14 de
abril de 1931
Juan M.
Medrano *
larioja.com
13 de
abril de 2006
La II República fue
el intento más serio y sistemático de modernización de la nación
española que se haya acometido entre 1808 y 1975. Ese impulso de
reforma desde arriba vendría protagonizado por los sectores moderados
de la clase obrera (fundamentalmente el PSOE y la UGT) y por los
sectores reformistas de las clases medias ilustradas, la mayoría de la
intelectualidad y por figuras sobresalientes como Manuel Azaña.
Su destino estuvo fuertemente marcado por la situación internacional de
los años 30, que a la postre resultaría decisiva para la derrota final
del régimen republicano: el retroceso y acobardamiento de las
democracias y el avance de los totalitarismos, el fascismo y el
estalinismo, que jugarían fuertemente en la partida española. Muchos
regímenes democráticos serían aniquilados de una u otra forma por la
progresión de las derechas autoritarias, o por formas nuevas y más
agresivas de reacción como el fascismo: empezando por la República de
Weimar aniquilada por el nazismo, la República española no corrió
distinta suerte. Sea cual sea la interpretación que los especialistas
hagan del fenómeno del fascismo es claro que en todas partes cumplió
la misma función social: la aniquilación de las posibilidades
revolucionarias de la clase obrera organizada y, en el caso del
franquismo, además, la supresión de raíz de cualquier posibilidad de
establecimiento de un régimen liberal democrático, en aras de la
perpetuación de un modelo autoritario tradicional.
El régimen republicano no fue un régimen revolucionario: acometió, en
los dos periodos de gobierno de las izquierdas (1931-1933 y febrero
1936-abril de 1939) un programa básicamente reformista, dirigido a
superar los obstáculos tradicionales para la modernización de España
y que básicamente eran:
- La estructura irracional de la propiedad de la tierra y las relaciones
de producción en el campo, atrasadas, semifeudales y con unas
condiciones de vida insoportables para los trabajadores de la mitad
meridional, muy duras para el pequeño propietario o arrendatario del
norte. La reforma agraria quiso dar respuesta a esta situación.
- La estructura territorial de la nación: un centralismo a ultranza que
desconocía la pluralidad cultural de las regiones y abortaba los
intentos de las burguesías periféricas de conseguir amplias espacios
de autonomía.
- Una estructura militar deficiente, anticuada y volcada hacia el orden
público interior que requería una amplia reforma.
- Un atraso cultural y educativo notables que se traducían en la
necesidad de dar instrucción y formación a las clases populares, de
crear una red de escuelas públicas, misiones pedagógicas, etc.
- Un problema religioso: la modernización y secularización del Estado
había de chocar con la fuerte oposición de la iglesia católica, con
su poderosa presencia en la educación, en los hábitos sociales y en
las mentalidades.
Todas las propuestas efectivas de los gobiernos de Azaña caminaron, con
muchas dificultades, tras ese propósito reformista. Es cierto que se
toparon con obstáculos enormes: una coyuntura internacional marcada por
la depresión económica consecuencia de la crisis del 29; una
organizada clase obrera anarquista que presionaba hacia sus logros, a
veces sindicales, a veces revolucionarios; pero sobre todo con unas
clases poseedoras absolutamente opuestas a los cambios, especialmente a
cualquier transformación de las relaciones de propiedad en el campo, de
manera que nos inclinamos a creer que la reforma agraria es, sin
despreciar otros factores, la verdadera clave de bóveda, la causa más
decisiva del subsiguiente conflicto civil. Ni el muy moderado ministro
Giménez Fernández (durante el bienio radical-cedista) pudo poner en
marcha ninguna disposición humanizadora de la vida en el campo español.
El franquismo sería el instrumento final para la destrucción de la
democracia en España, por parafrasear a Preston; en sangre quedarían
ahogados los anhelos de justicia e igualdad de una buena parte del
pueblo español. Pero el franquismo tendrá, ya está teniendo, el
repudio de la historia y la II República, el honor de ser una
experiencia de democracia, un régimen de libertades, de reconocimiento
de la mujer, unos años de difícil lucha por la dignidad y el progreso
de todos los hombres y mujeres de España.