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Recordatorio de una iniciativa de la República orientada a llevar la cultura al medio rural

75.º aniversario de las Misiones Pedagógicas



Julio Antonio Vaquero Iglesias

La Nueva España 2 de Junio de 2006

La política educativa y cultural de la II República -o, por decirlo más exactamente, la de su primer bienio- fue uno de los ejes fundamentales de sus planteamientos reformadores. Mejorar el nivel educativo de una gran parte de la población española, sobre todo de los campesinos más pobres, no sólo era una cuestión de justicia social, sino una condición necesaria para la construcción y el funcionamiento estable de la democracia en España. El establecimiento de una escuela laica, pública, gratuita y unificada debía ir acompañado de una política educativa que pusiese fin a un  analfabetismo (en torno al 40 por ciento) que nos separaba de los países europeos más adelantados de la época. Pero también la reforma escolar debía estar flanqueada por una política cultural que elevase el bajo nivel cultural de amplios sectores del mundo campesino, que habían quedado fuera de los avances que se habían ido produciendo desde principios de siglo en el mundo urbano.
El proyecto cultural y educativo de aquella «República de los intelectuales», como la definió  Azorín, se fundamentó teóricamente en el reformismo pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y en los principios educativos de la Escuela Nueva de cuño socialista. En ese doble contexto fue donde surgió la experiencia de las Misiones Pedagógicas o, por mejor llamarlas, como apuntó su propio creador, el institucionista Bartolomé Cossío, Misiones a los Pueblos.
Cuándo, para qué y cómo
Es cierto que las Misiones Pedagógicas republicanas ya habían tenido sus antecedentes a finales del XIX y habían tratado infructuosamente de llevarse a la práctica por iniciativa de Cossío en la que el historiador Tuñón de Lara considera tercera etapa de la ILE, esto es, cuando ésta entra en el aparato del Estado y actúa a través del Partido Liberal. Pero esas iniciativas no habían tenido éxito debido al escaso apoyo presupuestario y la intensa inestabilidad política de la segunda etapa de la Restauración. Pero, además, ahora en la etapa republicana, como hemos visto, su misión no era solamente llevar la cultura a los medios rurales atrasados, sino preparar a esa población para una República que quería ser una democracia, esto es, una verdadera «res publica».
La creación del Patronato de las Misiones Pedagógicas en mayo de 1931 fue, pues, el momento determinante del inicio de sus actividades. La Misiones Pedagógicas Republicanas han cumplido así su 75.º aniversario. Dependiente el Patronato del Ministerio de Educación y Bellas Artes, se nombró como presidente a Bartolomé Cossío. Entre sus miembros estaban intelectuales republicanos de gran prestigio como Antonio Machado y Pedro Salinas. Su secretario fue el pedagogo institucionista asturiano Luis Álvarez Santullano, discípulo de Cossío, y su sede, el Museo Pedagógico  Nacional.  
Las Misiones tienen como objetivo difundir entre los aldeanos esa cultura difusa que transmite la sociedad urbana a sus miembros a través de la socialización y no por medio de los organismos institucionalizados escolares. Como dice Cossío, con una metáfora basada en el organicismo krausista, la cultura que tratan de proporcionar las Misiones no es como el aire que inhalamos por nuestros específicos órganos respiratorios, sino como el que inspiramos por nuestros poros de manera difusa e informal. Por eso, las Misiones, dirigidas a todo el público aldeano y no sólo a los escolares, no tratan de actuar sólo allí donde no hay escuela. Todo lo contrario. No son incompatibles con la escuela, sino complementarias de ella y de la actividad del maestro. Como tampoco las Misiones tienen una función específica contra el analfabetismo. Pero, con sus lecturas y las bibliotecas donadas, contribuyen a combatirlo. 
La organización y las actividades de la Misión están relación con esas finalidades y objetivos mencionados. Las misiones se  organizan a instancias de inspectores de Primera Enseñanza, consejos provinciales o locales de Educación, miembros del Patronato o particulares de solvencia social.
Durante varios días los misioneros realizan en la escuela, en otra sala o en la plaza del pueblo, en horas compatibles con el trabajo de los aldeanos, actividades culturales como charlas sencillas, acompañadas de proyecciones cinematográficas y de fotos fijas de contenido documental y cómico; lecturas y recitaciones de obras populares; audiciones musicales comentadas; conversaciones de educación ciudadana, museo circulante de obras maestras del arte español; representaciones teatrales, el teatro del pueblo y de  guiñol; el retablo de fantoches. A la vez, desarrollan con los niños juegos, recitales, excursiones y en algunas ocasiones se organizan  cursos para maestros.
El programa no era igual en todas las misiones, sino que estaba en función de las necesidades concretas y de las posibilidades de cada una. La situación de miseria con que se encontraron los misioneros llevó en algunos casos, como apunta Alejandro  Casona, a orientarlas prioritariamente a proporcionar conocimientos prácticos y ayuda material a los aldeanos.
La Misión dejaba habitualmente en los pueblos el gramófono y los discos, además de la biblioteca creada para que el maestro continuase con la obra iniciada. 
El personal misionero, cuidadosamente seleccionado, lo constituían inspectores de Primera Enseñanza, maestros, estudiantes, y se procuraba que participaran algunos personajes destacados de la zona donde se realizaban.
Las misiones también sufrieron el contrarreformismo del bienio radical-cedista. Pero la manera de eliminarlas no fue hacerlas desaparecer de un plumazo legal. No hubiese sido bien visto para una obra que, aunque ya era objeto de las críticas de la derecha y el centro republicano con acusaciones de lujo e inoperancia, había sido bien recibida por los interesados y por los medios republicanos liberales y de izquierda. Por eso se trató de asfixiarlas económicamente reduciendo drásticamente en 1935 el presupuesto que se les venía dedicando. Lo que provocó alguna airada reacción de los intelectuales y periódicos liberales y socialistas,  como aquel artículo en «El Sol» de Américo Castro en el que llamó a los sectores del centro-derecha que votaron el presupuesto «dinamiteros de la cultura».
En marzo de 1934 el balance misionero no era baladí. Setenta misiones habían visitado unos trescientos pueblos esparcidos por toda la geografía de España.  Tres mil quinientas seis bibliotecas se habían distribuido a casi tantos otros pueblos. Los lectores de estas bibliotecas alcanzaron la cifra de casi medio millón, niños y adultos, con más de dos millones de lecturas registradas. El teatro y el coro habían recorrido ciento quince pueblos de la zona de Castilla. El Museo Circulante de Pintura se trasladó a sesenta localidades de la zona central, además de a Asturias y a las cuatro provincias gallegas. En conjunto, la acción cultural y social de las Misiones había beneficiado a casi cuatro mil pueblos repartidos prácticamente por toda la geografía española.
Misiones de Asturias
En Asturias tenemos documentado el desarrollo de Misiones en Besullo (Cangas del Narcea), el pueblo de nacimiento de Alejandro Casona, en tres ocasiones, en 1932, 1933 y 1934; en Degaña, Castropol y Panes. Es preciso tener en cuenta que la acción cultural y social de estas misiones se extendía por los pueblos y aldeas circundantes. En el caso de la primera llevada a cabo en Besullo en 1932, a iniciativa de Casona, por ejemplo, la misión visitó los pueblos cercanos: Posada, Trones, Noceda, Otriello, Irrondo, Iboyo, El Pomar y Las Montañas.
Asturias estuvo entre las provincias donde las Misiones crearon una red más densa de bibliotecas: 132. Y se instalaron, además, servicios de música en Oviedo, Alevia (Panes), Besullo y Castropol.
Los tres personajes asturianos que tuvieron una colaboración más estrecha y continua con el Patronato de las Misiones Pedagógicos y una participación en la labor de éstas a un nivel más elevado fueron, sin duda, además del citado Alejandro Casona, Luis Álvarez Santullano y el musicólogo Eduardo Martínez Torner. Casona y Martínez Torner fueron los responsables del servicio de teatro y coro de las Misiones.
Luis Álvarez Santullano, ovetense, inspector de Primera Enseñanza, colaborador de la Junta de Ampliación de Estudios, estuvo ligado estrechamente a la ILE y fue, además, uno de los discípulos más vinculados al pensamiento y a la obra de Cossío, con el que colaboró en diversas actividades, y, cómo no, en la obra más querida de éste, que fueron las Misiones Pedagógicas. Si Cossío fue la cabeza y el alma de ellas, Luis Álvarez Santullano, desde su puesto de secretario del Patronato, fue el instrumento y la mano que gestionó eficazmente su organización y funcionamiento.

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