La lectura del interesantísimo reportaje que Vicent Chilet
dedicó el pasado lunes a Josep Rodríguez Tortajada, el
presidente proscrito del Valencia CF, debe hacernos reflexionar
sobre olvidos y silencios. Sobre la oscuridad impuesta a una
etapa que, tradicionalmente, la historiografía oficial del
fútbol valenciano ha ventilado en pocas frases, a cuenta del tan
manido recurso de apelar a la suspensión de competiciones
deportivas durante la guerra. Una etapa que, gracias al esfuerzo
y rigor de un puñado de investigadores como Julián García Candau,
Miquel Nadal y Josep Bosch, comenzamos a descubrir, más allá del
abismo que ha permanecido inaccesible durante setenta años.
En esta labor de recuperación de la memoria histórica es
necesario que, junto a la figura de Rodríguez Tortajada,
recordemos al resto de miembros de la junta gestora que rigió al
Valencia entre agosto de 1936 y marzo de 1939. Rodríguez
Tortajada encabezó a un grupo de socios de indudable pedigrí
democrático que mantuvieron al club en funcionamiento. Como
Julio Balanzá, un histórico del republicanismo blasquista, que
desempeñó la vicepresidencia tras la incautación del club por
parte del sindicato de acomodadores. Como Vicente Piquer, José
Calvo, Manuel Aleix o Enrique Cano, el portero del ascenso de
1931, que acabó sus días en Uruguay en 1960. O como Carlos
Iturraspe, capitán del equipo y vocal de la junta directiva,
cuya participación en el Valencia no sólo se limitó a lo
estrictamente deportivo. En la jornada de confraternización
Valencia-Cataluña de octubre de 1936 fue Iturraspe quien subió
al palco de Les Corts para pedir a Lluís Companys y Rodríguez
Tortajada que intercedieran a favor de Ricardo Zamora, preso en
Madrid y al que la propaganda franquista había incluido
precipitadamente en su panteón de mártires. Su implicación en el
acto de homenaje a Cataluña y en otros partidos propagandísticos
realizados en la zona republicana costaría al donostiarra la
apertura de un expediente durante los primeros meses del
franquismo, un camino que también seguirían sus compañeros de
equipo Juan Melenchón y, con peor fortuna, Tonín Conde, que fue
internado en el penal de San Miguel de los Reyes y,
posteriormente, desterrado de la ciudad.
En aquella junta directiva figuraban, además, nexos de
unión con el Valencia previo a la guerra: la presencia de
Eduardo Cubells y Luis Colina, éste secretario general del club,
evitó, como en el caso del Llevant y el Gimnàstic, que se
produjeran los desmanes que sí alcanzaron a otras sociedades a
lo largo de la guerra. El control interno de los clubes y el
sentido común de los dirigentes favoreció un corporativismo
protector de futbolistas que impidió cazas de brujas. Estas
historias de valentía y compromiso, cercenadas durante décadas
del relato oficial del club, enriquecen considerablemente la
vida de una entidad que acaba de cumplir noventa años.
El oscuro manto del olvido ha cubierto también durante años a
deportistas hoy prácticamente desconocidos. Es el caso de
Nicolás Guerendiáin, mencionado casi siempre de pasada cuando se
aborda la primera temporada de la historia del Valencia. El
vasco, ariete titular del equipo en la campaña de la fundación,
regresó a su ciudad tras completar un período de estudios en
Valencia, que complementó con los primeros partidos del nuevo
club en Algirós. Hijo póstumo del primer alcalde republicano de
Irún y de la marquesa de Murillo, figura como directivo del
mejor Real Unión de la historia. Al advenimiento de la IIª
República fue nombrado juez municipal de su ciudad. Fuertemente
implicado en la defensa de la legalidad ante el golpe de estado
del 18 de julio de 1936, salvó de las iras de los milicianos a
los detenidos en el fuerte de Guadalupe. Tan sólo unas semanas
más tarde sería capturado durante el asedio de Santander y
fusilado en las canteras de Vera de Bidasoa tras ser paseado
encadenado por las calles de Irún. Hoy en día la asociación por
la recuperación de la memoria histórica de la que fue su ciudad
lleva su nombre.
El necesario y deseable ejercicio de memoria que se
pide al Valencia y a su masa social, extensible a nuestros
vecinos levantinos, supone reconciliar al deporte de la ciudad
con un pasado que, contrariamente a lo que nos hicieron creer,
no es vergonzoso ni monocolor. Recuperar a aquellos
protagonistas del deporte silenciado, tan legal y apasionado
como los que le precedieron y sucedieron, es tarea de todos.