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La República y las mujeres: pocos años, grandes avances
Maite Mola
La
Nueva España 8
de Abril de 2006
El primer tercio del siglo XX es sin duda el momento en
el que por primera vez en la historia de España las mujeres se incorporan de
forma masiva al trabajo remunerado, colaborando así al inexorable proceso de
modernización de la economía española. A partir de los años veinte, el
feminismo español comenzó a añadir demandas políticas a las reivindicaciones
sociales. En 1918 en Madrid se crea la Asociación Nacional de Mujeres Españolas
(ANME), formada por mujeres de clase media, maestras, escritoras, y
universitarias que planteaban ya claramente la demanda del sufragio femenino.
Comienzan a participar en la enseñanza superior, en la creación de la ciencia,
en la cultura, en la vida política y en profesiones hasta entonces vedadas a su
sexo: arquitectas, ingenieras, aviadoras, periodistas,É Aun así, conviene
destacar que en el censo de 1930, se registraba que el 44,4% de mujeres eran
analfabetas en España.
Cuando se instaura la II República, en abril de 1931, la corriente de
pensamiento democrático que en ella participará llevó a una revisión de las
leyes discriminatorias y a la concesión del sufragio femenino, siendo el
proceso bastante complejo y paradójico. Era opinión general, tanto en los
partidos de izquierda como de derecha, que la mayoría de las mujeres,
fuertemente influenciadas por la Iglesia católica, eran profundamente
conservadoras, por lo que su participación electoral devendría inevitablemente
en un fortalecimiento de las fuerzas de derecha. Este planteamiento llevó a que
importantes feministas como la socialista Margarita Nelken (1898-1968) y la
radical-socialista Victoria Kent (1897-1987), que habían sido elegidas
diputadas a las Cortes Constituyentes de 1931, rechazaran la concesión del
sufragio femenino. Clara Campoamor (1888-1972), también diputada y miembro del
Partido Radical, asumió una apasionada defensa del derecho de sufragio
femenino. Argumentó en las Cortes constituyentes que los derechos del individuo
exigían un tratamiento legal igualitario para hombres y mujeres y que, por
ello, los principios democráticos debían garantizar la redacción de una
Constitución republicana basada en la igualdad y en la eliminación de
cualquier discriminación por razón de sexo. Al final triunfaron las tesis
sufragistas por 161 votos a favor y 121 en contra. En los votos favorables se
mezclaron diputados de todos los orígenes, movidos por muy distintos objetivos.
Votaron «sí» los socialistas, con alguna excepción, por coherencia con sus
planteamientos ideológicos, algunos pequeños grupos republicanos, y los
partidos de derecha. Estos últimos no lo hicieron por convencimiento ideológico,
sino llevados por la idea, que se demostró errónea, de que el voto femenino
sería masivamente conservador.
La Constitución republicana no sólo concedió el sufragio a las mujeres sino
que todo lo relacionado con la familia fue legislado desde una perspectiva de
libertad e igualdad: matrimonio basado en la igualdad de los cónyuges, derecho
al divorcio, obligaciones de los padres con los hijos... y la ley del divorcio
(1932), que supuso otro hito. El régimen republicano estaba poniendo a España
en el terreno legal a la altura de los países más evolucionados en lo
referente a la igualdad entre los hombres y las mujeres. Tanto desde las filas
socialistas como desde las conservadoras, aunque siempre con matices y
diferentes grados de entusiasmo, se oyen voces partidarias de un nuevo tipo de
mujer, que viste y se comporta de acuerdo con las pautas vigentes en otros países
europeos. En un país con un patriarcado tan arraigado, era, sin duda, demasiada
audacia, pero el sentimiento general era el de vivir una nueva época.
La campaña electoral de 1933 fue utilizada tanto por la derecha como por la
izquierda en un claro intento de manipular a las mujeres. Los lemas: «Que no
pese sobre la mujer la derrota de la derecha» o «Madres, que vuestros hijos no
piensen que su falta de libertad se debe a que sus madres no consiguieron
liberarlos» eran un claro chantaje hacia las mujeres de uno u otro bandos.
Feministas y republicanas se negaron a dar consignas de voto: el derecho al
sufragio era una victoria, y se interesaron por la política interior con tareas
a largo plazo tales como salud, enseñanza o la paz internacional. A estas
mujeres se deben las primeras denuncias contra el nazismo y los campos de
concentración. El Komintern, ese mismo año, reorganiza el Partido Comunista de
España, con Pepe Díaz a la cabeza, y aparece arrolladora Dolores Ibárruri
participando con las comunistas españolas, en agosto en París, en el Congreso
Antifascista y organizando en septiembre las primeras manifestaciones en España.
Los acontecimientos del verano de 1934, con las mujeres de Andalucía y Euskadi
organizando manifestaciones y motines por la apropiación del pan, dentro de la
terrible crisis, culmina con la huelga general de octubre, que fracasó en casi
todo el país, pero que en Asturias desarrolló una revolución, en la que las
mujeres participaron en la lucha integrando comités y empuñando las armas. La
actitud ante esta revolución de las mujeres de tendencias de izquierdas fue
inequívoca: denunciaron la represión y las mentiras de la versión oficial,
tanto desde fuera de España en el exilio (Margarita Nelken), como desde dentro,
donde Victoria Kent, Clara Campoamor, Dolores Ibárruri, y muchas otras,
organizaron Pro Infancia Obrera para salvar de la muerte a los niños
asturianos. También se observa entre las oficialistas actitudes incomprensibles
en el feminismo, como la de pedir la pena de muerte para los revolucionarios.
Los partidos de izquierdas se unieron como una piña ante la represión de
Asturias firmando el programa del Frente Popular. En 1936, en su propaganda
electoral, la desgracia de las mujeres asturianas se convirtió en un símbolo y
los discursos de Pasionaria tejían la cadena de las revoluciones marxistas,
desde la Comuna de París hasta Asturias en Octubre de 1934.
La guerra civil española no paralizó los progresos culturales y legislativos,
se legalizaron las uniones libres, las mujeres se incorporaron a la industria de
la guerra y la ministra de Salud, Federica Montseny, en 1936, consigue que se
legalice el aborto, reparando un inaceptable olvido. La historia de las
milicianas es también digna de mención, muchas muertas en combate. Los
partidos y sindicatos debatieron de forma desgarradora si las mujeres debían
estar en la vanguardia o en la retaguardia. En el verano de 1936 las mujeres
participaron en las milicias igual que los hombres, pero ya en otoño fueron
enviadas a retaguardia. La Unión de Muchachas defendió Madrid durante los tres
años de sitio, luchando también por la emancipación de las mujeres; Mujeres
Libres, anarquistas, organizaron la retaguardia en Cataluña; y la Asociación
de Mujeres Antifascistas (AMA), bajo la dirección de Pasionaria, organizó a
las mujeres en las fábricas, siendo denominador común de todas que lo público
y lo privado era indisociable.
La República, en tan corto período, supuso, sin duda, un avance espectacular
para la mujer, al menos en el plano legal. Se vivió en tiempo récord bajo una
legislación avanzadísima, algunas mujeres, como las asturianas, vivieron una
revolución, y casi todas la guerra, las menos la guerrilla. Las que
sobrevivieron y no pudieron o quisieron huir, la represión franquista. Pocos años
de régimen republicano, grandes avances: ésta es la historia, no la olvidemos.
Todos los regímenes «democráticos» no son iguales. A las pruebas nos
remitimos.
Maite Mola es responsable de la secretaría federal de la mujer del Partido
Comunista de España