La defensa de la Generalitat de
Catalunya
Lo que no pasó en Barcelona precisamente
porque, en el momento de mayor
incertidumbre, la Benemérita mandada por
Aranguren y Escobar se mantuvo leal a las
instituciones democráticas decantando la
situación de la Ciudad Condal del lado de la
legalidad. Cuenta el anecdotario que el
propio President Companys suspiró aliviado
cuando, al ver aproximarse a los hombres de
Escobar, armados y en formación, al edificio
de la Generalitat de Cataluña, éste les
ordenó saludar a la institución y continuó
su marcha a la toma de los emplazamientos
dónde los golpistas se habían hecho fuertes
y se enfrentaban a los milicianos de
Durruti.
La defensa de la Casa de Campo en
sus horas más dramáticas
No sería ésta su única
responsabilidad decisiva, encargado
inmediatamente a continuación por el propio
Vicente Rojo de la encarnizada defensa del
sector de la Casa de Campo – vital en las
horas más dramáticas de la batalla de Madrid
–, cuando su caída era tan previsible que
hasta algún corresponsal inglés que
acompañaba las columnas de los golpistas se
aventuró a enviar a Londres una precipitada
crónica que sería publicada al día
siguiente, sobre cómo se había producido ya
la entrada de falangistas y requetés en la
capital... con tres años de adelanto.
Más allá del deber
Honrado, íntegro, comprometido con
la defensa de la República española hasta
decir basta en todo lo que se le conoce
hasta la fecha, resulta difícil recoger en
estas líneas el alcance de lo que a Escobar
le supuso cumplir con su deber con el
Gobierno legítimo: desgarrado por el dolor
de ver a uno de sus propios hijos pasarse al
bando de Franco, de saberlo más tarde caído
en la batalla de Belchite, blanco él mismo
de recelos y desconfianzas de los sectores
más radicales – repudiado por la extrema
izquierda tanto como lo sería desde el
primer momento de la contienda por la
extrema derecha – y hasta objeto de un
fallido atentado que no se ha llegado a
esclarecer si fue perpetrado por
quintacolumnistas infiltrados en la
República o por algún grupo anarquista.
Peregrinaje a la Virgen de Lourdes
Herido en varias ocasiones el
Presidente Azaña en persona le autorizó un
peregrinaje a la Virgen de Lourdes, todavía
convaleciente, que fue la comidilla de la
retaguardia republicana, y de las malas
lenguas que decían que aprovecharía el
permiso para escapar a Francia ante lo
crítico de la situación.
La desesperada ofensiva de
Extremadura
No fue así, sino que regresó para
pasar a asumir el mando del ejercito de
Extremadura, uno de los pocos operativos que
aún le quedaban a la República, emprendiendo
a inicios del 39 – ya perdida la batalla del
Ebro – la que sería la última ofensiva, a la
desesperada, de la Segunda República
Española, en el sector de Valsequillo-Peñarroya,
intentando desviar, con ello, el avance
principal franquista y ganar el tiempo que
no se llegó a tener para organizar una
segunda línea defensiva en Cataluña.
Las últimas horas de la República
Española
Tras la captura de Almadén y la
ruptura definitiva del frente de
Extremadura, caída ya Barcelona y perpetrado
el autogolpe casadista en Madrid, Antonio
Escobar Huerta, el último General de la
República española en territorio nacional,
rindió su mando ante Yagüe y sus legionarios
en el antiguo casino de Ciudad Real el 26 de
marzo de 1939. Leal a la República hasta el
final, pudo haber escapado en una avioneta a
Portugal pero decidió permanecer junto a sus
hombres, convencido de no haber hecho otra
cosa que cumplir con su deber de guardia
civil y decidido a correr su misma suerte:
el propio Franco intervino en persona para
asegurarse de que fuese pertinentemente
fusilado.
Esa “España mejor”...
Esa “España mejor”, democrática,
constitucional, que Escobar defendió con su
vida hasta sus últimas consecuencias, aún no
ha sido capaz de decir que el cargo
acusatorio de “rebelión” por el que fue
condenado por los “rebeldes” no tiene
validez jurídica alguna; que su “Consejo de
Guerra” fue una farsa predeterminada en su
resultado antes de empezar, y que su
ejecución sin haber cometido crimen capital
alguno, fue un simple y vil asesinato, parte
del exterminio general llevado a cabo por la
dictadura. Una mala ley “de la memoria” –
hecha con más cálculo y miedo a los votos
del que Escobar y los suyos mostraron a las
balas de los sublevados cuando había que
jugarse la vida defendiendo nuestra
Constitución – ha dejado pasar la
oportunidad de declarar la nulidad jurídica,
de pleno derecho, de todo ello y de
restaurar el honor, y el rango militar
debido, de todas estas personas
irrepetibles.
Pero mejor no entrar en tales comparaciones
entre unos y otros – la actuación de los
hacedores de nuestra “olvidadiza” ley con la
de los defensores de nuestra República – que
las comparaciones, a veces, pueden resultar
demasiado odiosas.
Un frío amanecer en Montjuic
Antonio Escobar Huerta murió
crucifijo en mano y mandando su propio
pelotón de ejecución, el amanecer del 8 de
febrero de 1940 en los fosos del castillo de
Montjuic. Ninguna calle en Ciudad Real,
Barcelona o Madrid, ni tan siquiera en Ceuta
– su ciudad natal –, lleva su nombre,
ninguna estatua conmemorativa recuerda entre
nosotros a este guardia civil que mantuvo su
palabra y cumplió con su deber más allá de
lo que a nadie se le puede exigir. Ninguna
izquierda democrática, ninguna derecha
democrática, ha entendido todavía oportuno
reivindicar la memoria de este hombre de
honor que mantuvo su juramento de defender
nuestra Constitución a tan alto precio.
Peor para ellos. Para todos nosotros en
realidad.
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Miguel Ángel Rodríguez Arias es
profesor de Derecho penal internacional de
la Universidad de Castilla-La Mancha, autor
del libro El caso de los niños perdidos del
franquismo: crimen contra la humanidad y
otros trabajos pioneros sobre desapariciones
forzadas del franquismo que dieron lugar a
las actuaciones de la Audiencia Nacional.