El drama de los hermanos Ballester en Mauthausen
Levante 12 de Octubre de 2009
Silencio. Eso es lo único que ha encontrado Jaime Ballester
Gómez desde que hace más de 70 años, cuando
era un niño, vio por última vez a su hermano
José. La Guerra Civil separó a esta familia
de Eslida. Sus dos hermanos mayores, Vicente
y José, soldados de la República, cruzaron
los Pirineos huyendo de las tropas de
Franco. Forman parte de los casi 9.000
exiliados republicanos españoles, 679 de
ellos valencianos, que tras ser apresados en
Francia durante la II Guerra Mundial fueron
deportados a los campos de concentración de
Hitler.
Su destino fue el complejo de exterminio de
Mauthausen, donde fueron asesinados dos de
cada tres de los 554 valencianos que
cruzaron su puerta. Vicente logró sobrevivir
a duras penas, pero a José se lo tragó para
siempre la «fábrica de la muerte» de la Alta
Austria. Jaime, que ahora tiene 78 años y
vive en Moixent, intenta reconstruir la
historia del hermano que perdió a manos de
los nazis con la ayuda del investigador
Adrián Blas Mínguez, representante de la
Amical de Mauthausen en la Comunitat
Valenciana.
El drama de los Ballester Gómez no es único.
Blas Mínguez ha documentado 12 hermanos y un
padre y su hijo entre los valencianos
deportados a Mauthausen. Siete familias
valencianas han sido víctimas por partida
doble del horror nazi.
No sobrevivieron para contarlo Juan Bondi y
su hijo Manuel, de Castelló; los hermanos
Federico e Isidro Cervera Moratín, de
Loriguilla, y Francisco y José Ten Campos,
de Bétera, que fueron asesinados con cuatro
días de diferencia.
Entre las tres parejas de hermanos de las
que sólo se salvó uno (ver cuadro) sobrecoge
el caso de Bernabé Villanueva Galdón, de
Quesa, a quien lo mataron el mismo día en
que cumplía 31 años. Únicamente José y Juan
Monzonis García, de Valencia, pudieron ver
juntos la liberación del campo el 5 de mayo
de 1945 por las tropas de EE UU.
El castillo de los horrores
Blas Mínguez relata que José Ballester Gómez
es uno de los 449 republicanos españoles, 40
de ellos valencianos, asesinados en el
Castillo de Hartheim, «el único lugar del
Holocausto donde no hubo supervivientes».
Esta fortaleza del siglo XVII fue convertida
por la SS en uno de los engranajes de la
siniestra «Operación T-4» de «mejora de la
raza aria» orquestada por Hitler con el fin
de eliminar a niños y adultos discapacitados
o con enfermedades mentales. En sólo 16
meses —desde mayo de 1940— fueron
exterminadas en su cámara de gas con «Zyklon
B» 18.269 personas en operaciones
calificadas de «desinfecciones».
En agosto 1941 el programa se amplió a los
presos de los campos de concentración. Otras
12.215 personas, entre ellas 8.342 internos
de Mauthausen y del campo de Dachau morirían
allí gaseadas, asfixiadas durante su
traslado en «camiones fantasma» o víctimas
de experimentos médicos.
El historiador narra que los presos que
llegaban con vida a Hartheim «eran
asesinados inmediatamente, la mayoría en la
cámara de gas, y en menor número con una
inyección de gasolina o bencina en el
corazón». Los que no eran ejecutados nada
más llegar, como es el caso de los 40
valencianos, sirvieron a los SS para hacer
atroces experimentos médicos, «como ensayar
operaciones quirúrgicas sin anestesia con
las que comprobaban cómo curar mejor a los
heridos en el frente o métodos para prevenir
la tuberculosis».