La guerrilla en el
País Vasco y Navarra
Mikel
Rodríguez Álvarez
El estudio de la
guerrilla en el País Vasco y Navarra resulta especialmente
difícil, debido a la falta de fuentes. Las difíciles condiciones
de la clandestinidad, la autocensura y el deterioro producido
por el tiempo en los microfilms hace que reconstruir la historia
de la guerrilla sea una empresa difícil. Y también, lo que quizá
resulte más grave, no existe un verdadero interés institucional
por recordar una lucha antifranquista protagonizada
principalmente por el PCE. |
Guerrilleros
navarros |
En el otoño de 1944 la Unión
Nacional Española (UNE) – la organización de los exilados
antifranquistas de predominio comunista - proclamó que había llegado la
hora de reconquistar España. La invasión guerrillera que debía derribar
a Franco se produjo por Navarra, Huesca y Lérida. La primera embestida
se dio en Navarra. Los maquis fueron tomando posiciones cerca de la
frontera. Desde la zona de Pau se trasladaron a las poblaciones de
Sainte Engrace y Esterençuby. En total, más de 800 guerrilleros se
concentraron en el área Olorón-Mauleon-Ustaritz.
Los guerrilleros eran de variada procedencia: Isidoro Granado, de
Madrid; Domingo Abanades, Guadalajara; Roberto Gayarre, Navarra; Mariano
Hidalgo, asturiano; Salvador Sangut, barcelonés; Félix García, Madrid;
Miguel Sierra, de Cáceres; Juan Ferrer, Hospitalet; el leridano Manuel
Rocha; Ramón Mayo, de Biescas; el eibartarra Angel Loidi... Muchos
maquis quedaron muertos e insepultos en los bosques y nunca sabremos sus
nombres. Todavía ocho meses después de los combates se seguían
encontrando cadáveres.
La invasión se inició la noche del 3 al 4 de octubre, cuando pasaron los
primeros guerrilleros, unos 250 hombres de la 54 Brigada. Partieron de
Esterençubi y cruzaron la frontera por Roncesvalles. El primer combate
se produjo el día 4 contra un destacamento de la Policía Armada en
Izalzu. Murieron dos policías y el guardia civil que les servía de guía.
Los maquis además capturaron a un sargento y a un número. Tras esta
escaramuza y debido a la presencia de numerosas fuerzas enemigas, el
grupo se dividió en dos partidas:
Una, tras llegar hasta Abaurrea Alta, tuvo que retroceder y repasó la
frontera el día 8, liberando al sargento capturado, en Francia. La otra
entabló un combate el mismo día 4 en Vidangoz, en la zona del monte San
Fernando, contra una compañía del batallón América reforzada por dos
secciones de la Policía Armada. Murieron 6 maquis y 12 fueron
capturados. Por parte gubernamental cayeron el teniente Ramón Benito
Alonso, dos cabos y dos soldados. La lucha fue muy dura, llegándose al
cuerpo a cuerpo. Este grupo posteriormente tuvo otro encuentro en la
borda Zalba contra tropas de infantería. Murieron 2 soldados y 5
guerrilleros, mientras un oficial resultaba herido de gravedad. Se
hicieron 30 prisioneros. En Navascués se produjo la única verdadera
batalla de la campaña, con uso de morteros y ametralladoras pesadas,
pero los guerrilleros lograron romper el contacto. El destacamento, muy
debilitado y sin municiones, se fraccionó y retornó a Francia sin más
bajas, salvo algún guerrillero que se entregó en el puesto de la Guardia
Civil de Burguete.
El día 6 se produjo un combate contra el Ejército en Ainzioa, en el
valle del Erro, a resultas del cual el destacamento de 40 maquis se
dispersó y retomó la frontera. Dos días después, ante el complicado
cariz que tomaban los acontecimientos, se trasladó al batallón Legazpi
XXIII desde San Sebastián. Las órdenes proporcionadas a su mando
establecían que la unidad debía limpiar de enemigos la zona de Aoiz e
Irurzun. El día 9 el batallón tuvo su bautismo de fuego junto a otras
unidades en Arostegi, cerca del paso de Dos Hermanas. Sufrieron tres
muertos y varios heridos, entre ellos un teniente y un capitán. Uno de
los fallecidos era el alférez de complemento bilbaíno Miguel de la Mano,
herido gravemente en la acción y que murió al día siguiente. Era el
primer mártir de la milicia universitaria y como tal se expuso durante
años un cuadro suyo en la sala de banderas del regimiento Sicilia. En el
mismo enfrentamiento murieron los soldados Julián Orbegozo e Isidro
Angulo.
Ese día una partida de 8 guerrilleros entró en Abaurrea Alta y obligaron
al alcalde a que les acompañase al puesto de la Guardia Civil. Allí le
hicieron llamar al portón. Cuando le abrieron, dispararon al interior,
matando a un número e hiriendo a tres. Tras este ataque el grupo se
dispersó. La Guardia Civil del pueblo capturó dos maquis de la partida
el mismo día y varios más las jornadas siguientes, entre ellos algunas
mujeres. El día 9, dos guerrilleros fueron detenidos cuando intentaban
atacar el puesto de la Guardia Civil en Olagüe, a sólo 20 kilómetros de
Pamplona. Los maquis fueron apresados más al sur.
Respecto al crecido número de prisioneros, el testimonio de un oficial
de infantería aclara en parte la cuestión: “Íbamos patrullando a pie
cuando, de repente, apareció un grupo de maquis. Nos podían haber
emboscado y acabado con todos nosotros, porque nos habían sorprendido
totalmente. Pero venían a entregarse. Los llevé yo personalmente hasta
Pamplona. Me dijeron que habían estado escondidos varios días esperando
que pasasen soldados, porque no querían entregarse a la Guardia Civil o
a la Policía. Habían entrado en España convencidos de que no tendrían
que luchar, que la guerra había terminado con su victoria sobre los
alemanes y que les iban a recibir como a libertadores. Y al darse cuenta
de la realidad, decidieron entregarse. Una cosa que les sorprendió
también fue que las tiendas estuvieran abiertas y que existiesen
productos para vender, pues venían con la idea de que España estaba
hecha un caos y que no había ni comercio ni mercancías. La verdad es que
hicieron bien en entregarse a nosotros, porque los cogíamos y nos
limitábamos a llevarlos en camión hasta Pamplona y entregarlos en la
cárcel. Pero la Policía y la Guardia Civil antes de encerrarlos los
interrogaban. Así que, cuando menos, les daban “un buen repaso” antes de
llevarlos a prisión”.
La invasión dejó patente la escasa preparación del Ejército para la
lucha antiguerrillera. La mayor parte de la guarnición fronteriza estaba
compuesta por antiguos combatientes republicanos y por soldados de
reemplazo, simples quintos que intentaban inútilmente pasar la "mili"
sin excesivas complicaciones.
Un quinto guipuzcoano al que tocó hacer el servicio militar en estas
difíciles circunstancias nos lo recuerda: “Yo estaba en el valle de
Baztán. Había tiroteos casi todas las noches, porque había muchos
nervios. Disparábamos al ganado y a todo lo que se movía. En las
unidades estábamos mezclados quintos normales, que estábamos mejor, pero
también había muchos republicanos que ya estaban aburridos de la vida.
Habían hecho la guerra, luego estuvieron en la cárcel varios años, luego
los llevaron a los batallones disciplinarios y luego ¡a volver a hacer
tres años de servicio militar! Éstos ya nos decían: “Nos da lo mismo
pegar un tiro a nuestros oficiales que a los que vengan de Francia”. En
esas condiciones, comprenderás que mili pasamos”. Los nervios y la
bisoñez de la tropa a veces producían situaciones surrealistas, como en
Vertiz, donde una sección de infantería se apeó del tren al localizar
una partida de maquis, combatiendo toda una noche ¡contra una piara de
jabalíes!
El 18, tres maquis fueron capturados por soldados del América XIX en el
puerto de Velate. Al día siguiente se produjo el principal esfuerzo
guerrillero, la invasión del valle de Arán, en Huesca. Esto provocó la
reactivación de las entradas por la frontera navarra. La 522 Brigada,
doscientos guerrilleros mandados por el comandante Couto atravesaron la
frontera por el Roncal, en dirección al pueblo de Sádaba y con destino
final en el Maestrazgo. Los días 20 y 21, procedentes de Saint Engrace,
400 guerrilleros de la 153 Brigada entraron por el portillo de
Arrakogoiti, en el Roncal. Se dirigieron hacia Garde, desde donde
esperaban pasar a Huesca y enlazar con la invasión de Arán.
Perseguidos muy de cerca por las fuerzas gubernamentales, enseguida se
fraccionaron, llegando partidas sueltas a Lecumberri, Lesaca y Aralar o
siguiendo hacia Aragón.
Un oficial de la Agrupación Cenetista de la UNE, "Chispita", recuerda
esta incursión: “Cuando entramos en España éramos un centenar de
hombres. Casi todos veteranos de la guerrilla francesa. Por eso quizá
tuvimos menos reveses que otros grupos. Sostuvimos varios combates
apenas pisamos territorio español. Casi siempre con la Guardia Civil. Se
notaba que eran excombatientes de la guerra civil por su forma de actuar
en la montaña y por su valentía (...) Los enfrentamientos más violentos
nada más entrar los tuvimos en la Sierra de Uztarroz. Luego nos
disgregamos en tres grupos. Yo tomé el mando de uno de ellos. Tuvimos
pocas bajas porque, como ya te dije, nuestros hombres eran guerrilleros
muy fogueados. Pero la resistencia encontrada hizo retroceder a Francia
a más de la mitad. Cuando algunos dijimos que se tenía que penetrar
hacia el interior, en busca de guerrillas locales, no faltó quien puso
en duda su existencia, alegando que eso formaba parte del engaño
general. Pienso que si hubiésemos tenido mejor información sobre esas
partidas guerrilleras la mayor parte de los grupos que regresaron a
Francia posiblemente no lo hubieran hecho (...) Bajamos hasta la Sierra
de Santo Domingo, pasando por Navascués y Urriés” (1). Este grupo llegó
al Maeztrazgo a finales de octubre.
Victorio Sarriés, entonces sólo un niño, iba irse a la cama en Iza, en
el valle de Salazar, cuando sonaron golpes en la puerta. La casa no
tenía luz eléctrica y costaba atisbar algo. Eran dos hombres armados con
fusiles y granadas. Le preguntaron por su padre y entonces éste apareció
con unos carboneros que vivían en la casa. Los guerrilleros estaban tan
asustados como ellos y sólo querían algo para comer. Les dieron lo que
pudieron pero, como todavía no habían hecho la matanza, sólo había pan y
nueces. Estuvieron un rato hablando, dieron las gracias y se fueron.
Pero un vecino ya les había denunciado. El Ejército cercó la casa y con
las primeras luces se decidieron a entrar. Los soldados estaban
nerviosos y querían registrar las habitaciones. En ese momento asomó un
ermitaño, Fernando, que vivía enfrente. Los soldados le dispararon y la
bala rozó su cuello antes de incrustarse en la pared. Llevaron a toda la
familia a declarar y luego los dejaron en libertad. A los guerrilleros
los detuvieron días después en Zerrenkenos.
Enric Carreras, miembro de la 522 Brigada, entró por el Roncal con
catorce compañeros: “Aunque en algún momento encontramos gente que nos
ayuda, son muchos los que acuden a denunciarnos” (2) Otro grupo de esta
Brigada llegó hasta Aralar, donde sostuvo un duro enfrentamiento con la
Guardia Civil. Al final, 17 se entregaron. En un combate en Lesaka con
otro destacamento de 60 guerrilleros que intentaba regresar a Francia
murió un guardia civil y el policía armada Quintín Cuesta. El día 22,
doce guerrilleros fueron detenidos en el Baztán.
Por esas mismas fechas comenzó a infiltrarse en pequeños grupos la 10
Brigada. Victorio Vicuña era su comandante: “Respecto a la invasión,
nosotros tuvimos una gran dosis de subjetivismo. Pensábamos que el final
de la guerra mundial era el final de Franco. Creíamos que si invadíamos
España y creábamos una cabeza de puente seríamos ayudados por los
Aliados. Creíamos que si creábamos una situación de conflicto directo,
los Aliados no tendrían más remedio que intervenir, devolviéndonos los
esfuerzos que habíamos hecho por ellos. Y que la entrada de una o dos
divisiones americanas provocaría que los militares abandonasen a Franco.
Esa fue nuestra equivocación. Fuimos incautos políticamente. Se
intentaba cubrir con voluntad las deficiencias. En ese período queríamos
crear una presión para que las tropas aliadas entrasen detrás de
nosotros. No era una forma de pensar políticamente equivocada hasta unos
meses antes, pero teníamos ya los inicios de la Guerra Fría. Un gran
error político. Monzón y la Dirección se equivocaron, pero tuvieron
espíritu de lucha.
Yo estaba un poco mosqueado, porque veía que esto no iba a acabar bien.
Llevaba bastante tiempo en esto para conocer la importancia de la
información y, como no tenía casi guías del país, todas las noches
mandaba patrullas de información con prismáticos y telescopios cogidos a
los alemanes, que atravesaban la frontera, se quedaban un día escondidas
y volvían la noche siguiente con una información veraz. Por ejemplo, me
decían qué movimientos de tropas habían visto, en qué lugares y cuántos
toques de trompeta habían escuchado. Cada toque indicaba la posición de
un destacamento militar. Y había un montón. Pero los boletines de la
Agrupación decían todo lo contrario, que no había fuerzas en la
frontera. Nuestra propaganda magnificaba todo: si tres obreros se
quejaban, hablaban de huelga. Si aparecían unas pintadas, que un barrio
se había levantado. Las informaciones de la Agrupación Guerrillera
parecían muy completas. Constaba el nombre de todos los pueblos, con las
fuerzas del orden y los destacamentos de ejército acantonados en ellas.
Según esos informes, la frontera estaba casi desguarnecida.
A principios de octubre de 1944 iniciamos la campaña del Bidasoa. Se
habían establecido dos sectores: uno, en el Pirineo catalán y Aragón,
donde debían entrar por Jaca. Otro, desde Olorón-Santa María hasta el
Atlántico. Mi brigada, la 10, estaba la más cercana al mar, en Cambó.
Mis órdenes, concretamente, eran introducir toda la brigada al unísono,
utilizando todos los hombres disponibles. Mis órdenes eran “presentarse
en España con todas las fuerzas posibles”. Yo ya advertí a mis jefes,
Luis Fernández y Modesto Vallador que iba a meter seis destacamentos de
60 guerrilleros progresivamente y que yo pasaría con el tercero cuando
conociese la situación. Y que tampoco utilizaría algunos hombres, como
la Brigada Vasca, que estaban faltos de preparación y porque a su jefe,
Ordoki le veía muy reticente e inseguro. Los nacionalistas, algunos
republicanos y los “Llopis” no estaban de acuerdo con la operación y
habían minado los deseos de luchar.
Nuestro objetivo era, desde el punto de vista de la estrategia, el mismo
que el de Arán. Aunque en Arán la penetración era más fácil, al ser un
sector más montañoso. Teníamos que establecer una cabeza de puente, tras
lo cual se levantaría el pueblo español y los ejércitos aliados, ante
este hecho consumado, nos ayudarían y derribarían a Franco. Esa era la
idea central, más que objetivos concretos de “¿hacia dónde vamos?” o
“¡hay que tomar tal pueblo!”. Nuestra orden concreta era: “Evitando las
ciudades y los pueblos, cruzar el Bidasoa y establecer bases en las
zonas montañosas de Guipúzcoa y de Vizcaya. Si no hay una caída
inmediata de Franco, intentar llegar a Santander”.
Empezó la operación y entramos por la zona de Sara. La primera noche
pasaron dos grupos, la segunda, uno. Entraban de noche y con la orden de
intentar evitar el combate porque no tenían munición más que para cinco
minutos de fuego. Había metido estos tres grupos, alrededor de 180
hombres, e iba a pasar yo mismo cuando el tercer día llegó la orden de
suspender la operación. Los grupos, hasta cruzar el Bidasoa, no
encontraron la menor resistencia, sólo alguna patrulla aislada. Las
tropas del Ejército, Falange y requetés se habían concentrado al otro
lado del río. Todos los que pasaron el Bidasoa no volvieron más. De los
que no pasaron, pues algunos lograron salvarse.
En proporción, tuvimos más bajas que en la operación del valle de Arán.
Sólo por pasar el río, que había llovido mucho y había crecido, se
ahogaron 14 o 15 guerrilleros. En total parece que la brigada tuvo medio
centenar de desaparecidos. ¿Fueron detenidos y ejecutados de forma
sumaria, desertaron o lograron llegar a bases guerrilleras en otras
provincias? Lo único comprobado es que de muchos nunca más se supo”.
Uno de los integrantes de aquella brigada era José Vicente Arizaga,
veterano de los campos de concentración franceses y de la Resistencia:
“Yo había pasado a Francia desde Cataluña cuando la derrota, con 14
años. Así que aquella era mi vuelta a España. Mi experiencia en el
interior fue muy corta, se trató de muy pocos días. Entré con un grupo
de 52 hombres del primer batallón de la 10 Brigada. Antes de entrar en
España le cambiaron el nombre a la unidad para despistar y pasamos a ser
la 227 Brigada. Salimos de Salies de Bearn en camiones y cruzamos la
frontera por la zona del monte La Rhune. Íbamos ya con la estructura de
hacer un futuro ejército: un teniente para cada 5 soldados, que luego
sería el oficial de los futuros guerrilleros. Para reír. Ya durante la
ocupación en Francia hubo batallones que se componían de 8 hombres. Así
que cuando se lee: “Tal operación fue ejecutada por el batallón X”, a lo
mejor estamos hablando de una operación en que participaron 4 personas.
Antes había pasado otro batallón por lo menos, porque me habían dado
instrucciones de que no dejásemos papeles, ni colillas, ni nada. Y
encontramos una lata de conservas de sardinas de los que pasaron antes y
la tuvimos que enterrar.
Llevábamos 5 fusiles ametralladores ingleses Bren y uno alemán.
Llevábamos armas ligeras, pero bastante más que lo que teníamos
enfrente. El armamento era diverso: unos fusiles canadienses de la
Guerra del 14 muy pesados y poco precisos, que no gustaban a los hombres
aunque tenían cargadores muy grandes, de 10 balas; Mausers; dos
variantes de Sten, con culatas diferentes; bombas de mano de piña y yo
llevaba 30 Kgs. de trilita. Pero traíamos muy poca comida, latas de
sardinas que habíamos cogido de un tren que la Brigada voló cerca de
Olorón, con conservas y botas de media caña españolas para los alemanes.
Los cargadores de los fusiles ametralladores se habían distribuido entre
todos. Yo llevaba dos cargadores y algunas balas sueltas, que servían
tanto para el mosquetón Mauser como para el Bren.
Llevábamos las mejores armas, porque en la 10 Brigada teníamos también
la Skoda, que era la versión del Mauser hecho en Checoslovaquia; bombas
de mano italianas de dos clases, que parecían cantimploras y que nadie
las quería; bombas de palo alemanas que tampoco quería nadie, aunque
supongo que serían útiles porque los alemanes eran unos artistas a la
hora de hacer la guerra; un par de “naranjeros” españoles; pistolas
hechas en Eibar y subfusiles rusos de tambor, que parecían el arma de
los gansters...
Íbamos muy despacio y cuando se hizo de día aún estábamos frente a La
Rhune. Con los anteojos veía el pueblo de Vera del Bidasoa. Pero desde
La Rhune probablemente nos estaban vigilando, porque sabían que
veníamos. Alguien nos vio y enseguida se chivó. Algún pastor. Yo
únicamente vi a 5 soldados de patrulla, con el fusil de revés sobre el
hombro y avisé a los demás para que se escondiesen. Ordenaron no
disparar. Perdimos el enlace, el río Bidasoa estaba crecido, estuvimos
un par de días sin saber qué hacer. Y, cuando estábamos en un barranco,
nos cogieron allí. Empezaron a dispararnos, fueron poco precisos, no sé
si tenían más miedo que nosotros. La verdad es que en el combate nos
hicieron menos daño del que pudieron. En aquel momento o después murió
el comisario del batallón, José Silva. Tuvimos un par de muertos y nos
ordenaron “¡Tomad la loma!”. Salimos escapados intentando coger altura.
Ahí me vi bastante apurado, pero parecía que no nos querían tirar,
porque pasé por una zona despejada y cuando llegué arriba es cuando nos
empezaron a disparar. Total, que nos reagrupamos y tuvimos una reunión
con los mandos sobre qué hacer. Y decidimos volver. El comisario de la
otra compañía, para quedar bien, dijo que seguía “para adelante” y
desapareció y no lo vimos más. Pero es que éste sabía lo que había
después, una especie de tribunal juzgaba a los que se retiraban sin
órdenes. Y pasamos a Francia, a Sara.
Creyendo que estábamos a salvo, matamos dos corderos y nos pusimos a
comer. Estábamos en dos bordas y en un momento dado atacaron la otra
borda, a 100 metros y allí mataron al comandante Cabero, cuando
abastecía el fusil ametrallador y a otros compañeros más. Intentamos
reaccionar, pero ninguno de los Bren funcionó - yo creo que algún agente
los había estropeado - y no podíamos responder al fuego de los
franquistas. Con el jaleo llegaron en camiones los franceses del Cuerpo
Franco Pommiés, que no eran comunistas pero nos tenían mucho aprecio,
porque habían luchado contra los alemanes. Y formaron frente a los
franquistas, que se largaron. Cuando llegué a la base, en Salies, los
compañeros me abrazaban porque les habían dicho que habían matado a un
comisario y pensaban que era yo. En total tuvimos 8 muertos de 52. De
las fuerzas franquistas se pasaron bastantes, quintos y suboficiales del
ejército e incluso algunos policías”.
Jacinto Ochoa, fugado del penal de San Cristóbal, recuerda aquellos
días: “Estuvimos en Ustaritz unos días, nos montamos en unos camiones,
fuimos hasta muy cerca de la frontera y después de allí, cargados con
los macutos y las cosas que teníamos, munición y armas, aquella misma
noche cruzamos la muga. Llevábamos rifles americanos y buenos debían ser
aquellos cachorros, tenían un cargador bastante majo, no sé cuantas
balas metí en la cámara, y después metralletas de esas que se fabricaban
en Estados Unidos. Se arrojaban para el maquis. Era una cosa muy
rudimentaria, no tenían más que un tubo y un cargador grande de 30
tiros. Y claro, aquello para actos de sorpresa debía ser muy bueno,
porque no pesaba nada y podías desplazarte. Nosotros seríamos unos 50
guerrilleros. Nuestro objetivo era internarnos y crear guerrillas, y ya
después tomar la iniciativa cada uno, pero no había un sitio concreto
donde ir”.
En los combates desarrollados en Ventas de Igantzi, el día 23, murieron
5 guerrilleros. Uno de estos guerrilleros falleció al caer al canal. El
agua lo arrastró hasta una presa cercana, de donde los militares
extrajeron el cadáver. Otro cayó abatido al intentar cruzar el río por
el puente de Minas. Lo enterraron en el bosque poniéndole una anónima
cruz de madera. Los otros 3 maquis murieron en combate en el caserío
Landanetxe.
El 25 se produjo un fuerte enfrentamiento en Vidangoz, en el que
perdieron la vida seis guerrilleros. Los combates comenzaron por la
tarde y prosiguieron hasta la mañana siguiente. En un principio, las
fuerzas del Ejército tuvieron que replegarse al pueblo debido a la
presión de los guerrilleros. Posteriormente, la llegada de dos secciones
de la Policía Armada y la falta de municiones obligó a los maquis a
retirarse. Un teniente y cuatro soldados murieron, mientras que diez
resultaron heridos. El 27, otra escaramuza con el regimiento Victoria en
el Portillo de Ollate costó la vida a 2 soldados y a 5 guerrilleros. En
esta acción fueron capturados 30 maquis. Ese mismo día, una Sección de
50 soldados cruzó la frontera cerca de Sara y registró el caserío
Aniatarbe en busca de guerrilleros. El día 28, Santiago Carrillo dio la
orden de suspender las operaciones, lo que no produjo una inmediata
suspensión de las incursiones y tampoco varió la situación de los que,
desde el interior, intentaban desesperadamente regresar a Francia o
alcanzar zonas libres de la masiva presencia franquista.
La última incursión se produjo el día 30, cuando 300 guerrilleros
entraron por Ventartea hacia el valle de Ulzama, siendo rechazados por
tropas de infantería. Varios fueron capturados posteriormente en
diversos puntos del Roncal por la Guardia Civil. El general Yagüe podía
ya declarar, aliviado, que “en las palomeras de Echalar se puede cazar y
pueden estar bien tranquilos los pueblos fronterizos”. El 31 de octubre
la prensa anunciaba que el último "rojo" español ha rebasado de nuevo la
frontera con Francia Las últimas detenciones, 6 guerrilleros andaluces,
se produjeron en el puesto de Ururozqui a primeros de noviembre.
Hoy es difícil conseguir testimonios de los paisanos críticos con la
guerrilla La situación en 1944 desde luego no era la del 37, cuando los
aldeanos salían a cazar a los fugados de San Cristóbal como si de
conejos se tratase. Pero tampoco eran esa población indiferente o
antifranquista que algunos autores se empeñan en presentar. Los también
parciales testimonios recogidos hace 40 años presentaban un tono muy
diferente del actual. Jesús Hermida recogió esta declaración en 1960:
“Ellos estaban en las alturas, y la fuerza venía por abajo. Los paisanos
sacamos las escopetas de caza para defender el pueblo. No pasaron cerca,
pero si pasan... No les quería nadie por aquí. Ellos decían que no nos
matarían, que no tenían nada contra nosotros. Pero a nada bueno vendrían
cuando venían así, armados con lo último”.
Durante las operaciones la infantería y la policía eran guiadas por
civiles de la zona, buenos conocedores del terreno. Y el recuerdo de los
guerrilleros supervivientes es que, pese a que los trataban bien y en
algunos casos los sobornaron con paté francés requisado, muchos
campesinos corrían a delatarlos. Aún a día de hoy, un anciano vecino de
Vidangoz recuerda: “Si los militares llegan a hacernos caso, los cogen a
todos. Porque nosotros les avisamos donde podían emboscarlos, pero ellos
prefirieron hacerlo a su modo y la mayoría de los maquis se les
escaparon y siguieron adelante”.
La documentación escrita también apunta en esta dirección. En los
archivos del Gobierno Civil de Pamplona existían pliegos de descargo de
contrabandistas con certificados de haber espiado a los maquis. Una
notificación de la alcaldía de Uztarroz fechada el 4 de noviembre pide
al Gobierno Civil las 250 pesetas prometidas a un vecino por delatar a
los maquis. Un listado con la relación de los inmuebles particulares
ocupados en Aoiz por la tropa del batallón Montejurra muestra que un
tercio de los afectados no deseaba cobrar por ello. El 30 de mayo de
1945 el Régimen premió a los vencedores, imponiendo condecoraciones y
entregando recompensas a 16 civiles que se habían distinguido en la
represión de los sucesos de la frontera de nuestra provincia.
Conchi Anaut, desde su perspectiva de “roja” refleja aquella realidad:
“Y no se podía hacer nada para ayudarles, porque en el 36 aún hubo
gentes que pudieron ayudar. Cuando los maquis era imposible porque los
que éramos rojos estábamos todos fichados y entonces se estaban cortando
cabezas a mansalva. Es difícil entenderlo de no haberlo vivido, es
difícil entender la situación ahora. Nuestro miedo no lo entenderéis
nunca, el miedo que teníamos era pavor. Los de derechas también tenían
miedo pues, cuando se enteraron que los maquis estaban pasando, muchos
se fueron a dormir a otras casas del miedo que tenían porque pensaban
que venían a pedirles cuentas de lo que pasaba... Estos colaboraban con
la Guardia Civil, era una manera de congraciarse con ellos. Veían a un
maquis, que igual se acercaba a pedir auxilio o comida y enseguida iban
a delatarlo” (3).
En Navarra la lucha se desarrolló en la zona norte, ningún combate se
produjo por debajo de los 42† 45´. Los enfrentamientos se entablaron
principalmente en dos triángulos imaginarios delimitados por los
vértices de Varcarlos–Belagua-Burgui y Bera–Aralar-Roncesvalles. La
lucha se desarrolló con un tiempo pésimo. Nieve, niebla, frío y lluvia
limitaron los movimientos del maquis, a quienes los franquistas, bien
asesorados por paisanos, esperaban en vados, pasos y puentes. El hambre
– sólo llevaban víveres para 3 días -, la falta de recursos y de
información, la fría – si no hostil – acogida de la población y la
superioridad numérica del enemigo condenaron la invasión. En un mes, el
Ejército tuvo 17 muertos, 3 la Policía Armada y 3 la Guardia Civil. Los
heridos fueron mucho más numerosos y los prisioneros, dos.
Las deserciones de la tropa fueron abundantes, pero no hemos logrado
localizar ningún dato oficial al respecto. Se desconocen las bajas
exactas de los guerrilleros, pero los muertos pasaron de 50 y los
capturados, del centenar.
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Míkel
Rodríguez Álvarez es Profesor de Historia |