Las armas de la poesía. Prólogo a la Elegía de los vencidos de Jesús Acacio PDF Imprimir E-mail
Nuestra Memoria - Nuestra memoria /Libros
Escrito por Arturo del Villar / UCR   
Sábado, 31 de Marzo de 2012 03:26

Batalla del JaramaLa defensa que hizo el pueblo español de sus libertades frente a los militares monárquicos rebeldes que deseaban cercenarlas, movió a personas de buena voluntad de todo el mundo a entusiasmarse por la gesta que se desarrollaba en los confines de Europa. El heroísmo de unos muchachos sin ninguna instrucción militar, obreros y campesinos, vestidos con el mono azul de los obreros, calzados con alpargatas, mal armados con fusiles viejos, y hambrientos por la escasez de suministros, empeñados en una lucha desigual contra los ejércitos profesionales mejor armados de Europa, emocionó a personas sensibles de cualquier parte del mundo.

 

   Y puesto que las causas justas incitan a los escritores a memorizarlas para la historia, los poetas encontraron motivos para su inspiración en los acontecimientos puntuales sobre la marcha de la guerra. Las armas volvían a convocar a las letras, para que ensalzasen su utilización en defensa de los valores humanos, conculcados por unos militares golpistas. La guerra sostenida en España contra el fascismo internacional ha sido motivo de una incontable sucesión de libros.

   Los mejores escritores se esforzaron en explicar el heroísmo del pueblo indefenso, atacado por unos militares sublevados a los que apoyaban y armaban las potencias totalitarias europeas: la Alemania nazi y la Italia fascista les enviaron material bélico avanzado y profesionales para manejarlo, el Portugal dictatorial les mandó tropas, y el Vaticano inquisitorial no sólo bendijo a los voluntarios fascistas que venían a matar españoles con sus armas benditas, sino que recaudó fondos en sus templos de todo el mundo para contribuir al equipamiento de los rebeldes.

   Naturalmente, los poetas españoles fueron los más inspirados, para componer unas nuevas canciones de gesta actualizadas, a semejanza de las que en la Edad Media exaltaban la guerra contra los moros invasores. De nuevo los moros habían vuelto a cruzar el estrecho de Gibraltar desde África, animados por los peores españoles de su historia, y se unían a los alemanes, italianos y portugueses en el mismo afán por aniquilar al pueblo que se empeñaba en preservar sus libertades recién estrenadas con la proclamación de la República. Se recopilaron entonces romanceros que enaltecían el heroísmo de la resistencia popular contra los invasores extranjeros y los españoles traidores que les facilitaron la llegada.

 

Escritura y dictadura

 

   La derrota del pueblo conllevó el fusilamiento o la cárcel para los vencidos, y el exilio para los más afortunados en aquella tragedia. Sobre España cayó la dictadura más sanguinaria de toda su historia, prolongada durante 36 años largos. Los vencidos, como se lamentó Quevedo en su tiempo, no podían decir lo que sentían, pero sí sentían lo que decían, porque la censura prohibía cualquier intento de crítica al régimen, y penaba al osado que pretendía hacerla. También la literatura perdió la guerra, así que los mejores escritores se marcharon al exilio, para no tener que imitar a los mediocres que se quedaron y pusieron sus plumas al servicio de los vencedores, en una fanática idealización del culto a la personalidad del dictadorísimo, elegido por Dios para el triunfo, según opinaban los jerarcas catolicorromanos.

   En los años cincuenta la dictadura se consolidó, respaldada por los Estados Unidos y por el Vaticano: fue admitida en los organismos internacionales, y procuró adoptar unas normas legales que eran caricaturas de la democracia. La necesidad de atraer al turismo, única industria nacional viable después de los años de autarquía, obligó al dictadorísimo a disfrazar su régimen sanguinario. En los años sesenta se produjo una tímida apertura de la cerrazón dictatorial. Los escritores, pintores, cineastas y otros artistas lograron incluir atisbos de crítica social en sus obras.

   Debió de ser por entonces cuando Jesús Acacio inició su poemario Elegía de los vencidos, aunque no lo dio por concluido hasta la década siguiente. El libro está fechado en 1978, cuando ya reinaba el monarca designado por el dictadorísimo para perpetuar su régimen genocida; sin embargo, en dos poemas habla de cinco lustros pasados desde las circunstancias evocadas en los versos, lo que sitúa la escritura de ese texto en 1962 si parte de la batalla del Jarama, o en 1964 si cuenta desde el final de la guerra. Tal vez no lo dio por concluido definitivamente hasta 1978, o quizá ese año lo corrigió, y por eso le aplicó esa fecha. En cualquier caso, es un libro de recuerdos nunca olvidados, sobre la gesta conocida como batalla del Jarama.

 

El río que hizo de frontera

 

   Jesús Acacio fue testigo de los acontecimientos, y años después los recordó en los 22 poemas sin sujeción a métrica que constituyen su Elegía de los vencidos. Él era uno de esos vencidos, uno de los buenos españoles que deseaban vivir en libertad, por lo que lucharon para mantenerla frente al enemigo que pretendía esclavizarlos, y que lo consiguió.

   Recordemos los acontecimientos históricos, base de los poemas. El 6 de febrero de 1937 los militares rebeldes y sus aliados iniciaron una ofensiva en el valle del río Jarama. Su intención consistía en cortar las comunicaciones entre Madrid y Levante, con el fin de cercar totalmente a la capital asediada que resistía heroicamente los bombardeos, por lo que mereció el calificativo de "capital de la gloria". Formaron seis columnas compuestas con tropas marroquíes, legionarios, la Unidad Irlandesa, la Legión Portuguesa, cuarenta baterías de artillería alemana, y un indeterminado número de tanques asimismo nazis.

   Las tropas leales estaban constituidas solamente por tres batallones integrados por cuatrocientos milicianos cada uno, situados en la margen derecha del río. Su clara inferioridad numérica y armamentística no fue impedimento para oponer una valerosa resistencia invencible. El día 11 se incorporó la 11ª División, mandada por Enrique Líster, el del "noble corazón en vela, / español indomable, puño fuerte", según lo definió Antonio Machado en un soneto famoso, y los ataques facciosos fueron repelidos con éxito. Tal es la gesta vivida, recordada y cantada por Jesús Acacio en su libro.

 

El tiempo detenido en las aguas

 

   Elegía de los vencidos consta de tres partes, pero existe una plena unidad estilística y temática entre todos los poemas. Comienza con una observación que va a servir de estribillo: "Pasa el agua". El río es imagen de la vida humana, con amplia tradición en la literatura castellana, desde que Jorge Manrique estableció la comparación en un poema dedicado precisamente a la muerte de un guerrero esforzado. El paisaje campestre es muy bello. El poeta contempla el lento deslizarse del río Tajo y evoca otros momentos que no tuvieron nada de idílicos. Pensamos en Garcilaso, tan aficionado a descansar en esos parajes para cantarlos travestido de pastor, cuando no estaba haciendo la guerra también él, hasta que en medio de una se encontró con su muerte por servir a un tirano absolutista ansioso de poder.

   El segundo poema repite el motivo del agua, al asegurar que "el tiempo se encuentra detenido / en el agua". Una curiosa paradoja, puesto que el agua del río no cesa de fluir, como ya advirtió Heráclito y sintetizó en su aforismo famoso panta rei, base de su filosofía, además de afirmar que la guerra es el origen de todas las cosas, una deplorable teoría basada en las peculiaridades de la naturaleza humana. Sin embargo, a Jesús Acacio le parece que ese perpetuo fluir contiene detenido al tiempo. Al observarlo en ese instante apacible, el poeta recuerda aquellos momentos de violencia, asunto ampliado en el tercer poema:

 

[...] ¿Puedo escuchar al río,

dentro de mí, sin ver en su cinta

el pasado, sus movidas imágenes?

   Las zanjas, las trincheras, dejaron

cicatrices; [...]

 

   La memoria del poeta retrocede, en busca de un esclarecimiento explicativo para esa angustia padecida, y así el cuarto poema se ambienta en el fatídico mes de julio de 1936, cuando se produjo la sublevación de los militares monárquicos. El cielo se llenó de formas ruidosas, los aviones rebeldes que iban a destruir no solamente la paz de los españoles, sino también su vida.

 

Como las hojas de los árboles

 

   En el quinto poema se materializa la alternancia entre los dos planos temporales. Los recuerdos vuelan en la memoria del poeta, como las aves a las que ve surcar el cielo en ese presente, imágenes felices ahora de los bombarderos fatídicos. Esas tierras y ese río son los mismos que se hallaban allí en aquel tiempo feroz y lejano, pero son otros. El paisaje del tiempo actual en la escritura no se parece al recordado, ese paisaje presentificado en la rememoración de unas escenas bélicas inolvidables porque son inhumanas.

   "Pasa el agua", repite el sexto poema, volviendo al estribillo inicial. Pasa el agua del río hacia su desembocadura en el mar, que es imagen de la nada, pero el tiempo se ha detenido en la memoria del poeta. Al ver caer las hojas amarillas de los árboles en el otoño presente, cavila sobre los soldados que cayeron también sobre la tierra, para abonarla con sus cuerpos: "Toda una juventud / caída en sacrificio nos servirá / de ejemplo", asegura, porque su muerte no fue en vano, aunque se perdiera la guerra; su ejemplo nos sirve a los que pensamos en ellos con admiración, unos héroes anónimos sacrificados al dios de la guerra por los enemigos de la libertad.

   Un nuevo estribillo se repite en el séptimo poema, "Poco a poco". El agua del río se lleva las ramas muertas, mientras la vida continúa en el pueblo cercano en este presente de la escritura. La vida se superpone a la muerte, y el olvido trabaja sobre la memoria poco a poco. Así se va completando el poemario, poco a poco, a medida que los recuerdos regresan de su mundo lejano.

   La misma idea aparece en el octavo poema. Describe un paisaje bucólico en verano, cuando las aguas del río discurren mansamente, los campesinos trabajan, y las aves y los insectos vuelan por un aire tranquilo. Ya nadie recuerda "cómo por los recodos de las lomas / la lucha fue dejando señales". Todo es sosiego y tranquilidad en el hoy deseoso de superar las tragedias sufridas.

   Pero el poeta entrevé otro paisaje disimulado bajo el que le enseñan sus ojos. Lo cuenta en el noveno poema, al decir que sus ojos entornados miran los fantasmas salidos del pasado. Así termina la primera parte del libro, dedicada a ensamblar el tiempo de la guerra lejana con las escenas de paz de un ahora que no puede ser feliz porque conserva presentificado el horror insuperable del pasado. Su soledad a orillas del Tajo no es amena, como la de Garcilaso, sino triste: él fue uno de los hacedores de aquella historia imborrable.

 

No es posible el olvido

 

   La segunda parte comienza reviviendo el pasado, ya que "Sólo cortísimos / períodos de tiempo nos separan / de la guerra". El tiempo no transcurre cuando es inolvidable el pasado. Ahora las aguas del Tajo son claras, pero no hace mucho eran rojas, igual que las del Tajuña, y las del Jarama, y las del Manzanares, rojas por la sangre de los soldados muertos. Murieron por decisión de los miliares monárquicos rebeldes contra el orden constitucional, los señores de la guerra organizadores de aquella matanza. El poeta recuerda a los milicianos que combatían por su libertad, y los llama "muertos sin culpa". Evoca al coro de mujeres enlutadas que lloraba al verlos. Y terminó la guerra, pero lo que aconteció después resultó peor, fue "la paz / del miedo", el triste destino de los vencidos supervivientes, encerrados en la inmensa prisión que fue la España sometida a la dictadura.

   El tema continúa en el segundo poema, una meditación acerca de los tres años de guerra, que abrieron un millón de tumbas para los muertos sin culpa, unas tumbas que imagina todavía calientes en la tierra fría. El recuerdo se impone sobre el tiempo. No es posible el olvido para quien sufrió aquella tragedia. En estos versos se encuentra la explicación del poemario: Jesús Acacio compuso la Elegía de los vencidos porque no podía olvidar los hechos:

 

¿Puede el temor del débil diluirse

en el tiempo poco a poco, olvidarse?

Yo no lo sé. Las cosas fueron así

o acaso yo las vería así, deformadas,

con ojos de rencor o de miedo,

después de la derrota.

 

   Esta elegía no está dedicada a los vencidos, no es una "elegía para los vencidos", sino la elegía escrita por uno de los vencidos, es la voz de los derrotados que no pueden olvidar. Algún día tal vez será factible descargar la memoria, explica el tercer poema, cuando llegue "la paz verdadera", no la impuesta por los triunfadores, sino cuando España recupere la legalidad constitucional perdida con la derrota. Cuando eso suceda será el tiempo de superar "los errores que hicieron / del pasado semillero de muertos". Ahora todavía le duele en su carne el recuerdo presentificado. Y los lectores compartimos el sentimiento.

 

Tiempo de llorar

 

   Continúa vivo el horror, porque siguen en pie los cementerios saturados, como perpetua memoria de "Las luchas que hoy sabemos / inútiles", afirma el cuarto poema de esta segunda parte. Los que sobrevivieron se preguntan para qué murieron tantos compañeros, solamente por conformar el afán de poder de unos criminales. Las guerras son útiles para quienes las ganan, aunque con el paso de los años también los vencedores mueren, e incluso los imperios que forjaron se hunden. Así que en verdad las guerras son inútiles, porque el triunfo es efímero.

   Los muertos habitan en la memoria del poeta. El quinto poema revive a un miliciano, un "niño talludo" que murió sobre su hombro mientras conversaban, y cuenta cómo cogió su fusil para seguir disparando y vengar su muerte a la vez que defendía su vida. Este gesto era una constante en el ejército leal, falto de armamento: varios milicianos compartían un solo fusil, y cuando uno caía lo heredaba otro. De este modo se cumplieron tantas escenas de heroísmo en las trincheras, frente a un enemigo pertrechado con las armas más modernas y mortíferas por las potencias totalitarias enemigas de la libertad.

   Continúa explicando que entonces no tuvo tiempo de llorar por el compañero muerto, ya que necesitaba combatir por los dos sin distraerse. Lo hace ahora, al cabo de los años, pero no solamente por él: "por él, por todos / ellos: amigos y enemigos", puesto que todos fueron víctimas de la sinrazón de unos pocos sectarios, convencidos de estar guiados por el dedo de su dios guerrero para salvar a la patria. A su manera, desde luego.

 

El exilio y la esperanza

 

   El sexto poema de la segunda parte está motivado por el exilio tras la derrota. Afirma que es una imagen "que viene a mi memoria, después / de cinco lustros", es decir, en 1964. Cruzaron a pie los Pirineos o embarcaron en los puertos levantinos aquellos que no se resignaban a la esclavitud en su patria encarcelada. También Jesús Acacio emprendió el peregrinaje de hombre libre despatriado: "Yo fui un grano de tierra del alud / de la huida", se lamenta al rememorar aquellas largas filas de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos vencidos que escapaban de las represiones sanguinarias ejecutadas por los vencedores.

   El séptimo poema, último de la segunda parte, relata la vuelta del exilio. Y se pregunta: "¿Cómo fue aquello? ¿Cómo pudo / ocurrir aquello?" La respuesta es muy simple: una de las dos españas, como profetizó Antonio Machado, heló el corazón de la otra. Y venció la peor, la cainita. Muchos españoles murieron, otros escaparon al exilio, y los demás se quedaron en la inmensa cárcel que fue desde entonces España, en donde los vencedores hicieron de carceleros vengativos sin piedad, ya que nadie les pidió cuentas de sus actos. Y sigue sin pedírselas.

   Pero el poema concluye con una llamada a la esperanza, porque cuando están "Cerrados los caminos del odio, / nos queda la esperanza". Algún día tendrá que terminarse el horror, y entonces acontecerá verdaderamente el final de la guerra. Algún día será.

 

Para que no se repita

 

   La tercera parte reactiva los temas ya expuestos. Comienza con la evocación del tiempo omnipresente, tantas veces conjurado: "El tiempo se nos pierde consumido / en distancia", aunque se recupera, se actualiza de nuevo. Han pasado cinco lustros, reconoce, desde los días de la batalla librada en esas tierras, durante febrero y marzo de 1937. El hoy del momento en que escribe, pues, queda fechado en 1962. Las aguas del río se deslizan ahora tranquilamente, como entonces lo hicieron entre cadáveres. Sus fantasmas aún vagan por allí, "fantasmas / que son hermanos míos, hermanos / de mi sangre", dice el poeta. Murieron por culpa de un "inhumano maestro" que les inculcó el rencor para llevarlos al combate.

   Y en ese momento de la escritura, según se lee en el segundo poema, todavía hay algunos que desean repetir aquella historia trágica. Por eso el poeta quiere arengar a sus "hermanos de Castilla", para advertirles que no crean en ellos, porque son mensajeros de muertes y destrucción como los caballos apocalípticos. Les propone que levanten los ojos al cielo y vean cómo lo surcan los satélites artificiales soviéticos, señal del progreso humano y de la paz entre los pueblos.

   Se repite el comienzo del segundo poema en el tercero, para insistir en el tema. Asegura que la patria es de todos los ciudadanos, jamás de una facción. Esta verdad debe estar siempre presente, y el poeta quiere comunicársela a sus lectores.

 

Amanece el futuro

 

   El cuarto poema está dedicado a los jóvenes, "aquellos que no verán la guerra", según declara. No puede haber otra guerra, en su opinión, porque fue demasiado el horror sufrido en la que él rememora en sus versos para que se vaya a repetir. Insiste como estribillo en la expresión "Nunca más", que tantas veces oímos con mayor deseo que confianza. Desde este presente quiere otear el futuro, y predice que "una generación vendrá / purificada, negándole a la lucha / la posibilidad de renovarse".

   Vuelve al tema del inicio el poema quinto, al contemplar cómo "corre el agua por el mismo escenario", semejante a aquel "Pasa el agua" utilizado como estribillo al comienzo del poemario. Allí estuvo el escenario de la batalla, en la que se calcula que murieron cincuenta mil combatientes de ambos bandos. Alude al "millón de vidas que trituró la guerra" durante aquellos feroces años. No puede repetirse, piensa y desea. Y como una confirmación de su esperanza, el poeta ve aparecer el arco iris.

   Continúa esa idea el sexto poema de la tercera parte, con el que finaliza el libro. Aquel desolador paisaje bélico poblado de cadáveres ha de dar paso a "un nuevo Paraíso", puesto que ya "Aires de libertad recorren / las llanuras barriendo las borrascas", que son "Aires de paz, / por toda la transformada herencia". Amanece un nuevo día, que será el del futuro en paz, libre de las herencias malditas recibidas.

   Se despide con la vieja fórmula de los republicanos: "Salud, hermanos, el pasado / se extingue delante de nosotros", y empieza el futuro.

 

Tres expresiones poéticas

 

   Esto es lo que describen los veintidós poemas de la Elegía de los vencidos. Es un canto de dolor por los sucesos que el poeta protagonizó, llevado a la esperanza al final. Está ambientado entre la lírica y la épica, escrito con el apasionamiento de quien fue actor de unos acontecimientos trágicos. Lo ha compuesto un poeta que hace de cronista, y entrega a la historia un testimonio verídico porque lo protagonizó.

   La alternancia entre el paisaje bucólico y el horror de la guerra está muy bien conducida. El lector se queda en la tierra de nadie que separa el tiempo pasado y el presente de la escritura, y desde allí comprueba que las palabras son capaces de revitalizar sucesos custodiados por el corazón, aunque la razón quisiera rechazarlos.

   El poema es además didáctico, en cuanto se propone aleccionar sobre un capítulo espantoso de nuestra historia, para proponer que nunca se repita. De modo que la poesía lírica se une a la épica y a la didáctica para conformar un canto de amor a la libertad y al pueblo que luchó por defenderla.