Alberto Garzón: “Hay que entenderse con un PSOE del que desconfíamos, es la paradoja de las elecciones” Imprimir
Opinión / Actualidad - Entrevistas
Escrito por Pablo Elorduy   
Lunes, 28 de Octubre de 2019 05:44

Alberto Garzón entrevista EL SALTO 2019

El coordinador federal de Izquierda Unida, Alberto Garzón, confía en que los votos de izquierda impidan que las elecciones del 10 de noviembre abran un tiempo de “gran coalición” entre PSOE y Partido Popular.

El economista Alberto Garzón (Logroño, 1985) vuelve a ser el candidato de Unidas Podemos por la provincia de Málaga en unas elecciones “repetidas” después de que el único candidato posible, Pedro Sánchez, decidiera no volver a intentar ser investido tras el fiasco de julio, cuando el PSOE no concitó los apoyos necesarios para gobernar. La agenda del presidente ha situado estas elecciones un mes después de la sentencia del Supremo sobre Catalunya, algo que debilita, en teoría, el espacio político que ocupa Unidas Podemos.

 

Además, la irrupción de Más País se presenta como una amenaza para esta coalición, que tendrá muy difícil repetir los resultados de abril de 2019, que ya fueron malos en comparación con el ciclo 2015-2016. A pesar de ello, Garzón cree que la suya es la opción “más fuerte” que se presenta y la que destaca por un análisis racional de una situación política y económica extraordinariamente compleja.

¿Son estas elecciones una trampa para la izquierda a la izquierda del PSOE?
No sé si es exactamente una trampa, porque eso exige un pensamiento consciente y racional detrás de la convocatoria y creo que la convocatoria tiene un sentido mucho más prosaico, mucho más táctico, que es básicamente reforzar la posición del Partido Socialista y, en última instancia, de los poderes tradicionales. Sí podría estar previsto un deterioro de nuestro espacio político, de Unidas Podemos y de la izquierda a la izquierda del partido socialista. Pero parece más propio del Partido Socialista pensar de una forma más táctica que estratégica, sobre todo conociendo a a Pedro Sánchez.

En ese caso, si las elecciones funcionan para apuntalar al bipartidismo —y las encuestas en ese sentido apuntan a que el gran beneficiado será el PP— ¿por qué salir a la campaña con la idea principal de apoyar un gobierno de Pedro Sánchez cuando, como dices, ha habido un movimiento táctico destinado a arrinconar al espacio de Unidas Podemos?
Yo siento que hay una deriva del PSOE, en los últimos meses, que es bastante obvia hacia la derecha. Detrás hay un pensamiento racional, que se basa en conquistar el espacio de su derecha, especialmente el de Ciudadanos. Eso se visualiza en su renuncia a modificar la reforma laboral, en su aplicación prevista de la mochila austriaca en el ámbito laboral, pero también la renuncia a subir los impuestos a las personas que cobran más, el IRPF de los tramos más altos, etc. Una serie de medidas políticas encaminadas a seducir al votante de derechas.

Creo que eso es la derechización del Parlamento. El PSOE está cometiendo un error estratégico muy grave a mi juicio, que es hacer una campaña en el marco del orden y de la estabilidad. Ellos creen que les beneficia de cara a ese votante de centro, pero tiene un beneficiado natural, que es el PP. Por tanto, es previsible, y eso dicen todas las encuestas, que el bipartidismo se refuerce. Pero, precisamente, la opción que puede evitar un gobierno reformista —en el sentido de una visión del Gatopardo, de cambiar algunas cosas para que no cambie nada—, la única forma de cortocircuitar es con un espacio de Unidas Podemos fuerte que tampoco se margine a sí mismo. Porque si tú permites que el Partido Socialista se eche en brazos de Ciudadanos, estás contribuyendo a una salida reformista del régimen: esa es la tensión. Tienes que entenderte con un Partido Socialista del que desconfías, esta es la enorme paradoja que nos encontraremos el 11 de noviembre y la que nos encontramos cada vez que vamos a elecciones. Porque la naturaleza del PSOE es esa: es el verdadero partido de régimen y, al mismo tiempo, es el que tapona un espacio de izquierdas que, en su base social, se vincula al PSOE no por sus elementos programáticos sino porque ocupa muy simbólico. Eso se ve en cada congreso del PSOE, en los que tienen que hacer todo lo posible para que no salgan demandas republicanas. 

En este sentido, dentro del grupo Unidas Podemos, hubo divergencias en el momento de la investidura. La lectura de Podemos era entrar en coalición para atar en corto al Partido Socialista y una segunda, que se achaca a Izquierda Unida, se basaba en obtener una serie de compromisos, pero manteniendo mayor distancia, en lo que se llama gobierno a la portuguesa. Con el nuevo escenario, y partiendo de una proyección de resultados como la que vemos estos días, ¿desde Izquierda Unida se ve aún mejor esa segunda vía ahora que se ha constatado la derechización del PSOE?
El espacio Unidas Podemos no es monolítico, es un espacio de unidad pero no es un espacio homogéneo. Es verdad que se han producido fricciones y divisiones, discrepancias que no atentan contra la unidad sino que son procesos naturales y ocurrió en esos términos que dices. ¿Pueden volverse a repetir? Desde Izquierda Unida lo decimos muy claro: nosotros no nos oponíamos a entrar en el gobierno, porque entrar en el gobierno tiene sentido o no en función del contexto y de muchas otras variables, empezando por qué tipo de acuerdo.

No somos ni partidarios de no entrar en ningún gobierno en ningún caso —una visión más próxima a un izquierdismo anti partido socialista intransigente— pero tampoco somos partidarios de entrar en el gobierno a toda costa. Depende de esas muchas variables, puede ser más adecuado estar en la oposición y fiscalizar al PSOE desde fuera o estar dentro del gobierno: porque ambos escenarios tienen ventajas e inconvenientes, y el saldo neto no lo conocemos en este momento. Ahora vamos a esperar y ver cuáles son los contextos y la correlación de fuerzas. 

Mi opinión ahora mismo es que en el Partido Socialista ha vencido la parte más derechista. Porque en las negociaciones con el PSOE hemos visto que tampoco es un bloque monolítico. Había gente que tenía interés en llegar a acuerdo con nosotros y que trabajó para ello de forma sincera, y había otros que claramente querían boicotear esa posibilidad. Ahora esa correlación de fuerzas interna en el Partido Socialista se ha desplazado claramente hacia la derecha. A la cabeza están lo que llamamos los ingenieros sociales de la Moncloa, Iván Redondo y compañía, que no piensan en política con mayúsculas, sino en la política demoscópica. Pero, ¿quién sabe? Si el PSOE va a una derrota electoral —que puede no ser solo quedar detrás del PP, también no cumplir los objetivos que se marcó, que era mejorar y fortalecer sus escaños, algo que ninguna encuesta asegura ahora mismo— eso podría desplazar la correlación de fuerzas en el PSOE. No hay nada escrito de antemano y, todavía en estas dos semanas, pueden pasar muchas cosas, pero la postura de Izquierda Unida yo diría que no es intransigente sino contextualizada. 

La atmósfera económica ha empeorado incluso con respecto a los meses de junio y julio, en los que ya nadie se llamaba a engaño respecto del escenario que viene. Nos plantamos en noviembre con una atmósfera que, a nivel continental, solo parece garantizada para esos poderes, esas élites, con un escenario de gran coalición.
La clase dominante está fracturada y dividida no solo en España sino a nivel europeo, y lo que tenemos son unos dirigentes de las élites que son incapaces de encontrar soluciones estructurales a los problemas económicos y las fallas económicas, por ejemplo en la Unión Europea. Vemos cómo van parcheando, un ejemplo claro es el Brexit: se van encontrando con determinadas circunstancias que van consiguiendo vadear, más que resolver.

Desde España a menudo pensamos como si solo existiera España; el debate económico es muy poco internacional, cuando realmente somos, en términos económicos, la periferia de un espacio europeo que no es ni mucho menos hegemónico a nivel internacional. Por tanto, tenemos que saber leer los movimientos y las corrientes que hay de fondo. Lo que tenemos es una posible crisis económica, que va a depender en su naturaleza de las políticas que se hagan.

Todo apunta a que las élites dirigentes europeas y españolas están abordando la situación económica actual con las mismas recetas con las que abordaron la crisis anterior: neoliberalismo puro y duro, incremento de la explotación laboral, una sensación de que la única manera de competir en el mundo globalizado es por la vía de la rebajas salariales. Y todo eso tratan de disfrazarlo de diferentes formas en distintos contextos. Por tanto, la gran coalición se plantea siempre como una operación de salvamento. Pero para ellos es muy difícil apostar por ella de forma nítida porque tiene efectos políticos muy severos. En Grecia se ha llevado por delante al Partido Socialista. En Alemania ha mermado mucho la fuerza de la socialdemocracia y ha cambiado el ecosistema político. 

Muchas élites, conscientes e inteligentes, especialmente en el mundo financiero, tratan de recomponer la situación política por la vía de una gran coalición que no lo parezca. Para mí, la apuesta más clara en España es un gobierno del PSOE con Ciudadanos, que era lo que se buscaba con esta repetición electoral, aunque ahora las encuestas dicen que tampoco va a ser posible y que van a tener que ir a un modelo fuerte que es la coalición PP–PSOE. Pero eso tiene enormes problemas para el PSOE que, como decíamos, tiene una tensión muy clara entre su papel del partido de régimen y unas bases sociales con principios y valores de izquierdas. 

Otra de las recetas que llevamos viviendo desde 2008 es un fuerte autoritarismo en cuanto a la protesta social. Esa idea de que la Unión Europea prefiere a alguien como Erdogan a un gobierno de izquierdas. Digo esto al hilo de la polémica con respecto a Cataluña y la actuación policial surgida a raíz de un tuit tuyo del pasado domingo. Entiendo que desde una posición como secretario general de IU no se puede culpabilizar a la policía de los disturbios, o por lo menos no únicamente, pero tras una protesta en la que cuatro personas han perdido un ojo por el uso de balas de goma, ¿cómo valoras esta escalada represiva?
Marx decía en el 18 de Brumario... que el capital puede estar dispuesto a sacrificar a la corona con tal de salvar la bolsa. Eso está siempre en nuestras cabezas: la sensación de que el capital es capaz de hacer concesiones importantes antes de perder su poder. Ahí late esa idea que se defiende por los independentistas de que el capital de alguna manera, las grandes empresas, la Unión Europea, no tolerará estas actitudes autoritarias y estará dispuesta a ceder esto con tal de que pueda continuar según sus propios intereses.

Creo que hay un error de fondo: la Unión Europea es capaz de aceptar enormes cantidades de autoritarismo. Es un error pensar que la violencia policial, que existe, las desproporcionadas actuaciones policiales de estos últimos días, pero no solo, también la ley mordaza, el endurecimiento del Código Penal, una tendencia autoritaria en la interpretación de los jueces y sobre todo de sus altas instancias, va a ser censurada por alguna entidad europea. Esto no es cierto. Vemos que Turquía, Hungría, señalan el umbral.

Creo que hay un sueño quimérico de que la solución en España va a ser resuelta por una entidad democrática mas allá de la frontera. Eso no va a suceder, hay que entender que ese giro autoritario está en toda Europa. Y que responde en gran medida a la dificultad que tienen las grandes empresas —y las élites de España y las europeas— para gestionar las consecuencias de su política. Eso, tarde o temprano, estalla. Lo vimos en el ciclo de 2010 en adelante hasta 2015, cuando se aprobó la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana o el endurecimiento del Código Penal. Y consiguieron en parte su objetivo: no podemos trivializar esa violencia administrativa, que está para proteger la violencia y la represión.

Con respecto a Cataluña, hay que saber diferenciar; los abusos policiales se producen de una forma muy clara contra la prensa, contra manifestaciones pacificas, contra ejercicios de desobediencia civil como puede ser cortar una carretera en un legítimo ejercicio democrático. Pero también hay una violencia sin sentido, una violencia gratuita, porque carece de objetivo, de horizontes, una violencia que tiene otras causas ante la que el Estado lógicamente va a responder. Eso, para algunos sectores, es casi la última oportunidad de hacer que todo salte por los aires y así poder repescar algo. Para nosotros, lo que ocurre en Cataluña no dejan de ser síntomas específicos de un problema mas profundo, que va mas allá de la represión policial. Pero, sin duda, esta dinámica no es por lo de Cataluña, sino un proceso anterior al independentismo —al menos en su fase más reciente— que es esa deriva autoritaria del neoliberalismo que cuando no puede convencer tiene que vencer. 

 Respecto a Cataluña sabemos bien la posición de En Comú, a favor en última instancia del referéndum, y sabemos que un espacio de referencia como fue Iniciativa ha perdido algunos de los referentes de época anterior. ¿En qué está ahora mismo Izquierda Unida y su contraparte en Cataluña? ¿Cuál es el programa de IU?
Este no es un problema de unos años, es un problema histórico que tiene que ver con la naturaleza de nuestro país. Nuestro país es visualizado por la derecha reaccionaria en su concepción menendezpelayista: como una España católica homogénea unitaria centralista, tradicionalista, y todo lo que quede fuera de ese espacio cerrado es la anti España. Pero también muchas otras veces se tiende a ver como una “cárcel de pueblos”, por la que el Estado español solo serían los límites donde se maneja la voluntad de determinados pueblos. Creo que eso también es erróneo. Es no comprender que las naciones son construcciones sociales. Y si existe la nación catalana es porque hay mucha gente que cualitativamente se identifica con la nación catalana, pero es que también hay mucha gente que se identifica como nación española. Lo que se produce en nuestro país es un solapamiento de esas identidades en determinados territorios.

Cuando decimos que nuestro país es plurinacional, lo que estamos haciendo es una constatación. Mucha gente del independentismo compra esta idea del Estado plurinacional sin recordar que una de las naciones es España. Y piensa que España no tiene sentido como nación cuando su sentido se deriva de que mucha gente cree que España es una nación. Por tanto, desde una fuerza no nacionalista como la nuestra, de tradición socialista, que pone por tanto un acento especial en la cuestión de las clases sociales, consideramos que el objetivo, el reto, es saber cómo construimos un Estado administrativo que permita la convivencia con ese espacio plurinacional y que nadie se quiera marchar. Eso significa que hay que repensarlo todo, no solo en cuestiones de competencia o en términos administrativo-burocráticos sino en cuestiones de resolución de los problemas cotidianos de las clases trabajadoras.

Para eso, lo que hace falta es el establecimiento de relaciones entre los actores sociales, que no son solo partidos sino también la sociedad civil. Diálogo y después negociación: y en esa negociación cabe todo, cabe el referéndum y también caben medidas que estén recogidas en nuestro espacio constitucional, como aquellas que afectan a la última sentencia, por ejemplo los indultos. Son herramientas disponibles para resolver ese problema político.

Pero todo ese proceso conduce para nosotros a una cosa llamada República Federal de España. Porque es el mejor encaje, y además el más pragmático, realista y factible, frente a los otros dos modelos: el que niega la existencia de España y el que niega la existencia de Cataluña como espacio nacional. Creo que nuestro papel como fuerza no nacionalista es ese, que no es fácil de mantener porque, como vemos, las banderas ciegan y empujan a muchos sectores sociales a no ver más que eso. Como vemos en esta campaña, cuando ese es el marco de discusión, la izquierda no nacionalista es la que más sufre las consecuencias, porque no termina de entenderse esa posición dado que la efervescencia nacionalista la termina por ahogar. 

Esta era la pregunta, ¿es posible ganar unas elecciones con el discurso de que es posible cambiar España?

No hay otra salida, salvo que uno apueste por un conflicto en el que la violencia escale mucho más. El reto es enorme. Los que somos de Málaga, por ejemplo, vemos cómo la fractura respecto de este tema es sideral. Una encuesta de El Periódico de Cataluña decía que el 62% de la población catalana está de acuerdo en una amnistía o un indulto de los condenados del Procés, y el 62%, el mismo porcentaje, del resto del país, está de acuerdo en imponer penas más duras. Hay una fractura emocional, política con respecto a este tema. Sería difícil cerrarla en un contexto donde los dirigentes fueran responsables y aún es más difícil hacerlo en un contexto en el que el sistema de incentivos políticos hace que, como tienes elecciones cada poco tiempo, nadie esté dispuesto a asumir costes en el corto plazo, por crear las condiciones en el medio plazo, algo que no sabes si vas a rentabilizar.

Nuestra posición, aparte de ser correcta desde el punto de vista analítico, es valiente en el sentido de que lo que yo digo en Málaga no es el sentido común. El sentido común, desgraciadamente, en la mayor parte de nuestro país es que hay que neutralizar el independentismo de las formas mas agresivas. Eso te lleva a un camino de escalada de violencia y probablemente a hacer que en el medio plazo Cataluña deje de ser parte de España. Esa es la enorme paradoja de una derecha que cree que por la vía de la fuerza, como es la sentencia, va a conseguir que dos millones de independentistas dejen de serlo. 

Pero no podemos olvidarnos de la critica a ese independentismo, que no es de extracción popular. Los análisis han puesto de relieve que los votantes de los partidos independentistas son básicamente de clase media o media alta, mientras que el sector más popular, muy vinculado a la emigración de Andalucía y Extremadura, es un sector “mas españolizado”. Ese tipo de cuestiones, en las que cierta intuición de clase no quiere que la parte más rica de su país se marche, hay que tenerlas en consideración. Pero es un problema complejo, y nuestra solución creo que es analíticamente correcta, pero en la práctica más difícil de llevar a cabo. Y sin embargo, es la única solución posible.

A pesar de que ronda desde 2011, no se ha llegado realizar la idea de la refundación de las izquierdas o los de “abajo”. Todo parece que se sigue dejando a los ciclos electorales que son vertiginosos y frenéticos. ¿Vamos hacia un modelo pequeñas empresas políticas, se ha abandonado la búsqueda de, si no un partido de masas clásico, si una organización fuerte? 
Creo que lo que más cerca hemos estado de la cristalización del bloque histórico, en términos de un sujeto político no solo institucional que sea capaz de poner en marcha procesos que conduzcan a objetivos concretos de solución de los problemas de las clases populares, es Unidas Podemos en el proceso vivido desde 2016 en adelante. Porque llegó a representar a un 20% de la masa electoral. Eso no deja de ser una aproximación al apoyo que tiene en el resto de la sociedad, por más que queramos ceñir el bloque histórico al ámbito electoral.

Efectivamente, uno de los grandes problemas es que solo ha sido electoral. El problema de Unidas Podemos es que hemos sido incapaces de construir una base social por debajo. Las batallas por el Estado, por ganar el poder, no son solo batallas institucionales sino que de hecho en gran medida se han producido en la cultura. La cultura es el pensamiento, las producciones culturales pero también es el espacio de socialización de la gente: la gente se socializa en los bares, en los barrios, en internet, y en esos espacios no ha existido Unidas Podemos como un sujeto compacto, ni un sujeto con una estrategia. Ese es uno de los grandes déficit que quizá expliquen en alguna medida el declive que hemos tenido. Hemos pasado de un 20% a un 14%. Es algo sobre lo que todavía no nos ha dado tiempo a debatir.

Nos hemos enzarzado en peleas institucionales y electorales en los que además hemos visto unos procesos de divisiones internas que son el resultado de ese desequilibrio. Y lo hemos visto con enorme fiereza en todo 2019. En Galicia, en Cataluña, en Valencia… Lo hemos visto en todas partes. Hemos tratado de combatir ese número interminable de escisiones, y creo la gente al final, en las distintas elecciones, básicamente ha primado la unidad. Y hemos resistido. Ahora vamos a otro nuevo reto. Pero esas luces cortas que nos obligan a resistir, no dejan de complementarse con esas luces largas. Y las luces largas lo que explican es que, con el porcentaje aproximado que tenemos ahora mismo en las encuestas, y utilizándolo como una aproximación al apoyo social que tenemos, somos incapaces de cumplir nuestros objetivos. Hay que seguir construyendo ese bloque histórico. Abordando los espacios de socialización y también sabiendo gestionar una discrepancia interna que de momento ha conducido a escisiones. Eso significa repensar el espacio de Unidas Podemos para que pueden integrarse en él no solo gente que se ha marchado, sino sobre todo nuevos actores sociales, actores políticos que puedan estar interesados.

Estratégicamente, el objetivo no puede ser alcanzar el 20%, tiene que ser colonizar, si se permite la expresión, el sentido común de la sociedad. Un elemento muy importante es el electoral, pero todo lo demás no lo hemos abordado. En eso hay que aprender mucho del Partido Comunista del tardofranquismo, cómo estaba presente en todo espacio social politizado. Eso nos falta. Unidas Podemos ahora desgraciadamente es una opción electoral, es la más atractiva, la más fuerte, pero todavía no es más que eso. 

Más País, ¿cabe en ese proceso de refundación? ¿Ha servido al interés del PSOE de reducir a Unidas Podemos en estas elecciones?

Cuando convoca las elecciones, el Partido Socialista, y sobre todo cuando, en los cinco meses desde el 28 de abril, no negocia y utiliza el chantaje como única arma, sí que estaba pensando en el debilitamiento de Unidas Podemos. Y uno de los instrumentos que quería utilizar era la propia fragmentación que se podía dar en Unidas Podemos. Por eso en Izquierda Unida, a pesar de las discrepancias, siempre hemos defendido la unidad. Eso no quiere decir que el proceso de Más País sea el resultado consciente de una acción del PSOE, simplemente que ha sido instrumentalizado. Eso sí, el Partido Socialista parece que rectifica a lo largo de las primeras semanas en que se presenta Más País y cierra la puerta a muchas de las opciones del partido de Íñigo Errejón. Lo hace quizá pensando en su espacio electoral pero deja a Más País en una situación muy incómoda, porque le provoca una paradoja: Más País llama a un entendimiento con el PSOE, un entendimiento que en algunos casos no termina de comprenderse muy bien porque no termina de justificarse esa equidistancia sobre lo que ha pasado en los últimos cinco meses justo en el momento en el que el Partido Socialista recorre a grandes zancadas su giro hacia la derecha. Después de las elecciones, el espacio político del errejonismo tiene que tener cabida dentro de ese bloque histórico. Hay que ser capaz de aislar la decisión de unos cuantos, que puede ser inoportuna en mi opinión, de lo que es el sentido político de la izquierda moderada, más pragmática o como se quiera definir, que cabe y tiene que caber en el bloque histórico. Porque este no se construye en base a ortodoxias o a espacios homogeneizadores, sino con espacios que tienen muchas ventanas y que deben permitir un ir y venir continuo de muchos actores sociales. Yo visualizo ese espacio, en el que caben desde posiciones autonomistas, de movimientos sociales, más horizontalistas, hasta las posiciones más populistas y las más clásicas de vinculación con los sindicatos de clase. Todo eso tiene que entrar, y para eso hace falta crear un bloque histórico en el que ha de haber reglas, normas, en las que todos nos podamos sentir cómodos, a pesar de nuestras discrepancias. Si esas reglas no existen, es muy probable que eso no fructifique.

Pero diferenciaría la acción de presentarse a elecciones de Más País, que creo que es inoportuna y que puede tener consecuencias graves en término de reparto de escaños, con la existencia de eso que llamamos “errejonismo” de una forma demasiado ligera y que es una izquierda que no es del PSOE pero que tampoco comparte lo que pueda decir yo. Hay que articular ese bloque. Creo que es el único camino. Si no, estaríamos abocados a encontrarnos después del 10 de noviembre con un Unidas Podemos en el entorno del 13 o 14 o 15% y un Más País en el entorno del 4 o el 5%. En ambos casos son insuficientes. Yo ya conozco el entorno del 5%, soy de Izquierda Unida. Y eso no va a ninguna parte... pero resulta que el 15% tampoco. Entonces, tenemos que seguir construyendo, trabajar con mesura, pero ser más ambiciosos y no conformarnos con esos espacios electorales.

 

En la imagen superior, Alberto Garzón. Foto David F. Sabadell

 

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Fuente: El Salto Diario