La Transición, el
engaño de un camino encantado
Julián
Zubieta
Deia
21 de
Enero de 2010
La cuestión más frecuente sobre la
Transición española que asoma en la mayoría
de los ámbitos sociales trata sobre cuándo
acabó, en qué fecha se puede dar por
finalizada. Las respuestas son variopintas,
pero la generalidad acota las fechas que
tienen relación con el golpe de Estado de
1981 o la victoria socialista en las
elecciones de octubre de 1982. Pero ¿cuándo
empezó a gestarse la Transición? No fue un
aquí te pillo, aquí te pongo. La Transición
se había fraguado mucho antes de la
desaparición del dictador.
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El camino de la Transición estuvo lleno de obstáculos y
problemas. Al igual que Ulises en su regreso a Ítaca,
aquella tuvo que enfrentarse a numerosos episodios que
la pusieron a prueba. La provocación que sufrió la
tripulación de la nave de Ulises, el encantamiento de
las sirenas, fue repelida porque les taponaron las
orejas con cera; pero los navegantes de la nave que
transportaban la tan deseada libertad se dejaron engañar
por los cantos atrayentes. Ulises se ató a un mástil,
previendo que el deseo de escucharlas fuera nefasto para
su regreso. La Transición, ató al mástil a la tradición
y dejó a la libertad con los oídos sin taponar.
En las transiciones políticas en general, y más la que
nos corresponde, es capital considerar los efectos
perversos que las acciones de los humanos, en relación
con la realidad, consciente o por casualidad, se sirven
de una coyuntura que ejerce de trampolín. En este caso,
la Transición fue el engaño, la coartada, para la
autotransformación del franquismo hacia una democracia
de masa, de control y de opinión (sin la participación
de los partidos políticos, quedando los ideales y
orientaciones políticas dentro del corsé franquista, de
manera que la población quedó al margen de la
transformación).
Ese camino idílico y encantador que nos han ofrecido desde
las esferas del poder, ese itinerario que la Transición
realizó atada al mástil, no tiene nada que ver con la
reconciliación entre vencedores y vencidos unidos con el
objeto de construir una verdadera democracia ejemplar,
que sirviese de modelo a otras muchas. No. Lo único que
se consiguió por este camino fue entretener con razones
aparentes y engañosas a las fuerzas populares, que
fueron la fuerza motriz que movía la nave.
Tan sólo recordar que todas las transiciones ocurridas
entre los años 70 y 80 del siglo XX se hicieron bajo el
control de los Estados Unidos. No son pocas. Aunque
nosotros nos quedamos con las de Portugal, Grecia y
España, no debemos olvidarnos del deshielo de los países
comunistas de la Europa Central y Oriental y su
progresivo acceso al sistema democrático. Europa
Occidental vivía por aquellos años un desencanto
político que apartaba a la sociedad de los partidos, los
cuales sólo luchaban por conseguir el control de sus
respectivos Estados. Bajo esta coyuntura, todas las
transiciones parten desde una misma estructura: todas se
hacen desde el poder (socio-político) dominante; los
actores principales son las organizaciones políticas
formalizadas, partidos e instituciones legalizados
(quedan fuera las fuerzas populares, antes mencionadas);
el instrumento privilegiado no es la confrontación, sino
el pacto. Para que éste funcione se pide la condonación
y el olvido de unos actos que tienen su protagonismo en
los autocráticos; finalmente el pacto está garantizado
por grupos de personas que pertenecen a la escala media
de la sociedad del respectivo país, que avalan
simbólicamente la posibilidad de cambio, con
antecedencia democrática en sus actos públicos.
El origen de la Transición española, que no es
innovadora, parte a comienzos de los años cincuenta del
siglo pasado: El gobierno estadounidense desarrolla una
nueva táctica en Europa tras la II Guerra Mundial, con
actitud más proteccionista. Se desarrollan reuniones con
los representantes de los diferentes países europeos y
allí se encontraba Nicolás Franco Bahamonde, embajador
en Lisboa, negociando. Estas reuniones fueron el
antecedente del Club de Bilderberg, mayo de
1954. Para el Time, "se reunían para planificar
acontecimientos mundiales" que dieron paso a la Comisión
Trilateral (el supergobierno del mundo) por donde
pasaron dirigentes españoles, como Manuel Fraga y
Leopoldo Calvo-Sotelo. Poco a poco se iban construyendo
en los astilleros las diferentes naves de transito. Cabe
afirmar, como argumenta Vidal Beneyto, que la
intervención militar en España era insostenible, como
prueban los documentos oficiales de los Estados Unidos
referentes a este tema. Los contactos de Vernon A.
Walters, perteneciente al servicio de inteligencia de
EE.UU. y enviado personal de Richard Nixon, con el
general Franco y la cúpula del Ejército español
"permiten afirmar que la permanencia de España en la
órbita occidental estaba asegurada después de la
desaparición del dictador"
En el famoso Contubernio de Munich
(1962) se pusieron en contacto el antifranquismo en el
exilio y los movimientos antifranquistas del interior
del país. Las negociaciones incluían las intenciones de
Alemania, Francia, Italia y EE.UU., que necesitaban
integrar plenamente a España en sus estructuras
económicas y militares. La coyuntura anticomunista
necesitaba todos los remos y la nave española navegaba
al ritmo que imponían los dirigentes mundiales. Estos
hechos nos indican que la Transición no fue dirigida ni
ideada aquí, por lo menos, tanto como nos lo han hecho
creer. En 1974, la Juntas Democráticas "negociaron" la
Transición, fue un proceso dirigido por las élites
políticas del franquismo, que cooptaron a los
reformistas de izquierdas al proceso. Manuel Vázquez
Montalbán defendía que "los sectores sociales que
ganaron la guerra civil volvieron a ganar en la
Transición empleando a los reformistas del franquismo y
a los reformistas de la izquierda". Desde 1953 la baza
de seguir con la monarquía dinástica estaba aprobada, el
único cambio que Franco propuso, y que fue aprobado, fue
cambiar a Juan de Borbón (tildado de moderado) por Juan
Carlos (amamantado por él). Luego, la banalización de la
dictadura se ha transformado en naturalización histórica
del franquismo y de su transición.
En la leyenda de Jasón y los Argonautas, los
marineros se salvaron por los cantos de Orfeo, que
distrajeron a las sirenas y así se salvaron del
desastre: éstas, derrotadas, se convirtieron en piedras.
La Transición española encalló y los engaños de las
sirenas suenan encantadores rebotando en las piedras de
una libertad pactada.
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