El último día de
Negrín
Francisco Vega Díaz
La Insignia
19 de Febrero de 2009
Extraído de Juan Negrín. La Repúbica en guerra, de Juan
Miralles.
Un testimonio de
excepción sobre el último día de Negrín en España es el de
Francisco Vega Díaz, a la sazón jefe de Sanidad del Ejército
de Andalucía, antiguo alumno de Negrín y amigo personal de
Rafael Méndez y de José Puche, el cual fue convocado a Elda
el 5 de marzo. Según ha relatado éste, cuando llegó a la
Posición Yuste,
"En la entrada había un nombre,
Villa Poblet, y una guardia con ametralladoras montadas
entre los arbustos (...) No más de dos o tres minutos
tardaron en salir Juan Negrín y José Puche Álvarez (...)
Negrín dijo a Puche que pasáramos a la parte posterior de la
casa, una huerta, y allí habláramos. [Puche] me dijo los
motivos del llamamiento. Obtener la información leal y no
politizada que yo pudiera dar sobre la situación del
Ejército de Andalucía: moral de la población civil,
adscripción política de los jefes militares (cuyos nombres
Puche traía anotados en un pequeño papel), estados
sanitarios y civil, parque automovilístico, papel que
realizaban los comisarios políticos, provisiones
alimentarias, puertos de mar aprovechables, aeropuertos,
etc.
"Puche me confesó que Negrín
deseaba conocer a través e un hombre de la calle sin
prejuicios la posible capacidad de resistencia en aquel
sector. Una pregunta fue especialmente delicada: si según mi
criterio estrictamente personal, el mando militar que se
designase estaría en condiciones de hacerse obedecer (...).
Le di la impresión de que en la Andalucía republicana la
gente estaba ya harta de la guerra (...).
"(...) Negrín se reintegró a la
casa y quedamos solos Puche y yo (...) Me confesó que Negrín
estaba deshojando la margarita respecto a si el régimen
republicano podría resistir dos o tres meses más, que es lo
que se suponía que podía tardar en estallar la guerra en
Europa. Según Puche, a Negrín le espantaba la idea de ver a
España transformada en un infierno en una conflagración que
acabaría por ser mundial, y pensaba en sus adentros que la
continuación de nuestra guerra carecía ya de todo sentido. Y
se estaba enfrentando a una desilusión total: le faltaban
todos, unos por abandono y otros traicionándolo a las
claras. Pero necesitaba estar a la altura de las
circunstancias y de su honor como gobernante, y no quería
pecar de escurridizo fugado.
"Puche tenía la seguridad de que
Negrín comprendía que en aquellos momentos estaba pisando
por última vez suelo español. Me informó así mismo de lo que
estaba pasando en Cartagena aquel preciso día, y de que le
constaba que por la tarde o la noche se habían de sublevar
Casado y otros bajo la bandería segura de Besteiro (...) Al
decir de Puche, tras la dimisión de Azaña ya no había
República que defender, y Negrín solamente deseaba buscar su
final "relativamente condicionado", es decir, que no fuera
una deshonrosa derrota sin condiciones (...).
"Pasé al interior de la casa, que
era un verdadero caos. Unas veinte personas aparecían
repartidas entre el hall, el comedor y un cuarto contiguo,
desde el que se oía gritar a Vayo por teléfono que le
conectasen con la base de tanques de Archena. Negrín,
enfadadísimo, quería hablar con Casado (...). Casado le
estaba toreando, según dijo a todos en un inciso. El recinto
parecía una casa de locos (...). De vez en cuando, Negrín
pedía silencio con gestos de fracaso espiritual y colgaba el
teléfono con brusquedad (...). Me sorprendió ver que Negrín,
dentro de aquel maremágnum, no perdía el control.
"(...) Al atardecer, con gesto de
triteza y asco que antes no tuviera, y tras chistar para que
todos callaran, Negrín dijo, con voz algo afónica y
entrecortada: "Todos estamos preparados, ¿no? Pues ni una
duda más. Vámonos". (...) Poco a poco, cariacontecidos,
todos fueron saliendo y subiendo a los coches que en fila
aguardaban (...) Negrín, cogiendo mi mano izquierda, me
dijo: "Véngase usted con nosotros, tiene sitio". (...) Los
dos me dieron un fugaz abrazo y se metieron en el coche
(...). En aquellos últimos momentos, Juan Negrín aparecía
pálido, ojeroso, con los párpados medio hinchados, bañado en
sudor y sin afeitar (...) parecía un enfermo desilusionado."
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(Vid. Francisco Vega Díaz,
El último día de Negrín en España. Claves, 22
de mayo de 1992.)