José Luis Pitarch
UCR
El alto
general francisco Javier de Elío, pamplonica, es
el antecedente primerizo de Milans del Bosch,
don Jaime, madrileiro. (Por cierto, la gente
suele decir «Elio», sin acento, dos sílabas;
pero son tres. Personas conozco morando en esa
calle toda la vida, y no se ha enterado). Ambos
eran capitanes generales de Valencia cuando se
pronunciaron o dieron sendos golpes de estado
castrenses separados por cinco tercios de siglo,
ambos menospreciaban no poco a los valencianos,
los dos eran absolutistas, antidemócratas,
totalitarios, y tenían que salvar a España.
Elío masacró liberales y luchó furiosamente
--hasta que le dieron garrote vil, a los
cincuenta y cinco años, en 1822, entonces
mandaban Riego y los masonazos-- para mantener
el antiguo régimen despótico sin ilustrar.
Milans salió mejor parado con sólo unos añitos
cumplidos de cárcel, según correspondía a esa
transacción conocida por transición y a su
garrotazo a lo De Gaulle pactado con el Cesid y
otros altos poderes que sólo querían un golpe
blando, sin televisión en directo que
escandalizara a Europa, sin ensalada de tiros en
el Congreso, y luego una dictablanda. (Algún día
sabremos quiénes mataron a don Juan Prim, o
porqué el arrojado capitán Milans del Bosch,
hijo de, llamó en voz alta «cerdo» a su Majestad
en mayo del 81, y un consejo de guerra de
generales le cuasi absolvió --un mesecillo de
arresto, luego elevado a dos-- cuando la
jurisdicción o tribunales ordinarios imponían
penas hasta de doce años por injurias al Jefe
del Estado).
Las fecundas historiadoras Carmen y Encarna
García Monerris (Levante-EMV, 5 de marzo) han
sacado a luz las cartas secretas de Elío durante
el medio lustro que fue preso en la Ciudadela,
vora del Túria, antes de su ejecución por
conspirar contra la Constitución de 1812 y el
Gobierno, aun estando encarcelado. En ellas se
queja del Rey (¿no sabía que era el monarca más
felón de la historia de España?) por no
salvarle, siendo así que él había dado el golpe
de abril de 1814 -en concomitancia con los
diputados reaccionarios del «Manifiesto de los
Persas», o de «¡Vivan las caenas!»- contra las
Cortes, la Constitución, la joven soberanía
nacional, la libertad de imprenta, la reforma
fiscal, la desamortización, reponiendo el
absolutismo mientras Fernando VII holgaba en el
palacio de Cervelló, plaza de Tetuán.
Hay quienes piensan que en dar muerte a Elío
influyeron en parte civiles valencianos como el
banquero Bertrán de Lis, cuyo hijo Félix fue
ajusticiado sanguinariamente por Elío como
implicado en el complot valentino
antiabsolutista del coronel Vidal de 1818, un
tanto disparatado pues pretendía reponer en el
trono al aún viviente Carlos IV, padre de
Fernando. Pensaban detener a Elío en el teatro
al grito de «¡Libertad y Constitución!», y
pudieron lograrlo a no ser por la muerte de la
reina consorte portuguesa, cuyo luto suspendió
tal función teatral. Mas justo un año después
vino el levantamiento de Riego en Las Cabezas de
San Juan. Aunque, tras el Trienio Liberal y su
liquidación por los Cien Mil Hijos de, llegaría
la década ominosa final de Fernando VII, con
durísima represión en Valencia, donde tenemos el
privilegio de haber padecido el último auto de
fe inquisitorial español en 1826, en la persona
del noble Maestro Cayetano Ripoll de l´horta de
Russafa, ahorcado y quemado después en el cauce
del río, junto al puente de San José.
Breve comento final: en nuestra ilustre
Valencia, Franco cabalga en la capitanía general
y su escudo dictatorial, incluido yugo y
flechas, preside la puerta principal de la
misma. Pero no tenemos una calle del más que
digno valenciano teniente general Vicente Rojo
Lluch, ni del heroico coronel Joaquín Pérez
Salas. Sí la tenemos, y en sitio principal, del
general Elío.
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José Luis Pitarch es
Profesor de Derecho Constitucional. Comandante
de Caballería.