El robo de niños fue sistemático en cárceles, hospicios
y maternidades. 70 años después no se saben todos los
datos. Los tiene la Iglesia en sus archivos y ninguna
ley le obliga a abrirlos.
“Lo
llevaron a bautizar y no me lo devolvieron. Yo
reclamaba el niño, y que si estaba malo, que si no
estaba. No lo volví a ver”. Éste es el testimonio de
Emilia Girón, que dio a luz en el hospital de la
cárcel de Salamanca en 1941. Su delito, ser hermana
de un guerrillero. Este caso y otros están recogidos
en el auto de Garzón tras la denuncia presentada en
la Audiencia Nacional por la
Asociación para la
Recuperación de la Memoria Histórica
(ARMH). En el auto se dice que los niños perdidos
son víctimas del Franquismo y que había un plan de
desapariciones para eliminar oponentes. La Fiscalía
declaró a Garzón no competente. |
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El caso de Emilia
Girón no es único, se calculan más de 30.000 los niños
robados a familias “no afectas”. 70 años después poco se
sabe de aquel episodio aberrante de la dictadura. Irredentas
(2002) de Ricard Vinyes recompone el puzzle. Vinyes basó
parte de su investigación en testimonios de presas recogidos
por Tomasa Cuevas, también presa.
Después de la
guerra, la represión fue brutal. Miles de personas fueron
encarceladas e incluso se habilitaron conventos como
prisiones. A ellas fueron a parar muchas mujeres.
La cárcel de
Ventas, concebida como un edificio moderno por Victoria
Kent, se convirtió en un lugar infame. Tomasa Cuevas lo
describe como un gigantesco almacén de mujeres. Antonia
García dice: “Sólo recuerdo la locura de mi primer día en la
sala de prisión: un sitio para 500 personas albergaba a
11.000. Las mujeres se tiraban al suelo a la vez, no había
más sitio”.
Las presas vivían
hacinadas con sus hijos y, pronto, la masificación supuso un
problema, no humanitario, sino económico y administrativo.
Mirta Núñez Balart, historiadora, calcula que en 1939 había
280.000 presos. Hoy con el doble de población son unos
60.000.
Las embarazadas
con pena de muerte eran fusiladas nada más dar a luz, como
relata Carlos Fonseca en Trece rosas rojas. Trinidad
Gallego, matrona, fue encarcelada y ayudó a parir a sus
compañeras de prisión. A sus 95 años recuerda para DIAGONAL
que “allí los niños los disfrutaba la Topete [la directora
María Topete]. Las madres estaban separadas de sus hijos, si
devolvían, ellas no podían cuidarlos. Sarna, piojos, sin
apenas comida ni agua. Morían muchos. Con tres años se los
llevaban, si tenían familia, pero entonces todos estaban en
la cárcel e iban a parar a los hospicios o no se sabe”.
En los ‘40 se
abrió una prisión para madres lactantes en Madrid. Las
presas pensaron que las condiciones mejorarían. Mercedes
Núñez, presa política, dice en Mujeres caídas de Mirta
Núñez: “Ninguna madre podía cuidar de su hijo. Los niños
vivían separados en un patio aparte y ellas trabajaban en
talleres más de diez horas diarias”. En Santurrán (País
Vasco) las monjas mandaron salir a las presas al patio.
Cuando volvieron, sus hijos habían desaparecido. Ya no
existían, no habían sido inscritos en el registro de
entrada.
Teorías de inspiración nazi
El rapto se convirtió en ‘legal’ por la Orden de 30 de marzo
de 1940 que da la patria potestad al Estado. El general y
médico Vallejo Nájera, formado en Alemania e ideólogo del
régimen, afirmaba que era necesario “extirpar el gen
marxista” y recomendaba el traslado de los niños a hospicios
para “la eliminación de los factores ambientales que
conducen a la degeneración”. Para ello, aplicó descargas
eléctricas a los presos y otros experimentos.
La Iglesia regía
todos los órdenes de la vida, los internados moldeaban a los
niños, mientras el régimen los presentaba como “sacados de
la miseria material y moral”. Victoriano Ceruelo, de 65
años, estuvo en Zamora: “Desde los cinco años, todos los
días nos levantaban a las 5h. de la mañana para ir a misa.
Los domingos venían familias y las monjas nos ponían en
fila. Y decían ‘me gusta ése’, y se lo llevaban. Un día me
tocó a mí, pero él le daba mala vida a mi madre y ella se
suicidó”. Hasta hace poco iba cada año a preguntarle a la
superiora quiénes eran sus padres. Ella le decía: “No tienes
derecho a remover”.
El 4 de diciembre
de 1941 una ley autorizó cambiar los apellidos “si no se
pudiera averiguar el Registro Civil en que figuren inscritos
los nacimientos de los niños que los rojos obligaron a salir
de España y que sean repatriados [23.000 volvieron]. Igual
inscripción se hará a los niños cuyos padres y demás
familiares murieron o desaparecieron durante el Glorioso
Movimiento Nacional”.
Fernando Magán, abogado de la ARMH,
señala que “eso es la transposición de un decreto nazi a
España. Lo que subyace es el exterminio de una clase social,
los rojos.
La eliminación de las ideas por la vía
del exterminio de las personas.
Hubo un momento –continúa Magán– en el que se instruyó a la
policía judicial para abrir los archivos parroquiales. Pero
la sala de lo penal, la misma que condenó a Scilingo, cerró
sumario”.
También el orden
moral impuesto repudiaba a las mujeres si su unión no era
bendecida. En el programa de Paco Lobatón (TVE) ¿Quién sabe
dónde? afloraron miles de casos. Sensibilizado, Lobatón
fundó Derecho a Saber (ANDAS), junto a varias afectadas. A
partir de ahí, el programa fue incómodo.
El caso de María
Fe Fernández (Pamplona) se resolvió en la tele. La suya fue
madre soltera: “Si se quedaban embarazadas iban a parar al
convento hasta que daban a luz, luego a la maternidad, allí
el capellán hacía las gestiones. Las engañaban y los hijos
iban para militares, ricos o familias humildes (a cargo de
curas)”. Dice que hay casos en Argentina, Italia, Alemania o
Austria.
Avanzada la
dictadura el secuestro de bebés continúa. Ahora, Mar Soriano
busca a su hermana. Su madre falleció hace unos días. “Mi
hermana nació en 1964 en la Maternidad de O’Donnell
(Madrid), parecía sana, pero la metieron en la incubadora y
un día le dijeron a mis padres que había muerto y que ya la
habían enterrado. Ellos estaban aturdidos, eran gente
humilde y no sabían qué hacer. Les dieron la partida de
defunción y decía que un general mandó enterrarla. A mí me
contaron que mi hermana murió. Por mi trabajo doy
conferencias en el extranjero para personas sordas. Y en
1997, en Austria, se me acercó alguien que me dijo que
conocía a mi familia en Klangerfür, que si el padre era
alemán, su hija era igual a mí, mi misma cara, pelo... Dije
que no. Hace unos meses empecé a atar cabos”. También
desconocía el caso de una madre que ha localizado en Austria
a su bebé robado en Madrid. La Iglesia tiene los archivos,
pero ninguna ley obliga a abrirlos.