La deuda tiene siete décadas. La
contrajo una nación con un puñado de
decididos héroes fanáticos del arte,
poco dados a pensar que el genio
tiene que ver con las nacionalidades
o los pasaportes. Doce responsables
de nueve museos de todo el mundo,
después de días de lucha,
negociación y tensión, lograron
hacer trasladar en 71 camiones las
obras maestras del Museo del Prado
por la frontera con Francia para
cargarlas en un tren desde Perpiñán
hasta Ginebra. Fue en febrero de
1939.
La pinacoteca madrileña conserva hoy
lo que lleva dentro, de Las
meninas a La carga de los
mamelucos, entre otras cosas,
por la acción de un comité
internacional compuesto por
representantes de nueve museos de
todo el mundo que, alentados desde
París por José María Sert, lograron
que una colección que había
emprendido una fuga nómada al
principio del conflicto quedase a
salvo en la Sociedad de Naciones de
Ginebra.
Este lunes, en un homenaje con
representantes de aquellos museos
-Louvre, National Gallery, Tate,
Wallace Collection de Londres, Museo
de Arte e Historia de Ginebra,
Rijkmuseum de Ámsterdam,
Metropolitan de Nueva York, Museos
Reales de Bellas Artes de Bruselas y
Museos Nacionales Franceses-, el
presidente del Gobierno, José Luis
Rodríguez Zapatero, les impondrá la
Orden de las Artes y las Letras,
otorgada ayer en el Consejo de
Ministros. Después se inaugurará la
exposición Arte salvado en
plena calle y por la tarde dará
comienzo el congreso internacional
Patrimonio, guerra civil y
posguerra, dirigido por Arturo
Colorado, experto de la Universidad
Complutense, y organizado por la
Sociedad Española de Conmemoraciones
Culturales (SECC).
Fue un éxodo con final incierto. Un
viaje sin rumbo fijo que terminó con
la misión cumplida: salvar de los
bombardeos y el saqueo las obras
maestras, entre las que había 525
cuadros, 180 dibujos y las joyas del
Tesoro del Delfín. El Gobierno de la
República encargó en un principio la
misión de sacar todo de allí a María
Teresa León, esposa de Rafael
Alberti. "Pero si hay un
protagonista de principio a fin en
toda esta historia ése es Timoteo
Pérez Rubio, responsable de la Junta
del Tesoro Artístico", comenta
Colorado. Su labor desde el
principio fue la que acabó
implicando al comité: "Ellos
vinieron a avalar internacionalmente
el trabajo que realizaron en España
los responsables de la Junta y que
produjo el milagro de que hoy
conservemos estas obras maestras",
afirma Miguel Zugaza, director del
Prado.
Las obras no podían ser guardadas en
los sótanos del museo ni en los del
Banco de España porque se había
demostrado que la humedad las
dañaba. La determinación del
Gobierno fue fundamental. "Se hizo
muy bien. Hay que actuar con la
cabeza fría en esas circunstancias",
asegura Judith Ara, coordinadora de
conservación del Prado. El propio
Manuel Azaña se ocupaba
personalmente y tenía las obras bajo
custodia. Él mismo dijo a Juan
Negrín: "El Museo del Prado es más
importante para España que la
Monarquía y la República juntas".
Los tesoros viajaron primero hacia
Valencia. De ahí a Barcelona y de la
capital catalana a Figueres. "Allí
se guardaron en tres lugares: el
castillo de Perelada, el de San
Fernando y en la mina de Talco",
relata Colorado, que ha investigado
el tema en su libro Éxodo y
exilio del arte (Cátedra).
Apenas sufrieron daños. "Tan sólo
Los fusilamientos del 2 de
mayo, que fue rasgado por un
balcón a su paso por un pueblo. Son
sus heridas de guerra", declara
Zugaza.
Pero no siempre el compromiso
internacional fue decisivo. De
hecho, María Teresa León ataca
duramente a los responsables de
pinacotecas europeas por
desentenderse al principio de la
guerra. "Es en 1939 cuando se
produce el cambio. Fueron los
responsables de los museos a título
personal y poniendo dinero de sus
bolsillos los que finalmente
negociaron con el Gobierno de la
República en retirada la necesidad
de trasladar las obras a Ginebra.
Eso les da todavía mucho más
mérito", asegura Colorado.
El 3 de febrero de 1939 se firmó el
acuerdo. Había que conseguir
camiones. Los franceses no los
proporcionaban. "No sé cómo, el
Gobierno se hizo con ellos dentro de
España, desalojando soldados y
ciudadanos en retirada en
circunstancias dramáticas", relata
Colorado. Durante cuatro días
seguidos, los 71 vehículos partieron
hacia Perpiñán, donde se cargarían
en un tren hasta Ginebra para pasar
a custodia de la Sociedad de
Naciones. Quedaron depositadas allí
con la condición de no ser devueltas
hasta que terminara el conflicto.
La acción marca un precedente
histórico. "El del concepto de
Patrimonio de la Humanidad. Es la
primera vez que representantes de
varios países se ponen en marcha
coordinadamente para salvar algo que
consideran un bien universal", aduce
Colorado. "Fue fundamental para el
resto de conflictos bélicos", agrega
Zugaza. "Los métodos fueron
novedosos y sirvieron después para
legislar en ese sentido", cree
Judith Ara.
Pero todo tiene sus sombras. El
acuerdo finalmente no se respetó.
"No, porque el Gobierno de Franco
reclamó las obras en marzo y le
fueron entregadas en 28 de ese mes,
días antes del final", comenta
Colorado. Varios cuadros no salieron
hasta meses más tarde. Los
nacionales acordaron con el cantón
de Ginebra que podían realizar una
exposición. Se hizo entre junio y
agosto aunque la mayoría de las
obras fue regresando hacia Madrid.
Fue un éxito: 400.000 personas
visitaron la muestra y Hitler quiso
hacer con ellas una similar en
Berlín. Pero cuando se recuperó el
tesoro no hubo cuentas a pagar. "Sert
escribió insistentemente al Gobierno
de Franco para que se abonaran los
gastos de traslado al menos al
comité. Para él era una deuda
moral", según Colorado.
Pero Francisco Franco, que
consideraba a ese comité de
salvación colaboracionista con los
republicanos, no hizo ni caso. El 7
de septiembre regresaron las obras a
Madrid. Las conducía un tren que de
noche llevaba las luces apagadas
para no ser atacado. Se salvaron así
de otro conflicto. Justo una semana
antes, el primero de septiembre,
había comenzado la II Guerra
Mundial.