Son
los que más tiempo lucharon y los que menos
reconocimientos tienen
Sin
embargo, el auto publicado por el juez Garzón podría
suponer un antídoto contra esta amnesia.
En sus razonamientos jurídicos, el magistrado divide
la represión franquista en tres etapas. La última,
"entre 1945 y 1952, marcada por la eliminación de
guerrilleros y personas que les apoyaban". Es la
declaración de reconocimiento al maquis más
explícita hasta la fecha. Pero el auto no se detiene
ahí. Más adelante especifica qué cuerpos del Estado
protagonizaron la represión contra los guerrilleros.
Entre
ellos destacan soldados, falangistas, somatenistas
(ciudadanos armados) y, fundamentalmente, la Guardia
Civil. Esta última fue el peor enemigo de los
maquis. Su enfrentamiento puede dividirse en dos
períodos. El primero, desde 1945 hasta 1947.
Entonces,
España temía una intervención aliada tras el final
de la II Guerra Mundial y ejerció una actitud
contemporizadora hacia la guerrilla. Los guardias
civiles solían disparar al aire antes de adentrarse
en el monte para que los guerrilleros se percataran
de su presencia.
La segunda
etapa arranca en 1947. Franco se sintió a salvo y
endureció su estrategia hacia el maquis.
En abril promulgó la Ley de Bandidaje y Terrorismo,
que posibilitó las ejecuciones.
El terror según
Pizarro
En una
segunda vuelta de tuerca, nombró a Manuel Pizarro
Cenjor (abuelo del ex presidente de Endesa y
diputado del PP) gobernador civil de Teruel
y general en jefe de una amplia zona delimitada para
combatir a la irreductible AGLA (Agrupación
Guerrillera de Levante y Aragón). Pizarro había
golpeado con éxito a las guerrillas andaluzas,
asturianas y leonesas y su misión era ahora acabar
con el AGLA a cualquier precio.
Más
cuarteles, multiplicación de los efectivos,
creación de contrapartidas y una estrategia
destinada a socavar a la guerrilla por su eslabón
más débil: el de los enlaces y los puntos de apoyo.
Estos fueron los cuatro pilares de las medidas
adoptadas por Pizarro.
Bajo sus
órdenes se torturó y asesinó a campesinos
sospechosos de auxiliar al maquis, se requisaron
tierras, se quemaron alquerías, se arrancaron
cultivos y quedaron deshabitadas amplias zonas para
aislar a los guerrilleros, dejarlos sin
víveres y obligarlos a bajar de las
montañas.
Bajo tierra
El caso de
Pedro Alcorisa "Matías" es paradigmático. Durante
meses ejerció como punto de apoyo de los maquis en
Santa Cruz de Moya (Cuenca). Una vez descubierto,
subió al monte junto a una partida guerrillera. Como
castigo, la Guardia Civil detuvo a su padre
y lo torturó hasta la muerte en el cuartel
de Arrancapins, en Valencia. Después ocultó el
cuerpo en un fosa común del cementerio de Valencia.
Historias
así abundan entre las montañas valencianas,
aragonesas y manchegas. La política de
Pizarro fue salpicando de fosas estas tierras hasta
que la guerrilla abandonó la lucha en 1952. El auto
de Garzón enciende ahora la esperanza de aquellos
que anhelan recuperar los despojos de sus familiares
y enterrarlos con dignidad. "No puede haber
reconciliación cuando media España está todavía
enterrada en las cunetas", afirma Eligio Hernández,
Fiscal General del Estado entre 1992 y 1994. Y
añade: "No entiendo la reacción de la derecha ni
mucho menos la de la Iglesia, institución que más
reivindica la memoria histórica con sus mártires y
beatificaciones. ¿Acaso los muertos republicanos no
son hijos de Dios? ¿Acaso no merecen cristiana
sepultura?".
José M. Montorio,
guerrillero (Borja, Zaragoza, 1921)
«Nadie reconoció nuestra lucha»
¿Cómo ingresó en la guerrilla española?
En febrero de 1939, huyendo de las tropas
franquistas, crucé a Francia. Los gendarmes nos
detuvieron y nos trasladaron al campo de
concentración de Sant Cyprien. Cuando estalló la
II Guerra Mundial y Francia fue ocupada por
Alemania, el mariscal Pétain nos entregó a los
nazis. Finalmente conseguimos escapar y nos
enrolamos en la resistencia francesa. En 1945 se
celebró en Toulouse el I Congreso de
Guerrilleros Españoles. En diciembre, un pequeño
grupo ingresamos en España. Llegamos a la sierra
de Javalambre, en Teruel, a primeros de 1946.
¿Cómo era su vida?
Muy penosa. Un día de guerrillas equivalía a
tres años en la resistencia francesa. No
teníamos tanto apoyo de la población. La Guardia
Civil la reprimía. Lo peor eran los inviernos.
Íbamos medio descalzos, helados y sin poder
encender hogueras para no delatar nuestra
posición. Percibíamos, que la situación no era
buena, que no había salida, pero nadie se
atrevía a decirlo por miedo a ser acusado de
derrotista.
¿Y cómo se retiraron?
El PCE me encargó evacuar a los últimos
guerrilleros de Levante en junio de 1952. La
Guardia Civil sabía por dónde pasaríamos porque
capturaron a un guerrillero y le hicieron
cantar. Tuvimos que retroceder e ir por Roquetas
y Amposta. Cuando llegamos a Francia, tras 25
jornadas a pie, no nos esperaba nadie del
partido. Tampoco reconocieron nuestra lucha. Me
siento decepcionado.