Alicante, la negación
de la memoria
Ian Gibson*
El Periódico 4
de Abril de 2009
La Segunda República nació un mes
de abril. Ocho años después, mientras se iniciaba otro,
se desplomó. Nadie como el escritor Antonio Machado,
que ayudara a izar la bandera tricolor por tierras
castellanas, supo evocar, en plena guerra, la inmensa
alegría del alumbramiento democrático de 1931. "Con las
primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los
almendros --escribió-- la primavera traía a nuestra
República de la mano (...) Fue aquel un día de júbilo en
Segovia. Pronto supimos que lo fue en toda España. Un
día de paz que asombró al mundo entero".
Me vinieron a la memoria estas
palabras --con aquella escena eufórica a orillas del
Eresma-- al asistir hace algunos días al último acto de
las jornadas dedicadas en Alicante a recordar la
tragedia ocurrida, al final de la contienda, en el
postrer reducto de la República. Machado llevaba
entonces unas cinco semanas muerto --el destino le salvó
de tener que escuchar desde Colliure el victorioso parte
de Franco--, y su desaparición se seguía
comentando con profunda emoción en toda la prensa leal.
No cuesta trabajo imaginar el peso de la sombría noticia
en el ya abatido ánimo de muchos de los que esperaban a
finales de marzo en los muelles alicantinos, bajo una
lluvia pertinaz y un cielo encapotado, la llegada de
barcos, enviados por el Gobierno, que les salvasen de la
vesania franquista. Barcos que nunca aparecieron. |
LEONARD BEARD |
El acto celebrado en Alicante fue
especialmente conmovedor debido a la presencia de dos hijos de
Archibald Dixon, capitán del Stanbrook, el
carguero londinense que, gracias a la valentía y hombría de bien
de aquel marino británico --luego víctima de un torpedo alemán
en la segunda guerra mundial-- logró salir del puerto con nada
menos que 3.028 refugiados republicanos a bordo. Y ello justo
antes de la llegada de los fascistas italianos que, bajo el
mando de Gambara, se encargaron de tomar la plaza. La
hazaña del Stanbrook, que transportó a dicha muchedumbre
sin percances a Orán (donde le esperaba la hostilidad francesa),
fue recuperada hace algunos años, con testimonios de primera
mano, por Joan Sella y Manuel Mellado en su
excelente documental Cautivos en la arena, luego incluido
en la serie El laberinto español, de Jorge Martínez
Reverte (RTVE, comercializada por Divisa). Si por mí fuera,
en ningún instituto de segunda enseñanza faltaría una copia del
mismo.
LAS JORNADAS fueron organizadas por la Comisión Cívica de
Alicante para la Recuperación de la Memoria Histórica, que, con
el infatigable historiador Enrique Cerdán Tato en lugar
destacado, lleva cuatro años luchando por que el Partido
Popular, que controla el ayuntamiento, permita la instalación,
en la bocana del puerto, de la hermosa escultura de Eusebi
Sempere La Paloma, inspirada por la tragedia. Hasta
ahora, el cabildo se ha mostrado inflexible en su rechazo del
proyecto. Así como del sencillo memorial que la Comisión quiere
llevar a cabo en lo que queda del Campo de los Almendros, paraje
donde fueron confinados durante una semana, en condiciones
atroces y antes de llevarlos en trenes a Albatera, muchos miles
de republicanos. Uno se pregunta cómo es posible, a estas
alturas, tal ceguera, tal empecinamiento, tal falta de
magnanimidad. ¿No se percatan los populares alicantinos de que,
con una actitud más acorde con el espíritu de la Constitución,
ganarían respeto en España y fuera, y hasta más votos? En el
acto que comento no estuvo un solo edil del partido, ni siquiera
el de Cultura. Produce vergüenza ajena un comportamiento tan
incívico, tan rigurosamente insolidario.
Estuvo muy presente en la mente de los que nos congregamos en el
puerto --en condiciones climáticas tan inhóspitas como las de 70
años atrás-- la magnífica novela, titulada precisamente Campo
de los almendros (1968), de Max Aub, cuya hija Elena nos
acompañaba. En dicho libro, como se sabe, el escritor exiliado
inmortaliza los días aciagos vividos primero en Valencia, luego
en Alicante, cuando todo se derrumba y los perdedores van a
conocer muy pronto la brutal realidad del fascismo.
HACIA EL FINAL de la novela, transida de acuciantes diálogos,
Aub cuenta que, al llegar los presos a su destino, a unos dos
kilómetros del puerto, los almendros están empezando a verdear.
Como hay hambre, no pasan inadvertidos los almendrujos. El
escritor valenciano tiene buena memoria: por estos pagos
levantinos se conocen preferentemente por el término árabe
arzollas. Uno de los encerrados cuestiona la fiabilidad
alimenticia de las mismas. "Almendras verdes y acabáis antes",
ironiza. "No, hijo --contesta quien sabe--, las almendras verdes
están maduras. En estas todavía no solo está verde la primera
cubierta, sino tierna la segunda". "Están buenas", reconoce,
tras probarlas, el cauto. "También las flores, lástima que sean
las últimas", añade el otro. Lo cual nos devuelve a las palabras
de Machado, cuya presencia, aunque no explícita, se palpa en
numerosas páginas de la novela.
"No pasa nada por decir la verdad", acaba de manifestar Mariano
Rajoy en Tengo una pregunta para usted. Tampoco por ser
generoso. Veremos si el PP alicantino es capaz, por fin, de
rectificar.
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*Escritor
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