Rodríguez-Medel, un guardia civil con honor
José Luis Pitarch
UCR
25 de Abril
de 2009
Escoger
tradiciones es un trascendente acto político. Quien suscribe lo
aprendió del Teniente General Wolf G. Von Baudissin, ex
Inspector General del Ejército alemán de la democracia posnazi,
y con esta cita se inicia mi libro “Memoria irredenta del
franquismo”, que tuve el honor de presentar en Barañáin el
día 4 del presente abril. Se puede escoger la tradición de los
guardias civiles general Aranguren Roldán, coronel Escobar
Huertas, comandante Rodríguez-Medel Briones, capitán Uribarri
Barutell, brigada Mas García (éste, en la isla canaria de la
Gomera), todos ellos menos Uribarri asesinados por la barbarie
militar-fascista-eclesiástica-terrateniente debido a haber sido
leales en 1.936 a sus juramentos y a su dignidad; o se puede
elegir la tradición de los guardias civiles que asesinaron por
la espalda en Pamplona a su Jefe de Comandancia Rodríguez-Medel.
Von Baudissin remataba: “Nuestras referencias a un pasado
honroso han de ser a la resistencia contra el nazismo”. (Un
servidor, comandante de Caballería, hace tiempo que escogió la
tradición de generales de Caballería como Pozas Perea o Núñez de
Prado y Susbielas, no la de otros “jinetes” cual Cabanellas
Ferrer o Queipo de Llano, el traidor a todos los regímenes,
sádico que incitaba a sus soldados a violar a las mujeres
“rojas”).
La heroica
apuesta de Rodríguez-Medel frente a Mola constituye una de las
más sobresalientes muestras, entre otras mil, de la falsedad de
una especie muy cultivada por la dictadura y por los militares
franquistas: que “estaba muy claro”, era evidente que había que
sublevarse contra el Gobierno de la República. Claro, por eso no
se sublevaron los Generales Jefes de Región Militar (entonces
llamadas “División Orgánica”) de Madrid, Sevilla, Valencia,
Barcelona, Burgos, Valladolid, La Coruña (sólo se sublevó el de
Zaragoza, Cabanellas), ni tampoco se rebeló contra la República
el Jefe del ejército de Marruecos ni los generales al mando en
Melilla y Ceuta. Por otro lado, muchos militares católicos de
pura cepa, como el citado Escobar o el mismo Vicente Rojo,
máximo militar leal, sirvieron con lealtad al Gobierno legítimo
durante toda la guerra impuesta por Mola, Queipo y Franco, lo
que prueba otra de las clásicas mentiras de los rebeldes: que
servir a la República era atentar contra la sacrosanta
religión.
El Jefe de la
Comandancia de la Guardia Civil de Navarra aquel 18 de julio
conocía, en cambio, que Mola estaba en contacto directo con los
servicios secretos de Mussolini y Hitler, sin cuya ayuda el
golpe contra el Gobierno legítimo hubiese fracasado. Y este
comandante extremeño casado con una pamplonesa, este hombre
valiente, consciente y de verdadero honor era capaz de dar jaque
a los planes de Mola y de unos requetés dispuestos a matar a
mansalva en nombre de Dios, en una nueva “reconquista” que
volviera a España a la Edad Media y a un nuevo tipo de
Inquisición. Por eso había que matarle y echarle a una fosa
común. Por eso el infame “Diario de Navarra” dirigido por el
infame Raimundo García llamaba “grandes titanes de la
civilización europea” a Hitler y Mussolini. Y le temían, como
dicen que al “Cid”, incluso después de muerto. Por eso otro
infame, el coronel Beorlegui, certificó que Medel había muerto
por “hemorragia interna”, no a causa de disparos. Y el
mencionado periódico publicó que “a consecuencia de un
desgraciado accidente”. Luego, lo más que consintieron es que
sus restos fuesen anónimamente a un panteón en que le prestaron
un hueco, sin inscripción alguna. Los mismos que han mantenido,
tres décadas de esta insuficiente democracia aún parcialmente
secuestrada por el tardofranquismo, a más de cien mil españoles
asesinados y enterrados sin nombre por zanjas, pozos y
barrancos.
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José Luis Pitarch,
vicepresidente de Unidad Cívica por la República, profesor de
Derecho Constitucional
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