Aquellos que tratan de que olvidemos todo cuanto no les interesa que se conmemore, pretenden que no seamos, que no existamos, porque sin memoria, sin pasado, ¿es que somos?. La edad nos hace pretérito, pues el pretérito es, ya, presente y el presente se nos acaba.
Si el 23-F hubiese interrumpido la incipiente democracia en vez de revitalizarla, como hizo, hoy estaríamos sufriendo el retraso económico y cultural que aquellos militares desarmados de espíritu y cabeza, que no de tanques, hubiesen intentado imponernos desde los cuarteles con la colaboración tácita de algunos banqueros y contados jerarcas eclesiásticos. Cuando los trasnochados del franquismo gritaban «Tarancón al paredón» lo hacían porque sabían que una parte importante de la Iglesia española luchaba abiertamente por la democracia.
De las cosas que he oído en los últimos tiempos -y mira que he oído barbaridades y disparates- la que más pena me ha causado la pronunció nuestro paisano el diputado Martínez-Pujalte cuando viendo subir a la tribuna del Congreso a Zapatero dijo: «Ya va a sacar de paseo a su abuelo». Ese abuelo mártir de su juramento de fidelidad a la República, al pueblo. Aún somos multitud los españoles que nos sentimos insultados por aquel comentario del que no ha sido en política otra cosa que el monaguillo de otro murciano, el astuto Zaplana. (Que conste que yo también fui monaguillo, pero siempre muy respetuoso en los entierros y funerales, tan respetuoso como en los bautizos y bodas, aún cuando estos últimos eran más rentables por las propinas).
Si algo me produce repugnancia es ver aquellos que traicionan el pasado de sus mayores. Por eso no soporto a esos llamados socialistas que un día fueron de la Guardia de Franco o falangistas de pro que depositaron coronas de rosas en la tumba de José Antonio y después han hecho de la política un trampolín para medrar y así no tener que vivir de sus pensiones, por cierto jugosas.
No sé en qué quedará el «affaire» Garzón, pero los hijos y nietos de los desaparecidos de la Guerra Civil en lo más íntimo de su conciencia sienten la necesidad de conocer la auténtica verdad de aquel levantamiento militar que produjo, cuando menos, un retraso de progreso en todos los órdenes de algunas generaciones de españoles. La crueldad de la guerra y la represión sin piedad vació a España de vidas, de pan y de cultura. Miles de profesores y maestros fueron sustituidos por otros que no supieron transmitirnos otra enseñanza que aquella que «nos hacia caminar por el Imperio hacia Dios» con un emperador que nos hizo a todos súbditos, no ciudadanos.
Dice Vidal Quadra, el diputado europeo del Partido Popular, que la II República «fue un error, pues nos trajo 40 años de dictadura». Tiene gracia este Alex trasnochado; debe ponerse de acuerdo con su colega Mayor-Oreja, añorante del franquismo, cuyos sueños son los fetos de? Cañizares.
Los niños de la guerra en la zona republicana gozamos de maestros que nos enseñaron a leer y escribir, con cinco o seis años a recitar a Garcilaso de la Vega y García-Lorca. Después, durante muchos años, tuvimos como única lectura, aquellos que nos apañábamos, a Juan Centella, a Roberto Alcázar y Pedrín, al Guerrero del Antifaz, sin olvidarnos, claro está, del Padre Ripalda.