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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

 Las razones de Peces-Barba

 

Miguel del Mazo

UCR  17 de noviembre de 2009

 

        Desde la poderosa tribuna del diario EL PAÍS, en sus páginas de opinión del pasado 12 de noviembre, el catedrático de la Universidad Carlos III, ex-político socialista, y “padre” de la Constitución de 1978, don Gregorio Peces-Barba, hace una sentida defensa de lo hecho por él mismo, y por los políticos que apoyaron la Constitución, durante los tiempos de la Transición. 

        Las voces cada vez más numerosas que se vienen alzando contra los silencios y componendas habidos con los poderes franquistas, que agazapados sobrevivían en aquellos primeros años de lo que vino en denominarse como democracia, han llegado a los confortables despachos de los políticos de toda clase, y entre ellos, a los de que tuvieron mucho que ver con los acuerdos adoptados entonces, como es el caso de don Gregorio. Estas voces críticas, desde las asociaciones de Memoria Histórica, los grupos republicanos, los intelectuales y las gentes de izquierda, en estos últimos años, tras de muchos de silencio, empezaron levantando un rumor, que fue convirtiéndose pronto en un clamor y un estruendo. Fue este clamor el que obligó al PSOE a hacer la Ley de Memoria Histórica, que acabó teniendo más portada que contenido real. 

       En el artículo publicado por EL PAÍS, don Gregorio parece liberar algunas inquietudes que al parecer le crean las críticas que se hacen contra su querida Transición. Durante muchos años, este ilustre catedrático tuvo una impecable imagen mediática que lo identificaba como gran muñidor de la Constitución de 1978, uno de los grandes benefactores de un nuevo y feliz régimen que nos había traído la democracia y los adelantos a todos los ciudadanos de este país. Pero el cuestionamiento cada vez más contundente hacia los presuntos logros democráticos y sociales de la cacareada Transición, y las crecientes denuncias de no haber eliminado el aparato institucional franquista y de producirse connivencia con el mismo, le han obligado a salir en defensa de su labor como uno de los grandes protagonistas que fue de todo lo que allí se hizo.  

        En un tono autocomplaciente y plagado de descalificaciones hacia los críticos de la Transición, don Gregorio trata de justificar y defender lo hecho y destacar las bondades del actual sistema político que, según afirma, se encuentra basado en la razón, que como supremo valor es invocado e identificado en su defensivo artículo, con la Constitución de 1978. El veterano político socialista condena por igual el irracionalismo del franquismo y lo que califica como “descalificaciones radicales” en referencia a los críticos de la Transición. Denuncia que “es manifiestamente injusto sostener que en realidad fortalecimos al franquismo, con desdén, desprecio y falsedad como dicen esos apóstoles de una verdadera transición”  en referencia a quienes la critican, y afirma: “La Constitución de 1978 fue la culminación de esa racionalidad y no deben ser consideradas algunas descalificaciones radicales”. Insiste más adelante: “La recuperación de la razón que nos trajo la democracia y la Constitución, al cabo de 30 años, debe ser mantenida por las instituciones, por los partidos y por la sociedad civil.” Termina su sentido alegato apelando a un “patriotismo constitucional” que aunque no explica bien lo qué es, como suele suceder con los defensores de este concepto, podría adivinarse, algo así como el conjunto de los mejores valores que tendríamos los ciudadanos bajo el paraguas de la benefactora Constitución. Con ella, el señor Peces-Barba se ve viviendo en el mejor de los mundos posibles. 

        Pero, permítanos don Gregorio el derecho a replicar. Y es que los hechos son tozudos por más que pasen 30 años, ya que todo el aparato franquista fue mantenido, lo que es decir ministros, exministros y altos cargos franquistas, los jueces del antiguo T.O.P., los militares franquistas, los mandos de la policía franquista, sus horribles fechorías silenciadas y perdonadas, sus sueldos y pensiones mantenidos, ascensos incluidos. Sus desmanes silenciados. Ahí están todavía Cuelgamuros y el pazo de Meirás, como símbolos de ese horror sin resolver. Por no hablar de la Iglesia cuyos privilegios fueron conservados, y hoy continúan. Y la corona que fue colocada de rondón dentro del texto constitucional y que fue aceptada por los partidos que elaboraron la Constitución, y no por los ciudadanos a los que se entregó el texto en referéndum el 6 de diciembre de 1978 con el mensaje de que nos traería la ansiada democracia. De esta forma “legalizaron” al monarca que había sido colocado por el criminal de Franco como sucesor de él mismo. Son cosas que se resisten a la descripción cielística que de la Constitución y la Transición nos hace don Gregorio. Que no se pudiera haber cambiado en los primeros años no significa que ciertos partidos y políticos que se decían de izquierdas no pudieran haber manifestado su oposición a los crímenes de la dictadura y a sus cómplices, entre los que estaba el joven rey. La rapidez con la que Peces-Barba y Carrillo, entre otros, corrieron a abrazar la bandera monárquica, con todas las componendas que ésta incluía, no da una imagen ni razonable ni de izquierda.

        Ante la fuerza y el tamaño de los hechos puestos encima de la mesa que resuenan con fuerza, incluso dentro de un partido como el PSOE, y en un esfuerzo por hacer alguna autocrítica, don Gregorio reconoce que se abandonó a las víctimas que había provocado el franquismo, aquellas más de cien mil personas asesinadas, y abandonadas durante tres décadas, muchas de ellas todavía en cunetas y fosas comunes, y las muchas más encarceladas, exiliadas y perseguidas, y reconoce que la Ley de Memoria Histórica llega tarde, aunque disfraza un poco su demora pues los 30 años de retraso los cita como “más de 20 años”. Y es que no hay manera de hacer cuadrar el círculo, pues si quiere reconocer algo hay que hacerlo mejor. Tuvieron silencio y componendas con el franquismo, pero él lo llama “aquel esfuerzo ingente de personas”, que lo hicieron “con gran esfuerzo y sacrificio” y que trajeron la democracia y la Constitución (de 1978), entendida ésta como la maravilla total, que nos ha dado “años de convivencia, libre y democrática más largos y más fructíferos de nuestra historia”, una declaración que ya me dirá Vd. qué significa, cuando estos años fueron los de la reconversión industrial, la entrada en la OTAN promovida por el PSOE, las múltiples corruptelas de políticos empezando por los de su partido, y la consolidación de los privilegios de las oligarquías financieras y empresariales. 

      Está claro que algo se ha conmovido en las filas del PSOE con el intenso debate de la memoria histórica. De pies a cabeza el partido no sabe qué hacer con el tema ante un pasado honorable republicano y una actualidad abrazando el sistema monárquico que le había hecho olvidar a las víctimas republicanas. El problema es que una vez que empezó el debate, ya es imposible pararlo, se trata de un asunto enorme y sin resolver, son 40 años de daños enormes a la ciudadanía (1936-1975), con un país aterrorizado y atrasado socialmente, con una cantidad de crímenes y desafueros, en el que el intencionado dejar pasar el tiempo sin hacer nada no ha podido apagar su fragor. Tarde y mal algunos socialistas se apuntan al debate, reivindicando los logros de la II República que habían abandonado durante todos estos años, y asimismo a hacer un muy tardío homenaje público a los republicanos que por cientos de miles sufrieron persecución, exilio, cárcel y asesinatos, reprimidos por el fascismo franquista. Entre los muchos sonrojos que muchos militantes socialistas tienen que aguantar últimamente está la muy tardía rehabilitación de Juan Negrín, verdadero socialista y filántropo, a cargo de los socialistas canarios actuales avergonzados por el mal trato que su partido ha dado a este destacado político al que han reintegrado en el partido 53 años después de su injusta expulsión. Ahora que otros hablan de Negrín, los del PSOE han ido a rescatar su retrato y a enterarse de paso de quién era este gran hombre. 

         Y ya que don Gregorio fue ponente en la redacción de la Constitución, y la define como “la culminación de la racionalidad” política, estaría bien que nos dijera por qué el artículo 68.2 de la misma consagra una grave adulteración del sistema democrático al establecer la circunscripción electoral en la provincia y no en todo el Estado, mecanismo trucado que favorece de forma perversa a los partidos mayoritarios en las elecciones generales, de forma que los diputados que obtienen los partidos pequeños son muchos menos de los que les debería corresponderles en relación a sus votantes. ¿Qué razón hay en esto? También nos podría explicar por qué derechos sociales tan básicos como la vivienda, regulado en el artículo 47, no han sido desarrollados legalmente por los gobiernos de su partido de forma que se les diera adecuada protección, lo que ha provocado la situación extrema que sufren actualmente millones de ciudadanos. Por lo que los artículos de la Constitución que declaran defender éste y otros derechos de carácter social se han convertido por la fuerza de los hechos en papel mojado. Cuesta encontrar la razón a esto, a menos que este padre de la Constitución se ofrezca a hacerlo. 

       Por todo lo anterior podemos concluir que la razón en la política con que titulaba don Gregorio su artículo, no es otra que la explicación de a quién sirven los políticos. Y parece claro a quién han servido él y los políticos que hoy defienden la Constitución.

 

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