Quince días después, Baena fue fusilado junto a los también
integrantes del FRAP Ramón García Sanz y José Luis Sánchez
Bravo y los miembros de ETA Ángel Otaegi y Juan Paredes,
Txiki. No habían pasado
dos meses cuando moría Franco. Dos de los
supervivientes de aquellos fusilamientos, los últimos del
régimen franquista, recuerdan tras 34 años de silencio
aquellos días para Público con motivo del próximo
estreno del documental Septiembre del 75, que hace
memoria de aquellas víctimas de la dictadura.
Blanco Chivite era el mayor: "Tenía 30 años, era periodista
y escribía en revistas económicas. Desde que era estudiante
militaba en el PCE (m-l) y para entonces ya había sido
detenido dos veces. De hecho, cuando me arrestaron por
aquella muerte, estaba en
libertad provisional. A pesar de ello, me encargaba
de coordinar el partido y el FRAP en Madrid".
Pablo Mayoral también tenía un puesto relevante. Se
encargaba de la propaganda y de la revista del partido.
"Tenía 24 años y trabajaba en una multinacional arreglando
máquinas. Meses antes habían detenido a mi hermano y yo
sabía que era vigilado, por
lo que cambiaba de casa constantemente", rememora. Él
era también el encargado de ayudar a los compañeros del FRAP
que, desde otros lugares de España, buscaban refugio en la
capital. Así fue como conoció a Humberto Baena. "La Policía
lo buscaba en Galicia porque había recogido firmas y dinero
para el entierro de un obrero caído en una protesta. Vino a
Madrid con su novia", asegura.
Chivite recuerda que fue en 1975, con un régimen volcado en
la represión, cuando el partido decidió llevar a cabo lo que
denomina "acciones personales puntuales". Una de ellas costó
la vida el 14 de julio al policía Lucio Rodríguez, en
Madrid. Al día siguiente
comenzaron las detenciones. El primero en caer fue
Pablo: "Llevaba un tiempo viviendo en casa de un compañero
de trabajo. Por la noche, cuando bajé a tirar la basura, me
detuvieron". El día 16 lo era Blanco Chivite: "Me detuvieron
en la calle. Llevaba días preparando una cita del partido
que tenía fuera de Madrid". El 22 de julio se produjo el
último arresto, el de Baena.
Pablo Mayoral
asegura que, tras sufrir torturas, firmó una confesión
que no sabía qué decía
Cuando se les
pregunta si participaron en aquella muerte, eluden la
respuesta directa. "¿Alguien les ha preguntado a los
policías que nos torturaron y a los militares que nos
condenaron sin una sola prueba?", responde de modo seco
Manuel. Mayoral se limita a
asegurar que él nunca empuñó una pistola. En lo que
ambos son más explícitos es en recordar la semana que
pasaron en la Dirección General de Seguridad (DGS)
interrogados por el comisario Roberto Conesa y sus hombres.
"Las palizas eran
interminables. El último día nos hicieron firmar una
confesión que no sabíamos qué decía", asegura Pablo.
Silbar La
Internacional
De la DGS pasaron
a la prisión de Carabanchel, a celdas de castigo que Manuel
recuerda muy bien: "No teníamos ni sábanas ni mantas. El
colchón lo metían por la noche y lo sacaban por el día. Sólo
había un agujero que hacía de retrete, un grifo y una
botella de plástico vacía.
No había luz la mayor parte del día". Así estuvieron
hasta que el 11 de septiembre se inició el Consejo de
Guerra. "Nuestros abogados pidieron la práctica de más de
190 pruebas. Las rechazaron todas. Ni siquiera presentaron
en la vista la pistola con la que decían que habíamos matado
a aquel policía", rememora Manuel. "Todos habíamos asumido
que se iban a confirmar las penas de muerte", recalca Pablo.
Así fue al día
siguiente. Tres penas de muerte y elevadas condenas de
cárcel para Mayoral y Fernando Sierra. Baena, Fernández y
Chivite quedaron incomunicados de nuevo en las celdas de
castigo de la prisión, mientras los otros dos miembros del
FRAP pasaron a una galería.
"Un día, el resto de presos se puso a silbar
La Internacional
para animarnos. Les
obligaron a callarse", recuerda Manuel.
"Queremos que
aquellos Consejos de Guerra y juicios sumarísimos sean
declarados nulos"
El viernes 26 de
septiembre, el Consejo de Ministros confirmó las penas de
muerte para dos miembros de ETA y tres del FRAP. A otros
seis se las conmutó. "Era ya de noche cuenta Manuel cuando
entró un funcionario en la celda para llevarme a una sala.
Allí mi abogado me abrazó y me dijo que me habían conmutado
la pena de muerte. No me lo creía. También me dijo que a
Vladimiro le habían hecho lo mismo, pero que se confirmaban
las de otros tres camaradas,
que iban a ser fusilados al día siguiente. Fue una
noche muy dura. A la mañana, cuando me subieron con el resto
de presos políticos, ya habían muerto. Me abrazaron, pero el
silencio en la galería era terrible".
Manuel y Pablo
salieron de prisión a finales de 1977, con la segunda
amnistía. El primero es en la actualidad escritor y dirige
la pequeña editorial El Garaje. Pablo trabaja en una
imprenta. El PCE (m-l), tras ser legalizado en 1978, se
disolvió en 1993. Ambos aseguran que rompen ahora su
silencio, "no para que se
juzgue a nadie por lo que pasamos", sino para
denunciar que la Ley de Memoria Histórica está fallando.
"Queremos que aquellos Consejos de Guerra y juicios
sumarísimos sean declarados nulos".