La indiferencia cómplice PDF Imprimir E-mail
Opinión / Actualidad - Política
Escrito por Esther Palomera   
Martes, 27 de Abril de 2021 08:25

Hay una parte de la sociedad contagiada de odio dispuesta a hacer del nuestro un país de mierda –con perdón– en el que un tarado puede desear la muerte de otro porque piense distinto; un necio exhortar al adversario que se largue de España y otro botarate insultar al comensal de la mesa de al lado en un restaurante. Está pasando

Cuando se había apagado el eco de las pedradas en Vallecas, vino el repugnante cartel contra los menores extranjeros y después la frivolización de las amenazas de muerte a sus adversarios. Vox necesitaba entrar en campaña y ha entrado de la peor forma. De modo nauseabundo. Una vez más. Rocío Monasterio necesitaba una excusa para colarse en un marco electoral del que estaba ausente por obra y gracia de Díaz Ayuso y Pablo Iglesias encontró, sí, un motivo de peso para hacerse visible en esta campaña electoral. La diferencia es que una eligió voluntariamente su infame estrategia y al otro le empujaron involuntariamente al centro de la escena.

No parece muy cabal ni muy decente situar en el mismo plano a quien ha sido amenazado de muerte con quien además de mofarse de ello, invita a la víctima a marcharse de España. Esto es lo que hacía ETA en los tiempos de plomo y conviene que no lo olvidemos. El amenazado, sea Iglesias, Casado, Arrimadas o Sánchez, nunca puede ser el culpable de la amenaza igual que un apedreado tampoco puede ser el responsable de la pedrada.

Parece que la vileza ha llegado para quedarse en la política y ha traspasado con creces los límites del Congreso de los Diputados. Como consecuencia de ello, hay una parte de la sociedad contagiada de odio dispuesta a hacer del nuestro un país de mierda –con perdón– en el que un tarado puede desear la muerte de otro porque piense distinto; un necio exhortar al adversario político que se largue de España y otro botarate insultar al comensal de la mesa de al lado en un restaurante. Está pasando. En el debate político y en la calle.

Un país de mierda, sí, en el que la atmósfera además de irrespirable ha causado ya importantes grietas en la convivencia, además de convertir al periodismo en activismo o en blanqueador de discursos antidemocráticos, según la parroquia a la que se escuche. Todo mientras hay quien se dedica a celebrar los memes incendiarios que reenvían los "chistosos" de los grupos de whatsapp jaleando que lluevan las balas o las navajas, como si con ellos no fuera esta batalla.

Nos concierne y nos obliga. Por indiferencia, por apatía o por ceguera otros se convirtieron en cómplices de los crímenes del nazismo, como recordó la periodista francoalemana Géraldine Schwarz en un ensayo publicado por Tusquets bajo el título 'Los amnésicos', donde sostenía que "el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia colectiva porque los verdaderos verdugos son unos pocos" y que "la indiferencia mata más que los monstruos".

Si hace diez años, alguien nos hubiera dicho que la extrema derecha marcaría la agenda política de nuestro país y que sería la tercera fuerza política del Congreso de los Diputados, no nos lo hubiéramos creído. Si algo tuvo la transición hacia la democracia fue que los extremismos quedaron fuera del tablero político, a pesar de que, elección tras elección, pudieron concurrir con sus fanáticos y esperpénticos programas.

Algo ha fallado en la política, pero también en los medios y en la sociedad, para que Vox esté hoy donde está, condicione la vida pública y se le permita esparcir su discurso de odio en el Parlamento y en los medios de comunicación. ¿Recuerdan? Primero fueron contra las mujeres, luego contra los inmigrantes y ahora contra sus adversarios. O nos lo hacemos mirar entre todos o llegará un día en que vayan contra los enfermos, los dependientes o los parados y ya será tarde para preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí.

No entrar al trapo de la provocación y negarse a seguirles el juego es tan legítimo como intentar desenmascarar con la palabra la indecencia y la trivialización con la que ellos tratan de erosionar la convivencia y los fundamentos más elementales de la democracia. Cada uno es libre de elegir el papel que desempeñar pero lo que no hay es un motivo con el que se puedan justificar las balas o las navajas manchadas de sangre ni por el que culpar al amenazado de la amenaza. Con la violencia pasa lo mismo que con la libertad de expresión. O se está contra ella o se está a favor. Sin matices, sin peros, sin componendas y sin equidistancias. La fórmula empleada por Monasterio y cía. para evadir un veredicto explícito con una condena genérica contra todo tipo de violencia es la misma que empleaban los batasunos cuando ETA ponía bombas lapa o pegaba tiros en la nunca. Y no es ese el país que desea ningún demócrata que se precie de serlo.

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Fuente: elDiario.es