La historia de la
Guerra Civil española es la de muchos héroes y heroínas
anónimos, de todos los pueblos de España y de cientos de
pueblos del mundo, que entregaron su vida a la causa de la
libertad, de la defensa de la legalidad constitucional, de
la lucha a brazo partido contra el fascismo.
Es la historia de horrendos crímenes contra la humanidad,
durante y después de la guerra, que apenas fueron un ensayo
de lo que sufriría toda Europa bajo la bota de Hitler y
Mussolini.
Gernika es solamente una de tantas páginas que dejó la
contienda civil española para la historia de la depravación.
Una metáfora de la guerra y sus víctimas inocentes. Pero
fueron muchos los episodios oscuros que llenan la historia
más negra de España: la matanza de civiles en la Plaza de
Toros de Badajoz, que hizo correr literalmente ríos de
sangre por las calles; los bombardeos sobre la población
civil de las principales ciudades, que dejaron estampas de
mujeres y niños muertos, tan familiares a las que espantaron
nuestras retinas durante la reciente masacre israelí en Gaza;
las cientos de miles de ejecuciones extrajudiciales durante
y después de la guerra, las cunetas, todavía hoy, atestadas
de cadáveres por los que nadie se ha atrevido a preguntar en
60 años… Los niños evacuados, separados de sus madres para
siempre ante el avance de las tropas fascistas. El exilio de
más de un millón y medio de españoles. El hambre, la
humillación y la opresión para los que se quedaron dentro.
Madrid no fue la tumba del fascismo. Los franquistas
pasaron. Y se quedaron. Ahí siguen, bien instalados en las
juntas de accionistas de las principales empresas del país,
en los altos cargos de la administración pública, en la
judicatura, en el ejército, en la jerarquía católica.
No ha podido la desmemoria, institucionalizada por los
arquitectos de esa gran traición al pueblo español que fue
la llamada “transición a la democracia”, borrar la línea
entre vencedores y vencidos, entre latifundistas y
campesinos sin tierra, entre las dos Españas que vislumbró
José Ortega y Gasset ya a principios de siglo (y el
visionario Francisco de Goya mucho antes que él en el
terrible y profético “Duelo a bastonazos”).
Basta con salir a la calle y mirar las placas: Avenida del
Generalísimo, Calle General Mola, Calle General Varela,
Calle Moscardó… Búsquele una calle a Durruti, a Pasionaria,
a Manuel Azaña, a las Brigadas Internacionales, a la
República. Son los vencedores quienes escriben la historia,
y le ponen nombre a las ciudades.
La desmemoria es una asignatura obligada en España para las
personas de mi generación, que nacimos cuando el carnicero
ya era un anciano moribundo, aunque todavía firmaba
sentencias de muerte. La desmemoria fue la materia con la
que se construyó el consenso y la “reconciliación nacional”,
la que hizo posible el regreso del Borbón, designado por el
dictador como sucesor al frente del Estado.
Pero la monarquía constitucional española tiene cadáveres
insepultos, que inexplicablemente y para espanto de sus
centrados gobernantes, se escapan inopinadamente del armario
y salen a campar por sus respetos, generando molestia y
disgusto a los “padres de la democracia” española.
De vez en cuando, miles de campesinos sin tierra se plantan
en la Puerta del Sol de Madrid a exigir reforma agraria,
recordándole al gobierno “socialista” que la mayor
terrateniente de España sigue siendo, desde la Edad Media,
la Duquesa de Alba, una señora muy simpática, por lo demás.
De vez en cuando, y cada vez más a menudo, la bandera
tricolor ondea en las marchas de estudiantes, de
trabajadores, contra la guerra, en defensa de la revolución
cubana, de la soberanía de Venezuela. Y no la portan
ancianos de 80 años, sino jóvenes que no conocieron a
Franco, y que apenas eran niños cuando Felipe González nos
metió en la OTAN, privatizó las joyas de la Corona y armó la
guerra sucia del GAL.
La guerra terminó hace 70 años. Pero no ha llegado la paz a
España. El 1 de abril de 1939 Francisco Franco firmó el
último parte de guerra, pero no ha dejado de haber
vencedores y vencidos. Ahora, que la crisis aprieta, son más
visibles los yugos e inocultables los desesperados intentos
de los vencedores porque la cosa no se les vaya de las
manos.
Este aniversario llega en un momento oportuno. Las lecciones
del siglo XX son vitales para que los pueblos de España
entiendan lo que les espera, y para que los pueblos del Sur
puedan reconocerse e identificarse con una tierra que con
tanta frecuencia simplifican en una caricatura con trazos de
país-desarrollado-del-Norte e Imperio colonialista,
olvidándose de la otra España, del hilo rojo de la
resistencia de los que, por ahora, llaman “vencidos”.