El Torno (Cáceres).
Tiros contra la memoria
Félix Pinero Sánchez
A veces, la realidad supera la ficción;
pero la ficción es la narrativa que trata de sucesos o hechos
imaginarios; sin embargo, no debe confundirse la ficción con la
memoria, ni la memoria puede ser atribuida a la ficción, porque
no es algo que pueda ser fingido, inventado, sino recordado por
la capacidad intelectual de las personas. Y las hay que tratan
de echar por tierra la ficción y por los suelos, la memoria.
Ni la ficción ni la memoria pueden
resolverse a tiros, ni olvidarse aun con las cenizas calientes,
mientras la obra y la memoria perduren en el tiempo. Hay
cazadores de ficción, que no cazan en terreno propio, y
cazadores de la memoria, que desearen destruirla para siempre,
aún la memoria viva, como aves carroñeras que no tuvieran con
qué alimentarse más que con la destrucción por la destrucción
misma.
Los sucesos ocurridos en El Torno
(Cáceres) no son, por insólitos en nuestro tiempo, novedosos en
la historia de la humanidad. Cuatro figuras humanas de tamaño
natural, tres hombres y una mujer, agrupadas en “El mirador de
la memoria”, fueron tiroteadas tras ser inauguradas. Representa
ese conjunto a una mujer, un hombre, un anciano y un niño
víctimas de la represión franquista, y es obra del escultor
toledano Francisco Cadenilla. Son figuras de hormigón, de unos
300 kilos cada una, situadas en un paraje propiedad del
consistorio, con mirador al Valle del Jerte, a cuyo acto de
inauguración asistieron el sábado unas 70 personas.
La asociación Jóvenes del Valle
del Jerte “Nuestra Memoria” quería rendir así homenaje a los
olvidados de la guerra civil y había solicitado una subvención
para su ejecución en el marco de la Ley de la Memoria Histórica.
Cedenilla, el escultor, acogió el proyecto con entusiasmo, como
un homenaje, además, a su abuelo, Leonardo, fusilado en octubre
de 1936 en el cerro de Peña Negra (Pepino, Toledo), y conocido
como “uno de los cinco de Marrupe”.
La historia se repite. Las
autoridades acababan de inaugurar el monumento y se fueron a
comer. Poco después, unos vecinos, alarmados, les avisaron de
que habían oído ráfagas de fusil, tiros de escopeta y gritos.
Todos se fueron al lugar y comprobaron que tres de las figuras
habían sido tiroteadas. Cedenilla, el escultor, prefiere no
reparar los daños porque se da más significado al homenaje,
porque “es impactante –ha dicho-- que a las figuras que
representan a los fusilados de la contienda, alguien haya
querido volver a fusilarlas”. Les han matado dos veces, como a
la patera de Aldeacentenera, quemada por unos desalmados con
nocturnidad y alevosía, hace pocos meses.
Evoca este hecho de los
carroñeros de la memoria el acaecido durante la guerra civil en
el Cerro de los Ángeles, cuando el 28 de julio de 1936, un grupo
de milicianos de la República fusiló, entre blasfemias, el
monumento al Corazón de Jesús, levantado por suscripción popular
en el centro geográfico de España e inaugurado por el rey
Alfonso XIII el 30 de mayo de 1919. Lo fusilaron y lo
dinamitaron, pero no lograron alcanzar su enorme corazón. Uno de
los milicianos, arrepentido de su “heroica” acción, pidió al
juez trabajar en una iglesia, aunque no le conmutasen la pena,
para expiar la ofensa de haber fusilado la imagen.
El Corazón de Jesús del Cerro de
los Ángeles fue reconstruido tras la guerra. A la
reinauguración, el 15 de julio de 1965, acudió el Generalísimo
Franco con todo su gobierno en pleno y la corporación municipal
en traje de gala. Fue televisado a todo el país en directo. Se
trataba de reparar la ofensa de una España católica, que
entonces y hoy, no tan creyente, pero más tolerante, guarda
todas las memorias, sin desear herir la de nadie, y menos, como
entonces, a tiros. Porque no matarán, como dice el alcalde,
Julián Elizo, a un pueblo tranquilo como El Torno, famoso por su
paisaje y cerezo en flor, pero nunca por la obra de “unos
descerebrados”. Como la de mi tío Dionisio, muerto allí, en el
Cerro de los Ángeles, según mi madre, en defensa de la causa
nacional que sirviere, pero cuyos restos ignoramos dónde están.
Aún hoy, todavía a tiros, como entonces, como ahora, en un
intento de aplastar la memoria cautiva de la Historia que nadie
podrá matar, ni menos aún enterrar, porque la memoria de los
muertos sigue viva entre los vivos.
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