Juanma Romero
Público
5 de Abril de 2009
Apenas habían
transcurrido tres meses del
desenlace de la Guerra Civil. Era 3
de julio de 1939 y Manuel Azaña, con
amargura, escribía desde Francia que
la República había "muerto". Añadía:
"Y en la vida política nada se
restaura, pese a las apariencias
[...].
La
guerra ha aniquilado mi voluntad
política. Me ha inscrito en
el cuerpo de los inválidos".
Azaña,
presidente del Gobierno de la II
República y luego jefe del Estado,
moriría un año más tarde en el
exilio. No vio cumplirse su
profecía. Por delante se extendieron
casi 40 años de una brutal dictadura
que, con puño de hierro, pulverizó
la obra de regeneración democrática
que la República había intentado
erigir en sus cinco años de vida.
Franco la vació, impuso un régimen
de partido único, represivo, teñido
de rancio catolicismo. La antítesis.
El sistema que dejó inválido a Azaña
y, a la postre, a la opción
republicana. |
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Es,
al cabo, el relato de una "historia triste",
resume Ángel Duarte, catedrático de Historia
Contemporánea en la Universidad de Girona y
autor de El otoño de un ideal. El
republicanismo histórico español y su
declive en el exilio (Alianza
Editorial). La historia de la sequía del
árbol de la revolución liberal a manos de
una dictadura militar, filofascista.
Tal
impronta no pudo borrarse. Influyó en la
construcción de la España de la transición.
Nunca triunfó en las urnas la extrema
derecha, pero tampoco se rescató el
proyecto del republicanismo histórico. En
efecto, "nada se restaura". Azaña acertó.
República y republicanismo
Por
las rendijas se cuela el primer matiz, la
diferencia entre el concepto estrecho, la
República la forma de gobierno, y el
concepto ancho, el republicanismo. Y éste,
explica Duarte, "es un ideal cívico, un
ideal de emancipación para amplias capas de
la sociedad española de la década de 1930,
que comprendía la conquista de los derechos
políticos, la descentralización del Estado,
la europeización, el combate a la hegemonía
de la Iglesia a través del laicismo". La
remoción del rey abría la puerta a esa
"pretensión de ciudadanía". Porque la
República actuaba de "negativo fotográfico
del universo feudal de la Monarquía", opina
Duarte.
La guerra
y la dictadura desconectaron de forma
abrupta el interior del exilio
La guerra y la
dictadura desconectaron de forma abrupta
el interior del exilio, que luchó por
preservar el legado de la República. En
la práctica, sigue Duarte, se produce
una "disociación" entre la memoria de
los emigrados a la fuerza y la oposición
crecida en el tardofranquismo.
Para Mirta Núñez, experta en la represión
del régimen y profesora de la Universidad
Complutense de Madrid, la transición no
podía obviar los logros de la "primera
experiencia democrática" en España, pero la
invocación a la reforma y no a la ruptura
impidió la recuperación de un elemento
medular de la República: la ética civil, la
cultura humanística y laica. "La
población no es analfabeta, es menos
autónoma, está alienada, producto
de la doctrina del silencio de Franco", dice
Núñez.
A
la España de hoy, por tanto, le faltan
pigmentos republicanos. Duarte lo expone
así: "En el siglo XIX y parte del XX, el
ideal republicano se hallaba muy
socializado: latía en las familias, en los
ateneos, en la prensa. ¿Dónde está hoy?".
Mario Domínguez, sociólogo de la
Complutense, tantea una dureza mayor: "La
sociedad de hoy es más producto del
franquismo que de la República. En la década
de 1930, había mayor correlación entre la
movilización social y la participación en
los partidos. Hoy no. Dominaba el
sentimiento revolucionario de que los
individuos pueden transformar las cosas.
Ahora no se demanda cambiar el sistema, sino
pactar con él". Es más, los españoles, en la
década de 1970, no eran "conscientes" del
legado de la República, opina: "Lo tenían en
mente las élites, que temían repetir el
esquema de división del periodo 1931-1936.
Los partidos que invocaron la continuidad
republicana fracasaron. Los que la olvidaron
[PSOE o PCE], ganaron".
La primera desilusión
Tampoco habrían podido. En 1977, Adolfo
Suárez no autorizó que concurrieran a las
elecciones de junio partidos republicanos.
"Y eso fue un mazazo para todos los que
lucharon contra Franco", dice Isabelo
Herreros, líder de Izquierda Republicana
(IR) durante 20 años, hasta 2007. "Tal
rémora nos castigó para siempre. Se blindó a
la Monarquía. Vetó la reconstrucción de una
fuerza netamente republicana".
La
sociedad de hoy es más producto del
franquismo que de la República
IR languideció. En
1979, las urnas le dieron 55.000 votos.
En 2004, tras cinco comicios
consecutivos bajo el paraguas de IU,
cayó hasta las 17.000 papeletas. En
2008, la debacle: sólo 2.899 sufragios.
La
progresión a la baja persigue al conjunto de
partidos estrictamente republicanos. Aunque
con altibajos, su fuerza se ha
encogido desde el 17% de votos de la
transición al 7% de hoy. Números
discretos, aunque superiores a los de las
formaciones de ultraderecha, que tocaron
techo en 1979 (2,3%).
Pocos partidos sujetan hoy el patrimonio
republicano. IR, Iniciativa per Catalunya
Verds, ERC, BNG y, singularmente, IU, pese a
que su progenitor, el PCE, asumiera la
Monarquía.
Enrique de Santiago, secretario de
Relaciones Políticas de IU, explica: "Se
creyó que era la decisión más acertada. El
PCE sólo planteó aplazar la reivindicación
de la República, no abandonarla". Por eso la
federación quiere realzar ese compromiso en
su refundación: "No perderemos un minuto en
cuestionar a don Juan Carlos. Miramos más
allá: cómo erigir una sociedad más justa e
igualitaria. Conforme avancemos, se hará
ineludible que la jefatura del Estado sea
ejercida por un civil".
El
tiempo madurará la semilla. Para
ganar la guerra, habrá que ganar batallas,
coincide el número dos de ICV, Joan Herrera:
"Ser republicano es más que ser
antimonárquico. Hay que robar terreno a la
Iglesia, pelear por la transparencia de la
Corona, vencer tabúes".
ERC
ubica en la década de 1970 el pecado
original. "La Monarquía no está legitimada.
¡El rey juró acatar el Movimiento!", exclama
el diputado Joan Tardà. Y sigue: "La Corona
es hoy una empresa de publicidad; nos
vendieron gato por liebre. España no será
democrática hasta que no sea republicana".
¿Una derecha sin rey?
Mientras que ERC se define como "partido
republicano y de izquierdas y, en segundo
plano, independentista", el BNG prioriza el
"cambio real hacia una estructura federal
del Estado", juzga el histórico dirigente
Francisco Rodríguez. "El rey es un vestigio
feudal, pero una República puede ser igual
de centralista", alega.
¿Y
el republicanismo cívico de Zapatero?
"Actualiza el valor del ciudadano
comprometido, de la comunidad frente al
liberalismo salvaje...", opina Duarte. "Si
se combina con el interés por la memoria,
emparenta lejanamente con el republicanismo
histórico", dice. Hasta aquí, sólo ha sacado
la cabeza la banda izquierda. ¿Por qué no
asoma la derecha republicana? "Las dos
repúblicas en España, tan efímeras,
rompieron con el orden existente, controlado
por las derechas, y como la actual
democracia ha sido encabezada por la
Monarquía, es lógico que en el imaginario
colectivo se crea que la República es
sinónimo de izquierda", destaca Carmelo
Romero, historiador de la Universidad de
Zaragoza.
No
hubo tiempo para que la cultura republicana
se identificara con el Estado, como en
Francia o Italia. "Aquí la derecha siempre
creyó que la Monarquía era consustancial al
país", detalla el historiador de la
Universidad Autónoma de Barcelona Ferran
Gallego. "El republicanismo es un patrimonio
de las izquierdas en nuestro país, pero es
que la cultura democrática lo es",
apostilla.
"Aquí la
derecha siempre creyó que la Monarquía
era consustancial al país"
El franquismo dejó
otro testamento: la extrema derecha, hoy
reducida a una galaxia de pequeños
partidos sin asiento electoral.
"¿Sorprende?", inquiere Mirta Núñez. "En
España la ultraderecha siempre fue
minoritaria, no arrastró masas como en
Alemania o Italia. Fue el régimen quien
agrandó el peso de Falange". Triunfó la
derecha moderada, el PP, que algunos
siguen sin ver del todo despegado del
franquismo.
La
ultraderecha no es una y grande. De un lado,
los nostálgicos de Franco, como La Falan-ge
de Fernando Cantalapiedra. De otro, "los
guardianes de las esencias joseantonianas",
caso de FE de las JONS, cuenta su número
dos, Jorge Garrido. En otra órbita, la
derecha "más moderna", xenófoba, "más
transversal y sin lazos con el régimen",
como España 2000, ilustra Samuel Azor, uno
de sus líderes.
"Esa derecha no me inquieta", apunta
Gallego. "Me interesa la revolución
neocon de Sarkozy o de Berlusconi. Y
esas posiciones se hallan en el PP, y tal
vez en CiU". Carmelo Romero desconfía
asimismo de las cifras: hay una
ultraderecha sociológica "hibernada",
deseosa de salir a flote. "El vientre que
engendró fascismos y dictaduras nunca pierde
su fecundidad; a lo más paraliza su
actividad a la espera de una coyuntura
mejor. Una crisis como ésta, por ejemplo".
Nada se restaura, claro, pero sí se recicla.