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 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   


 

Futbolistas. Víctimas del olvido
 
José Ricardo March

Levante   21 de Noviembre de 2009

 
 

     La lectura del interesantísimo reportaje que Vicent Chilet dedicó el pasado lunes a Josep Rodríguez Tortajada, el presidente proscrito del Valencia CF, debe hacernos reflexionar sobre olvidos y silencios. Sobre la oscuridad impuesta a una etapa que, tradicionalmente, la historiografía oficial del fútbol valenciano ha ventilado en pocas frases, a cuenta del tan manido recurso de apelar a la suspensión de competiciones deportivas durante la guerra. Una etapa que, gracias al esfuerzo y rigor de un puñado de investigadores como Julián García Candau, Miquel Nadal y Josep Bosch, comenzamos a descubrir, más allá del abismo que ha permanecido inaccesible durante setenta años.


    En esta labor de recuperación de la memoria histórica es necesario que, junto a la figura de Rodríguez Tortajada, recordemos al resto de miembros de la junta gestora que rigió al Valencia entre agosto de 1936 y marzo de 1939. Rodríguez Tortajada encabezó a un grupo de socios de indudable pedigrí democrático que mantuvieron al club en funcionamiento. Como Julio Balanzá, un histórico del republicanismo blasquista, que desempeñó la vicepresidencia tras la incautación del club por parte del sindicato de acomodadores. Como Vicente Piquer, José Calvo, Manuel Aleix o Enrique Cano, el portero del ascenso de 1931, que acabó sus días en Uruguay en 1960. O como Carlos Iturraspe, capitán del equipo y vocal de la junta directiva, cuya participación en el Valencia no sólo se limitó a lo estrictamente deportivo. En la jornada de confraternización Valencia-Cataluña de octubre de 1936 fue Iturraspe quien subió al palco de Les Corts para pedir a Lluís Companys y Rodríguez Tortajada que intercedieran a favor de Ricardo Zamora, preso en Madrid y al que la propaganda franquista había incluido precipitadamente en su panteón de mártires. Su implicación en el acto de homenaje a Cataluña y en otros partidos propagandísticos realizados en la zona republicana costaría al donostiarra la apertura de un expediente durante los primeros meses del franquismo, un camino que también seguirían sus compañeros de equipo Juan Melenchón y, con peor fortuna, Tonín Conde, que fue internado en el penal de San Miguel de los Reyes y, posteriormente, desterrado de la ciudad.


     En aquella junta directiva figuraban, además, nexos de unión con el Valencia previo a la guerra: la presencia de Eduardo Cubells y Luis Colina, éste secretario general del club, evitó, como en el caso del Llevant y el Gimnàstic, que se produjeran los desmanes que sí alcanzaron a otras sociedades a lo largo de la guerra. El control interno de los clubes y el sentido común de los dirigentes favoreció un corporativismo protector de futbolistas que impidió cazas de brujas. Estas historias de valentía y compromiso, cercenadas durante décadas del relato oficial del club, enriquecen considerablemente la vida de una entidad que acaba de cumplir noventa años.


    El oscuro manto del olvido ha cubierto también durante años a deportistas hoy prácticamente desconocidos. Es el caso de Nicolás Guerendiáin, mencionado casi siempre de pasada cuando se aborda la primera temporada de la historia del Valencia. El vasco, ariete titular del equipo en la campaña de la fundación, regresó a su ciudad tras completar un período de estudios en Valencia, que complementó con los primeros partidos del nuevo club en Algirós. Hijo póstumo del primer alcalde republicano de Irún y de la marquesa de Murillo, figura como directivo del mejor Real Unión de la historia. Al advenimiento de la IIª República fue nombrado juez municipal de su ciudad. Fuertemente implicado en la defensa de la legalidad ante el golpe de estado del 18 de julio de 1936, salvó de las iras de los milicianos a los detenidos en el fuerte de Guadalupe. Tan sólo unas semanas más tarde sería capturado durante el asedio de Santander y fusilado en las canteras de Vera de Bidasoa tras ser paseado encadenado por las calles de Irún. Hoy en día la asociación por la recuperación de la memoria histórica de la que fue su ciudad lleva su nombre.


     El necesario y deseable ejercicio de memoria que se pide al Valencia y a su masa social, extensible a nuestros vecinos levantinos, supone reconciliar al deporte de la ciudad con un pasado que, contrariamente a lo que nos hicieron creer, no es vergonzoso ni monocolor. Recuperar a aquellos protagonistas del deporte silenciado, tan legal y apasionado como los que le precedieron y sucedieron, es tarea de todos.

 

 

 

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