paternal consuelo para los «desfavorecidos», como que los ricos no entrarán en el reino de los cielos, pero a estas alturas todos sabemos que no entrarán, porque ya no caben más.

Francisco J. Bastida. Catedrático de Derecho Constitucional UNIOVI

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Fuente: La Nueva España