Las
grandes olvidadas:
las
mujeres
españolas en la
Resistencia
francesa
Isabel Munera Sánchez
ciudaddemujeres.com
Un gran manto de olvido ha cubierto durante muchos años la
participación española en la
Resistencia francesa.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los franceses se
dedicaron a construir una historia de la
Resistencia que ignoraba
la importante presencia de extranjeros en la liberación de
Francia, y que convertía a los franceses en los
protagonistas indiscutibles de la lucha que se libraba en
Europa contra el nazismo. Pero si la presencia de los
republicanos españoles fue ignorada, la de
las
mujeres ha sido
completamente silenciada, convirtiéndose, muy a su pesar, en
protagonistas invisibles de una historia de olvido. Ha
llegado el momento de levantar ese manto de silencio y de
recuperar la memoria de todas estas
mujeres anónimas que
arriesgaron su vida porque el mundo recuperara la libertad.
Este es, sin duda, el principal objetivo de esta
intervención. Porque como muy bien señaló el escritor
francés André Malraux ya en 1975: “Los que han querido
confinar a la mujer al simple papel de auxiliar de la
Resistencia, se equivocan
de guerra”.
De guerra sabían mucho ya
las
mujeres
españolas cuando estalló
la Segunda Guerra Mundial. El triunfo del levantamiento
franquista en España las
había empujado al exilio huyendo de los bombardeos. En
las últimas semanas del
mes de enero y principios de febrero de 1939, cerca de
500.000 españoles cruzaron los pasos pirenaicos en la más
importante emigración forzosa de la historia de España.
Niños, ancianos, mujeres,
soldados y familias enteras comenzaron entonces un largo
peregrinar por medio mundo, aunque los dos lugares más
importantes de asentamiento de estos españoles desarraigados
serían Francia y México. [1]
Huyendo de un destino que se presentaba incierto, los
refugiados depositaron sus esperanzas en el país vecino, una
tradicional tierra de asilo y cuna además de los Derechos
del Hombre. Pero las
autoridades francesas,
nada habían previsto, pese a que la derrota del ejército
republicano se hacía cada vez más evidente. Días y noches a
la intemperie, muertos de frío y hambre, los exiliados
españoles esperaron su turno para cruzar la frontera. Ya en
suelo francés, los gendarmes se encargarían de separar a
las familias. Los hombres
que estaban en condiciones de trabajar fueron conducidos a
campos de concentración, mientras que
las
mujeres, los niños, los
enfermos y los ancianos fueron evacuados masivamente a
improvisados albergues y centros de acogida en diversos
departamentos del interior.
Pese a las
manos que les tenderán algunos franceses solidarios con su
situación, en general, el recibimiento del pueblo francés
será hostil. Además, la prensa conservadora y de extrema
derecha se encargará de exaltar aún más los ánimos.
“Invasión de refugiados”, “ruinas humanas”, “marea de
fugitivos”, “bestias carnívoras de la Internacional” o “la
hez de los bajos fondos y de las
cárceles”, [2]
serán algunos de los calificativos que recibirán los
republicanos españoles. Las
condiciones de vida durante los primeros meses en los campos
de concentración de Argelès, Saint Cyprien y Barcarès serán
especialmente duras. Playas desnudas, rodeadas de alambradas
sin un lugar donde guarecerse del frío, sin apenas nada que
llevarse a la boca, sin medidas de higiene, sin
medicamentos, bebiendo agua salobre y haciendo sus
necesidades en la playa, de donde procedía el agua que
bebían. Con estas condiciones, serán muchos españoles que
mueran en los primeros momentos de su llegada a Francia.
Aunque algunas mujeres
vivirán en primera persona esta realidad, serán una minoría.
La mayor parte pasarán estos primeros meses de exilio en
albergues y centros de acogida donde
las condiciones de vida
no serán, sin embargo, mucho mejores. En
escuelas, cuarteles,
granjas, cuadras o viejas fábricas dormirán en el suelo o
sobre paja, sin agua caliente, sin ropa de abrigo, sin
apenas comida con la que alimentar a sus hijos y con la
incertidumbre de no saber cuál es la situación de sus
familiares encerrados en los campos de concentración. Muy
pronto, las autoridades
francesas intentarán
deshacerse de unos refugiados que consideran una “gran
carga” para su economía y fomentarán
las repatriaciones a
terceros países, sobre todo, de América Latina y el retorno
a España, incluso recurriendo en muchas ocasiones al
engaño. [3]
Con el inicio de la Segunda Guerra
Mundial, las
mujeres
españolas tendrán que
continuar su particular lucha por la supervivencia. Una
orden de abril de 1940, que decretaba el cierre definitivo
de todos los albergues, complicará aún más su situación. [4]
Sometidas a la presión de las
autoridades francesas,
las
mujeres se debatirán
entre regresar a España, desde donde llegan noticias de que
se ha desatado una brutal represión, reemigrar a terceros
países, una posibilidad no siempre al alcance, o iniciar en
Francia una vida en la clandestinidad. Pero no era fácil
regularizar la situación y conseguir los papeles necesarios.
Además, las
mujeres no eran
consideradas un colectivo interesante para la economía
nacional. Si no disponían de una familia establecida en el
país, sus posibilidades de permanencia eran escasas. Algunas
trabajarán en el campo, otras como criadas y
las menos en fábricas;
pero son muchos los testimonios que nos hablan de la
situación de explotación y vejaciones que sufrirán por parte
de sus patronos. Y, pese a todo,
las mujeres
siempre estarán en primera línea cuando se trate de impedir
una injusticia. Fueron mujeres
las que primero se
rebelaron contra la decisión de
las autoridades francesas
de trasladar en marzo de 1941 a los brigadistas del campo de
Argelès al norte de África. Conocedoras de
las duras condiciones de
los campos en las
posesiones francesas del
África septentrional, donde muchos refugiados encontraban
finalmente la muerte, trataran de impedir este traslado.
Como recuerda una de las
protagonistas, Ana Pujol: “Los hombres vacilaban y no se
atrevían, temiendo las
consecuencias del levantamiento. Y
las
mujeres decidimos llevar
nosotras la lucha (...) Fue el campo de
mujeres el que se
levantó, en una protesta tan unánime y violenta, que
las propias fuerzas que
nos guardaban cogieron miedo. En pocos minutos, la avalancha
de mujeres avanzando
hacia el reducto donde se intentaba sacar a rastras de sus
barracas a los internacionales rompió
las alambradas y lo
arrolló todo”. [5]
Pero éste no fue un episodio aislado.
Neus Catalá en su estremecedor libro “De la
Resistencia y la
deportación”, recoge el testimonio de 50
mujeres
españolas que
participaron en esta “nueva batalla contra el fascismo
internacional”. “Las
mujeres
españolas!, recuerda
Neus, “las muchachas de
la JSU nos incorporamos de mil y una maneras al combate. No
fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro
sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en
detectar el peligro dependía a veces la vida de decenas de
guerrilleros”. [6]Como
la propia Neus Catalá, fueron muchas
las
mujeres que se
incorporaron a las
filas de la
Resistencia tras la
ocupación de Francia por los nazis en mayo de 1940. Como
enlaces, en las redes de
evasión, transportando correos, municiones, armas o
mensajes, dando cobijo a los perseguidos por la Gestapo y la
Milicia francesa,
confeccionando o distribuyendo prensa clandestina e incluso
empuñando armas en batallas
tan importantes como la de La Madeleine. Eran conscientes
del peligro, pero sentían que cumplían con su deber. Neus
comenta: “Cuando entrábamos en la
Resistencia éramos
conscientes del peligro. Teníamos un 90% de posibilidades de
caer. Pero caía uno, y sabíamos que diez nos remplazarían
(...) Como las demás,
cumplí sencillamente con mi deber. Me llamaron y
respondí”. [7]
Para algunas mujeres, su
trabajo en la Resistencia
se convirtió en el centro de su existencia. Regina Arrieta
recuerda: “Al principio éramos pocos los que hacíamos la
Resistencia. Fueron años
durísimos, pero exaltantes. A mí me pareció que mi vida
comenzó el día que pasé a formar parte de la
Resistencia para luchar
contra el ocupante nazi”. [8]
Otra mujer confirma estas palabras: “ Mis compañeros y
compañeras militantes españoles nos unimos en seguida a la
Resistencia, en Francia,
contra los nazis, porque aquella lucha la sentíamos como
propia, considerábamos un deber defender la libertad donde
fuese, como en España, frente al alemán, porque era nuestro
virtual enemigo, los que habían ayudado a Franco a ganar la
guerra” [9]
Así, muchas
mujeres que no habían
ejercido actividades políticas ni militares durante la
Guerra Civil, encontraron en la
Resistencia francesa
su oportunidad para poder luchar contra el fascismo. [10]
Ingrid Strobl en su magnífico libro Partisanas comenta: “Las
mujeres tuvieron una
aportación decisiva en la lucha contra el fascismo y el
nacionalsocialismo. Entrevistas con activistas e
investigadores han demostrado que la infraestructura de todo
tipo de resistencia fue
creada sobre todo por mujeres
(...) Pero mientras el luchador activo, al ser detenido,
todavía podía intentar defenderse con su arma, la mujer
desarmada, con su cesto de la compra lleno de
octavillas ilegales
estaba totalmente a merced de sus perseguidores ”. [11]Fueron
muchas las
mujeres que fueron
ejecutadas por su trabajo en la
Resistencia, o que padecieron infinidad de torturas
al negarse a delatar a un compañero, o que murieron en el
infierno de los campos de extermino nazis. Y, sin embargo,
para todas estas mujeres
no hubo apenas reconocimientos ni menciones de honor. El
simple hecho de ser mujer fue motivo suficiente para no ser
vistas y para que su importante contribución a la
Resistencia fuera
ignorada. Como apunta con gran acierto Antonina Rodrigo en
su obra “Mujer y exilio”: “Ellos intervinieron en la guerra,
en el maquis, en la resistencia
(...) y pasaron a la historia, se les condecoró, se les
dedicaron monumentos. Ellas
también hicieron la guerra, estuvieron en el maquis, en la
resistencia (...), pero
en los libros de historia la mujer siguió ausente, no han
recogido sus batallas”. [12]Además,
a diferencia de sus compañeros,
las mujeres
tuvieron que compatibilizar su trabajo en la
Resistencia con su papel
de madres. José Martínez Cobo, dirigente del PSOE en el
exilio, asegura: “Las
mujeres en la
Resistencia han sido
utilizadas siempre para transmitir mensajes, mantener
lugares seguros y también han tenido el dificilísimo papel
de correr todos los riesgos que corría el hombre y al mismo
tiempo mantener la familia”. [13]
Regina Arrieta afirma: “En mi casa se hacían reuniones, se
confeccionaban octavillas.
Tenía que trabajar, criar a mi hijo y hacer la
Resistencia”. [14]
Otra refugiada Jesusa Bermejo explica cómo hasta la propia
policía se marchaba de su casa, punto de reunión de
resistentes, al ver a tantos niños: “La policía siguió
visitando mi casa, pero se quedaba poco tiempo, al ver el
panorama de tanto crío; los cinco de la hermana muerta, la
de mi hermana en la cárcel y los míos, todos muertos de
hambre y llenos de sarna”. [15]
También hubo menores de edad entre
las resistentes. Josefa
Bas empezó a trabajar con el maquis de Dordogne a los 16
años. La misma edad tenía Lina Bosque cuando empezó a
realizar labores de enlace. Esta niña-mujer recorría largas
distancias a pie o en bicicleta para llevar papeles, cartas
o mensajes. “Como era una cría (...), acompañaba a los
compañeros y decían que conmigo pasaban más desapercibidos”.
Sin embargo, y pese que exponía su vida como los demás, Lina
tuvo problemas con algunos de sus compañeros varones. “Una
cosa que me hizo mucha gracia fue que pedí el ingreso en el
Partido, pero me dijeron que era demasiado joven. Es decir,
que para eso me encontraban demasiado joven, y no lo era
para hacer todas aquellas
cosas que me hacían hacer (en la
Resistencia)”. [16]
A veces, los compañeros varones tampoco veían con buenos
ojos la presencia de las
mujeres en la guerrilla.
Regina Arrieta recuerda su experiencia al llegar al maquis:
“Allí fui acogida con toda naturalidad y afecto, menos por
un oficial de la Marina española Republicana, que no
toleraba la presencia de las
mujeres en la
guerrilla”. [17]Pese
a estas reticencias, algunas
mujeres ocuparon puestos importantes en el
organigrama guerrillero como la nombrada Regina Arrieta, que
perteneció a la dirección de la MOI (Mano de Obra Inmigrada)
en Toulouse [18]
o Nati Molina “La Peque” y Carmen (otra mujer sin apellido),
que formaban parte del Estado Mayor de la Agrupación de
Guerrilleros Españoles y que se encargaban de asegurar la
comunicación entre las
diferentes unidades. Sin embargo, no se tiene recuerdo de
ellas y sus nombres se
han esfumado como el de otras muchas en el tiempo. [19]
Mujeres
jóvenes, anónimas, procedentes de
las capas populares, que
se vieron inmersas en el torbellino de cambios sociales,
culturales, económicos y políticos que trajo la República de
1931. Mujeres que se
vieron forzadas a un exilio que
las condujo a un nuevo frente, el que se libraba en
Europa contra el fascismo internacional. Su labor como
enlaces fue fundamental. Aseguraban
las comunicaciones entre
los diversos grupos guerrilleros. Recorrían a veces más de
100 kilómetros para transportar un parte o una orden
militar, llevar municiones, armas, dinero,
cartillas de
racionamiento, etc. Como los autobuses eran lugares muy
peligrosos y sometidos a constantes inspecciones, la mayoría
de las veces recorrían
largas distancias a pie o en bicicleta. La labor de enlace
requería una gran resistencia
moral y física. Los enlaces eran los que más se exponían y
corrían el peligro de ser torturados en caso de detención.
Además, las
mujeres enlaces no
llevaban armas y, a veces, sólo tenían piedras para
defenderse de las
pistolas. [20]
Las
mujeres también eran
utilizadas para transportar explosivos, que servían para
destruir más tarde vías férreas y postes eléctricos. Luisa
Alda recuerda cómo guardaba en el carrito de su niña
materiales explosivos que luego se utilizaban para destruir
vías de comunicación. Y todo con el único objetivo de
escapar de los controles de la Gestapo.
Las refugiadas
españolas se encargaban
también de mantener puntos de apoyo, refugios seguros donde
los “quemados” -personas perseguidas por los nazis o la
Milicia francesa- podían
esconderse o curarse las
heridas antes de regresar al maquis. En estos refugios se
diseñaban además planes militares o se guardaban papeles
falsos, salvoconductos o instrumentos para la impresión de
octavillas o prensa
clandestina. Los sabotajes tampoco estaban reservados a los
hombres. Muchas mujeres
realizaban sabotajes en las
fábricas alemanas donde trabajaban. Soledad Alcón recuerda
como para la conmemoración del armisticio de la Primera
Guerra Mundial, decidieron celebrarlo con una serie de
sabotajes en la fábrica. Ella se presentó voluntaria y paró
todo el taller. [21]
La presencia femenina también fue muy
importante en las cadenas
de evasión, una de las
primeras formas de Resistencia
contra el ocupante nazi. Muy pronto se crearon redes que
ayudaban a personas perseguidas a atravesar por diversos
pasos de montaña la frontera pirenaica. Sin duda, una de
las redes más importantes
y efectivas fue la creada por el anarquista oscense
Francisco Ponzán, François Vidal en la
Resistencia, que formaba
parte de la red Pat O’Leary, organizada por los servicios
secretos ingleses para sacar del territorio francés a los
aviadores británicos que caían en Francia. Pilar Ponzán,
hermana del fundador de la red, fue uno de los miembros de
esta cadena junto a las
también españolas
Alfonsina Bueno Ester y Segunda Montero. [22]
Como se puede apreciar por los testimonios que he expuesto
durante mi intervención, la participación de
las
mujeres
españolas en la
Resistencia
francesa fue amplia y
variada. Pero pese a esta multiplicidad de actuaciones, su
contribución a la liberación de Francia ha sido
completamente obviada durante años. En un coloquio que se
celebró en París en el año 1996, la vicepresidenta de la
Federación de Asociaciones y Centros de Españoles Emigrantes
en Francia (Faceef) y coordinadora del coloquio, Francisca
Merchán, se preguntaba por esta cuestión: “¿Por qué hay
todavía miedo a decir que las
mujeres tomaron parte
activa en la guerra y en la
Resistencia (...)? [23]
Hoy, casi nueve años después, la investigación sobre este
asunto es todavía muy escasa y sus protagonistas,
las
mujeres, continúan siendo
unas desconocidas, relegadas a la labor de meras auxiliares
en una historia protagonizada por los hombres. “Para ellos,
los honores; para nosotras, el olvido”, comenta con amargura
Regina Arrieta. [24]
De este olvido han tratado de
rescatarlas otras mujeres.
Fundamental, sin duda, para conocer en primera persona el
relato de estas resistentes el libro de Neus Catalá, que les
da voz a todas ellas. O
los testimonios recogidos por otra mujer resistente Tomasa
Cuevas; o los trabajos de Giuliana di Febo, Ingrid Strobl,
Antonina Rodrigo, María Fernanda Mancebo, Pilar Domínguez,
Mary Nash, Alicia Alted... [25]
Sus compañeros varones, preocupados
durante algún tiempo por su propio olvido, descuidaron la
importante labor de sus mujeres,
que se convirtieron en las
víctimas de un nuevo silencio. El poeta asturiano José María
Álvarez Posada, “Celso Amieva”, escribía una carta a su
amigo Eduardo Pons Prades para que incluyera en su libro un
poema, que sirviera de homenaje a
las
mujeres que reconocía
“con frecuencia hemos olvidado”. “Sin
ellas, bien lo sabes”,
proseguía, “nosotros, los valientes, los heroicos
guerrilleros, nos hubiéramos hundido moralmente más de una
vez y, en el plano digamos operacional, pegado más morradas
que pelos tenemos en la cabeza. Por eso te envío estos
versos dedicados a las
muchachas del maquis”. Las
primeras líneas de su poema dicen: “Quiero nombrar aquí a
las compañeras abnegadas
y anónimas, enlaces y escuchas, auxiliares y guerrilleras o
heroicas enfermeras, valientes y eficaces”. [26]Como
sus compañeros varones, sufrieron
las penurias de los
campos de concentración franceses, los peligros de la vida
clandestina y la Resistencia.
Fueron detenidas, torturadas, ejecutadas y conducidas al
infierno de los campos de exterminio nazis, donde muchas
encontrarían la muerte. Y, sin embargo, continúan siendo
las
grandes desconocidas de
una historia que todavía está por escribir.
Notas
[1]
Un estudio completo de las
distintas oleadas migratorias se puede encontrar en RUBIO,
J., La emigración de la Guerra Civil 1936-1939. Historia del
éxodo que se produce con el fin de la II República Española,
Madrid, Editorial San Martín. 3 vols.,1977.
[2]
Titulares de la prensa francesa
citados en DREYFUS-ARMAND, G., El exilio de los republicanos
españoles en Francia, Barcelona, Crítica, 2000, pág. 48 y 49
[3]
Testimonio de Rosa Laviña, recogido por SORIANO, A., Exodos.
Historia oral del exilio republicano en Francia, 1939-1945,
Barcelona, Crítica, 1989, pág. 174.
[4]
ALTED, A., “El exilio republicano español de 1939 desde la
perspectiva de las
mujeres”, Arenal, número
2, 1997, pp. 223-238.
[5]
SECUNDINO, S., La última gesta. Los republicanos que
vencieron a Hitler (1939-1945), Madrid, Aguilar, 2005, pág.
399.
[6]
CATALÁ N., De la resistencia
y la deportación. 50 testimonios de
mujeres
españolas, Barcelona,
Adgena, 1984, págs. 16 y 17.
[7]
Ibidem
[8]
Idem, pág. 54
[9]
RODRIGO A., Mujer y exilio 1939, Barcelona, Flor de Viento,
2003, pág. 215
[10]
YUSTA, M., Guerrilla y
resistencia campesina. La
resistencia armada contra el franquismo en Aragón
(1939-1952), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza,
2003, pág. 83
[11]
STROBL, I., Partisanas. La mujer en la
resistencia armada contra
el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945), Barcelona,
Virus Editorial, 1936, pág. 29
[12]
RODRIGO, A., Op. Cit., pág. 21
[13]
MARTIN, J., Y CARVAJAL, P., El exilio español (1936-1978),
Barcelona, Planeta, 2002, pág.171
[14]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 54
[15]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 70
[16]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 76
[17]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 54
[18]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 55
[19]
SERRANO, S., Op. Cit, pág. 407
[20]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 44
[21]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 43
[22]
Sobre la red Pat O’Leary véase TELLEZ, A., La red de evasión
del grupo Ponzán. Anarquistas en la guerra secreta contra el
fascismo y el nazismo, Virus, Barcelona, 1996 y PONZAN, P.,
Lucha y muerte por la libertad. Memorias de nueve años de
guerra: 1936-1945. Ed. de la autora, Barcelona, 1996
[23]
Actas del coloquio organizado por la Faceef los días 9 y 10
de junio de 1995 en el Instituto Cervantes de París.
Memorias del olvido, La contribución de los españoles a la
Resistencia y a la
liberación de Francia (1939-1945), París, Faceef, 1996, pág.
161
[24]
CATALA, N., Op. Cit., pág. 56
[25]
CUEVAS, T., Mujeres de la
Resistencia, Barcelona,
Siroco, 1986; CUEVAS, T.,
Mujeres de las
cárceles franquistas, 2 vols.; I, Madrid, s/a; II.
Barcelona, 1985; DI FEBO, G.,
Resistencia y movimiento de
mujeres en España
(1936-1976), Barcelona, Icaria, 1979 ; MANCEBO, M.F., “Las
mujeres
españolas en la
Resistencia
francesa”, Espacio,
Tiempo y Forma, Serie V, 1996, págs. 239-256; DOMINGUEZ,
M.P., Voces del exilio. Mujeres
españolas en México,
1939-1950, Madrid, Dirección General de la Mujer, 1994;
NASH, M., Rojas. Las
mujeres republicanas en
la Guerra Civil, Madrid, Taurus, 1999.
[26]
PONS PRADES, E., Republicanos españoles en la Segunda Guerra
Mundial, Barcelona, La Esfera de los Libros, 2003, pág. 26
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