Javier Salas
Público
18 de Febrero
de 2009
Se
cumplen 20 años de la
primera declaración
colectiva de insumisión, el
más exitoso movimiento de
desobediencia
Los pioneros de un
mundo sin guerras
son los jóvenes que
rechazan cumplir el
servicio militar",
aseguran que dijo
Albert Einstein. En
España, los pioneros
dieron su gran salto
el 20 de febrero de
1989: 57 jóvenes
objetores en busca y
captura se
presentaron ante las
autoridades
militares para
reafirmar su
negativa a realizar
el servicio militar
y su insumisión a la
legislación de
objeción de
conciencia. Se
cumplen dos décadas,
por tanto, de la
constitución de uno
de los movimientos
de desobediencia
civil con más éxito,
pues logró su
objetivo final:
acabar con la mili.
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De
aquellas historias de
huelgas de hambre y penas de
cárcel, ha pasado mucho
tiempo, pero no están
completamente olvidadas.
Este mismo mes, un joven de
Vilafranca del Penedès,
David Sánchez, estuvo a
punto de ingresar en prisión
por su pasado como insumiso.
Condenado a dos años de
cárcel en el año 2000 por
desórdenes públicos en una
manifestación antifascista,
estuvo a punto de ir a la
cárcel por sus antecedentes
por el delito de insumisión.
Un delito que, según la
legislación vigente, debía
de haber sido cancelado de
oficio como todos los
antecedentes penales
derivados de esa insumisión,
incluso en el supuesto de
sentencias ejecutadas. Aun
así, a la magistrada del
juzgado de lo penal de
Barcelona le pareció
oportuno servirse de estos
antecedentes, ya
inexistentes, para mandar a
prisión al joven
antisistema.
"Entre todos cumplimos
más de mil años de
cárcel", recuerda el
primer insumiso
Los pioneros,
víctimas de Franco
Aunque
el primer insumiso español
fue Antonio Gargallo Mejía,
un testigo de Jehová que fue
fusilado durante la Guerra
Civil por rehusar integrarse
en el ejército franquista,
el movimiento insumiso
español tiene sus orígenes
en los últimos años del
franquismo. En 1972, tuvo
lugar el primero de los dos
consejos de guerra a los que
se enfrentó Pepe Beunza, el
verdadero pionero. Él no
alegó motivos religiosos,
como hacían los testigos de
Jehová: "Ellos esperaban la
llegada del fin del mundo
para resolver los
problemas", recuerda Beunza,
"pero se trataba de cambiar
el mundo, aquí y ahora, no
de esperar a su final".
Procesado por la legislación
militar del franquismo,
Beunza no tenía derecho a un
alegato final que sí
tuvieron sus herederos
durante la democracia. Aun
así, trató de leer un
discurso ante el tribunal
que le juzgaba. "Creo que
estamos ante un signo de los
tiempos, un signo
beneficioso que ustedes no
podrán frenar ni con
cárceles ni con castigos",
es una de las frases que
Beunza no pudo declamar.
Sólo le dejaron leer 15
líneas.
En
1998, el número de
objetores superó por
primera vez al de
soldados de reemplazo
"Fue
una lucha muy dura",
reclama, "que yo viví por
aquellos tiempos muy en
solitario". El insumiso pasó
casi tres años en distintas
prisiones por su apuesta
decidida por la resistencia
no violenta en una época en
la que "la lucha armada
todavía estaba muy
mitificada", recuerda.
La
lucha iniciada en el 89 creó
un movimiento de objeción de
conciencia donde hasta el
momento sólo había aislados
mártires de la causa. "Entre
todos, cumplimos más de
1.000 años de cárcel",
asegura Beunza. Un esfuerzo
humano de lo más generoso,
el de los objetores, que
logró recoger sus frutos
para todos los demás
ciudadanos mucho antes de lo
imaginable.
Pasaron 16 años hasta que se
aprobó la ley que reconocía
el derecho a la prestación
social sustitutoria. Una ley
que no cubría las
expectativas de los
objetores más radicales, que
se reconvirtieron en
insumisos a esa regulación,
pero sí las de la mayoría
silenciosa hasta entonces de
los españoles. En 1988, para
atender a la primera hornada
de objetores, Cruz Roja
ofertó 500 plazas; diez años
después, ya había más
objetores que soldados de
reemplazo. Aunque los planes
para la definitiva
profesionalización del
Ejército estaban pensados
para mucho más tarde, los
responsables políticos y
militares se vieron
obligados a adelantarlo. "Se
estuvo a punto de conseguir
el sueño de todo
antimilitarista: que no
acudiera nadie a un
reemplazo", recuerda Beunza
entusiasmado.
La esperada reforma
En
1992, fue aprobada la Ley de
Reforma del Servicio
Militar, que remitía los
casos de insumisión a la
jurisdicción civil, pero
que, en cambio, aumentaba
las penas a 28 meses de
cárcel. Fue a partir de
entonces, a mediados de los
noventa, cuando los
insumisos se enfrentaron a
un momento decisivo. Perico
Oliver, profesor de historia
contemporánea en la
Universidad de Castilla-La
Mancha, recuerda que el
ministro de Justicia e
Interior, Juan Alberto
Belloch, trató de
criminalizar el movimiento.
"El PSOE, con Belloch al
frente, intentó relacionar
insumisión con ETA, con
radicales abertzales,
tratándonos con desdén y
desprecio. Pero sólo éramos
un grupo de antisistemas",
dice Oliver.
El
éxito de la objeción de
conciencia se llegó a
menospreciar desde el
Gobierno llamándola
"objeción de conveniencia",
a pesar de que la propia
Constitución recoge
expresamente este derecho en
su artículo 30.2: "La ley
fijará las obligaciones
militares de los españoles y
regulará, con las debidas
garantías, la objeción de
conciencia, así como las
demás causas de exención del
servicio militar
obligatorio, pudiendo
imponer, en su caso, una
prestación social
sustitutoria".
En
cualquier caso, los
insumisos tenían un último
as en la manga. Supieron
jugar esa mano acumulando
fuerzas a partir de otros
movimientos sociales en
crisis y apostando por
valores pedagógicos a los
que la sociedad no se podía
resistir. La paz y la no
violencia, frente a la mala
imagen de un Ejército que en
los años ochenta arrastraba
una imagen demasiado
relacionada con el
franquismo, comenzaron sumar
una jugada ganadora.
Con el
paso de los años, fue al
gobierno que presidió José
María Aznar (PP) a quien le
correspondió firmar la
defunción definitiva del
servicio militar obligatorio
en España. La ciudadanía
había dictado su veredicto
mucho tiempo antes: el
servicio militar no era más
que "la puta mili" y el
Ejército profesional, una
necesidad apremiante por la
falta de nuevas vocaciones.