La segunda Restauración

Julio Anguita
Mundo Obrero Diciembre 2004

Estamos asistiendo a un proceso en el que el armazón político-constitucional y los valores, conceptos y palabras que lo orlan se alimentan del régimen de la primera Restauración alumbrado por Antonio Cánovas del Castillo. La Transición a través de sucesivas derivas e involuciones ha devenido en una restauración de tipo alfonsino con casi los mismos ingredientes que a finales del XIX.

Leyendo las palabras de Zaplana sobre "la esencia de España" o las referencias a las "lecciones magistrales" de Aznar en Georgetown sobre nuestra Historia y ensamblando ambas con la crecida de la Conferencia Episcopal y sus voceros radiofónicos, sacamos una conclusión palmaria: vuelve por sus fueros el nacional-catolicismo.

La operación cosmética de Juan Carlos I o de su padre D. Juan, hecha por los medios de comunicación y los intereses económicos-políticos que han medrado con el montaje del "patriotismo constitucional", culminó en la bajeza de unas Cortes Generales conmemorando el 22 de Noviembre del 2.000 el vigésimo quinto aniversario de su proclamación tras jurar las leyes franquistas. Al situar al Rey por encima y fuera de la Constitución se volvía al doctrinarismo decimonónico que hacía residir la soberanía nacional en las Cortes con el Rey.

Decía Cánovas que "Nación es cosa de Dios o de la naturaleza, no de invención humana…no puede ser, por tanto, una nación producto de plebiscitos diarios, ni de un asentamiento constantemente ratificado por todos sus miembros". Esta concepción, ligada a las conclusiones de Marcelino Menéndez y Pelayo acerca de que la unidad de España sólo era posible a través del Catolicismo enmarcan el sendero ideológico por el ha transcurrido la derecha española y el fascismo surgido de la misma.

Por eso tan difícil establecer en torno a la construcción de España o del Estado Español una reflexión seria, racional y de futuro. Y no sólo por ello sino también por determinado tipo de nacionalismo que se encumbra y potencia en tanto que aparece únicamente como réplica a la otra posición. La nación, las naciones, los pueblos y los Estados necesitan como premisa indiscutible para su existencia y consolidación la voluntad libremente manifestada de sus habitantes. Y por supuesto sin referencia alguna a instituciones que justifican su existencia en su autoproclamada capacidad de intermediación entre los seres humanos y la divinidad.

Malos tiempos para la inteligencia, el conocimiento, el laicismo (no sólo el que disiente de la imposición religiosa) y el sentido de la realidad. Corresponde a la Izquierda asumir el papel de combatiente infatigable sin más armas que la inteligencia, la dignidad y el valor cívico necesario para aguantar el tipo y contraatacar con argumentos y estudio. El neoliberalismo debe ser combatido en la cátedra, el tajo fabril o agrario, la opinión pública y las relaciones sociales. En esta tarea no puede haber ni tregua ni cuartel. Por desgracia no hemos clausurado el siglo XIX.

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