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Cultura - Libros / Literatura
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Martes, 01 de Marzo de 2011 06:06

    Stéphane HesselEl éxito librero en Francia es un folleto titulado Indignez-vous!, de sólo catorce páginas, a las que se añaden algunos comentarios para alcanzar las 32, y así venderlo a 5,25 euros. Su autor, Stéphane Hessel, tiene 93 años, y una historia trágica muy vinculada a la del siglo XX: nacido en Berlín de padres judíos, la familia se instaló en Francia en 1924, en donde sufrió la ocupación nazi. Integrado en la Resistencia, detenido por la Gestapo, torturado, preso en campos de concentración alemanes, diplomático tras la liberación, miembro de la comisión encargada de redactar la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, partidario de la independencia de Argelia, conoce el éxito con este folleto, que lleva ya doce ediciones en Francia.

 

Hessel se dirige especialmente a los jóvenes, para dictarles algunos consejos. Lo hace basándose en su larga experiencia, y a partir de las ideas que impulsaron sus actividades políticas. Como veterano de los movimientos de resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia libre, hace un llamamiento a los jóvenes para que recojan la herencia de los ideales impulsores de la Resistencia: "Les decimos: ¡relevadnos, indignaos!" (traduzco de la edición hecha por Indigène, página 11).

   Intenta comprender   qué causó la ascensión del fascismo, y deduce que el motivo estuvo en el miedo de los poderosos a la Revolución Soviética, que implantó una sociedad sin clases. Pero si él mismo aplaudió la victoria del Ejército Rojo sobre el nazismo, y creyó que el comunismo era imprescindible para contrabalancear al capitalismo norteamericano, después asegura que se le impuso "la necesidad de oponerse a esta forma insoportable de totalitarismo" (p. 13).

 

 La coexistencia entre capitalismo y comunismo

   Falla la lógica en esa argumentación. La forma más intolerable de totalitarismo es el nazifascismo, como Hessel sufrió en carne propia, y como supimos los que padecimos la dictadura en España. Todos los pueblos que deseaban mantenerse libres se unieron para derrotar al

 nazifascismo, y lo consiguieron, tras la guerra más sanguinaria conocida por la humanidad en su terrible historia. El comunismo y el capitalismo representan sistemas incompatibles, pero se aliaron contra un enemigo común, frente a unos dictadores ansiosos por esclavizar al planeta entero.

   Desde 1917 la Unión Soviética era considerada la patria común de los trabajadores de todos los países. Los pobres del mundo, los parias de la Tierra, confiaban en su liberación dentro de una sociedad sin clases. Los capitalistas se pusieron en guardia y tomaron medidas para mantener sus privilegios, y una de ellas consistió en mejorar las condiciones laborales y salariales de los trabajadores, porque los necesitaban ineludiblemente para mantener la producción y sus beneficios económicos.

   Así que el comunismo, implantado inicialmente en la Unión Soviética y después en otras naciones, se convirtió en la esperanza de los trabajadores. Por un lado, se aprovechaban ya del temor que su nombre inspiraba a los capitalistas, lo que les obligaba a incrementar los derechos de sus asalariados. Por otro, tenían puesta su esperanza en alcanzar un día el modelo soviético de vida.

Un útil contrabalanceo

   El comunismo y el capitalismo han coexistido en paz, recelando uno de otro, como es natural, dado que son ideologías opuestas, pero respetándose mutuamente. Ninguno de los dos sistemas podía transigir con el nazifascismo, y por ello se asociaron para destruirlo. Como quiera que algunas personas no se avenían con el sistema imperante en los países en los que residían, se pasaban al otro lado.

   El contrabalanceo entre el comunismo representado por la Unión Soviética y el capitalismo acaudillado por los Estados Unidos, sirvió para que los dos sistemas se desarrollaran pacíficamente. Es verdad que los capitalistas se consideraban en una "guerra fría" contra el comunismo, pero la humanidad respiraba tranquila mientras no se calentase. La pugna se encauzó por la tecnología, manifestada en una absurda competición por ganar la carrera espacial, con victorias de la Unión Soviética, pionera en el desarrollo científico, gracias a sus planes de educación igualitaria.

   El egoísmo de los poderosos, de acuerdo con la idea de Hessel, tuvo su contención inevitable en los avances comunistas. El único afán de los poderosos consiste en incrementar su capital, por lo que están dispuestos a organizar guerras de conquista para colonizar territorios de apetitosas materias primas. Pero se reprimen si saben que hay un poder opuesto, poseedor de armas muy avanzadas tecnológicamente, y defensor de los derechos de los pobres, porque temen perder todo cuanto poseen, en el caso de estallar una guerra de resultado incierto, quizá contrario a sus intereses.

   En consecuencia, al desaparecer la Unión Soviética los capitalistas perdieron el miedo a una confrontación armada, y desde entonces se consideran facultados para adoptar cualquier iniciativa en ampliación de sus ganancias. Se ha terminado ese contrabalanceo tan útil aludido por Hessel. Ahora mismo se libran guerras coloniales en Irak y Afganistán, dos países ricos en materias primas, y por eso apetecidos por el capitalismo, que los ha invadido con total impunidad, al ser más poderoso que ellos.

 

Violencia contra violencia

   Recuerda Hessel un comentario de Jean-Paul Sartre escrito en 1947: "Y si es verdad que el recurso a la violencia contra la violencia se arriesga a perpetuarla, es verdad también que constituye el único medio de hacerla cesar" (p. 19). Los pueblos invadidos por el colonialismo capitalista deben oponerse violentamente a la agresión. Asimismo, los pueblos esclavizados por dictadores fascistoides, tienen el derecho y la obligación de enfrentarse violentamente a ellos, para librarse de su violencia.

   Es lo que sucede ahora mismo en los países árabes del Norte de África, dominados por dictadores con nombre de reyes o de presidentes de pseudorrepúblicas vitalicias y hereditarias, semejantes en todo a una monarquía absoluta. Este año 2011 ha comenzado con revoluciones populares contra las tiranías, hasta ahora con éxito. Es el alzamiento de los parias contra el dominio de sus explotadores. Han recurrido a la violencia contra los violentos, y con ello han engendrado nuevas violencias, pero no tenían otro medio de liberación. Empezó Túnez el 14 de enero, y su ejemplo se ha extendido a los países sometidos a dictaduras, mediante una violencia justa.

   Por eso resulta una ingenuidad la declaración de Hessel: "Estoy convencido de que el porvenir pertenece a la no-violencia, a la conciliación de las culturas diferentes. La humanidad deberá franquear su próxima etapa por esta vía" (p. 19). Tal vez, pero será preciso para ello que los poderosos dejen de ejercer violencia sobre los pobres, y eso solamente es posible en una sociedad sin clases, como la comunista. Los dominados querrán siempre librarse de los dominadores, sean patronos o reyes.