Náufragos de carretera
Rafael Torres
Diarios del Siglo XXI 22 de Diciembre de 2009
No, los náufragos de carretera no son los ciudadanos
de éstos días que se quedan varados en la nieve a
bordo de sus automóviles, sino aquellos que aún
pueblan, por miles, las cunetas. Así los llamó el
poeta Luis Pimentel, náufragos de carretera, pues en
ellas encontraron, con la piedra de los disparos
atada al cuello, su fondo del mar, el fondo abisal y
oscuro del que ya va siendo tan imposible
rescatarlos. Aquellos muertos no exactamente de la
Guerra de España, sino de la inconcebible carnicería
que los hampones que venían a salvar la patria
desataron sobre sus hijos, ha sido sepultados,
además de por las someras frazadas de tierra que
echaron sobre ellos sus matadores y por el olvido,
por una variada cosmogonía de asfalto, chalets,
arcenes, restaurantes y gasolineras.
Las cunetas de entonces, que fueron sudario de
tantos miles de inocentes cazados como conejos, ya
no existen, pero los muertos sí, bien que ahora en
un profundo y remoto estrato de la tierra. Federico
García Lorca, por ejemplo, podría ser uno de esos
náufragos, toda vez que la tímida búsqueda de sus
restos por los viejos olivares donde se les suponía,
no ha dado, al parecer, resultado.
A los delitos de asesinato e inhumación
ilegal habría que añadir, en la imputación a los
autores de su muerte, el de exhumación ilegal si,
como algunos sospechan, el cadáver del poeta
republicano fue desenterrado y conducido
subrepticiamente, como tantos otros, al Valle de los
Caídos, ese descomunal ultraje a los caídos, a todos
los caídos, y a la belleza de la Sierra de
Guadarrama. Más probable es, sin embargo, que no se
haya buscado bien, en el sitio preciso, o que el
cuerpo del pobre Federico fuera arrojado a la fosa
donde yacen más de tres mil paisanos bárbaramente
asesinados, como él, en aquellos días para el
recuerdo y para el olvido, por éste orden. O puede
que fuera uno de esos náufragos de carretera a los
que cantó su colega y amigo Pimentel, y que la
cuneta donde se le sepultó desarticulado y mudo para
siempre ya no exista.
Al ensanchar las carreteras,
particularmente las del olvido, las viejas cunetas
desaparecen, y ya sólo queda el fondo del mar en las
impenetrables entrañas de la tierra.