"En nombre de todo el Gobierno de la
República española saluda al noble
pueblo español una voz, la de su
presidente". Era el 14 de abril de
1931 y el que hablaba era Niceto
Alcalá-Zamora, el recién nombrado
presidente del Ejecutivo provisional
de la II República. La trascendencia
de la frase no se debe únicamente a
su importancia histórica. Esas pocas
palabras son un fiel reflejo del
lenguaje literario y poético que
sigue distinguiendo la oratoria
política de la época republicana de
cualquier otra característica de
otros periodos de la historia
española. |
Manuel Azaña, en un multitudinario
mitin en la plaza de Las Ventas de
Madrid, el 28 de septiembre de 1930.
EFE.
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El ministro de Justicia del Gobierno
provisional de la II República, Fernando de
los Ríos; la responsable de prisiones de la
época, Victoria Kent; o el entonces
embajador español en Washington, Salvador de
Madariaga, fueron algunos de los precursores
de una nueva forma de hacer política, que
intenta sacar el máximo rendimiento al poder
de las palabras. El amanecer de una
nueva era en España, DVD que podrá
obtenerse mañana con Público,
recoge varios de sus míticos discursos.
Una nueva generación
A principios de la década de 1930, la
política deja de ser un fenómeno de minorías
para convertirse en todo un acontecimiento
de masas. Había que convencer y persuadir
con la palabra como única arma. Con la
República llegó una nueva forma de hacer
política desligada de los caciquismos de la
Restauración. Esto provocó la sustitución de
la clase política española tradicional por
una generación más joven, pero mejor
preparada intelectualmente.
Esos factores han contribuido, según el
doctor en Historia Contemporánea Elías de
Mateo Avilés, a que la II República se
considere como el momento de "máximo
esplendor" de la oratoria política. En su
trabajo El lenguaje político español
durante la II República, el historiador
da una importancia trascendental al poder
del discurso en los convulsos años de
principios de siglo. De Mateo cree que
durante seis años de República "la prosa
política pasó, sucesivamente, de la ilusión
al desencanto, y de aquí a un paulatino
proceso de crispación que terminará en la
Guerra Civil".
Otro historiador, Julián Casanova, destaca
la importancia del mitin, "en un momento en
el que los medios de comunicación son menos
potentes que en la actualidad". "Se juega
con la escenografía, esencial para persuadir
a las masas", afirma. La radio, el nuevo
medio, también jugó un papel muy importante
en la difusión de las ideas republicanas.
Por ejemplo, la proclamación del nuevo orden
institucional se hizo desde la Puerta del
Sol de Madrid, pero llegó a toda España a
través de las ondas.
Casanova considera que el modelo de la
oratoria republicana, que constituyó una
nueva forma de hacer llegar el mensaje, se
compone de "tres ejes". El político
"convence de su honradez pese a enfrentarse
a estructuras corruptas". "Hace ver a las
masas que su discurso tiene un planteamiento
moral", apunta. Otro factor importante,
según Casanova, es "la capacidad
movilizadora del dirigente", sin la cual "el
republicanismo no hubiera llegado a ninguna
parte". Por último, asegura que los
políticos republicanos "creían en la fuerza
del Parlamento" y trataban de explicar "la
idea de la República" para defenderla en las
Cortes.
"Eran personas cultivadas desde el punto de
vista literario, que además eran bastante
poéticos, ya que conocían la poesía y el
teatro, ambos artes muy importantes de la
oratoria política del momento". Antoni
Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación, se
sorprende de la capacidad "para hacer
discursos memorables" de los políticos
republicanos. La "excepcional memoria" de
los oradores de la época les permitía, según
Gutiérrez-Rubí, "estar enardeciendo a sus
bases dando a la vez muestras de una
capacidad de retención y de improvisación
muy importante".
La historiadora Mirta Núñez recuerda dos
mítines "muy significativos, celebrados a
principios de los años 30" que, a su juicio,
reunieron todas las características de la
oratoria política de la II República: el de
Canillejas y el de la plaza de Las Ventas.
El principal orador en los dos actos fue el
que años después se convertiría en el último
presidente de la República, Manuel Azaña.
"Azaña tenía todas las cualidades y
calidades de un orador excepcional", afirma
Gutiérrez-Rubí. "Conocía numerosos recursos
literarios y hacía gala de una excepcional
capacidad para dibujar la palabra en su
discurso", añade el especialista en
comunicación política. Para Núñez, Azaña
también fue "la figura culminante" de la
oratoria republicana. Julián Casanova
considera, en cambio, que "hubo otro
político que recogió claramente el oficio de
la oratoria".
Alejandro Lerroux, presidente de la
República entre 1933 y 1935, "hizo un
estudio estratégico de lo que significaba
llegar a las masas y lo puso en práctica",
indica. Lo hizo "trazando un camino a través
de la demagogia y el populismo". En 1936, un
golpe militar sustituyó las palabras por las
bombas.