Rouco, ese ser absurdo
Joan
Barril
El
Periódico
30 de
Diciembre de 2009
Acabo de leer un magnífico capítulo de Milan
Kundera publicado por Tusquets bajo el
título Un encuentro. Kundera
rememora sus primeros años en París. Habla de
Anatole France y advierte que en su círculo
de semiamigos, France forma parte de las
listas negras. En el mundo intelectual también
se establece una línea clara entre lo que
conviene ser leído y ensalzado o lo que no
conviene, a riesgo de ser considerado un traidor
a la idea. La lista negra no es solo una
maquinaria excluyente de un grupo social. Es
también un criterio ideológico por el que se van
al olvido obras importantes o pensadores que no
pensaban lo que en aquellos tiempos debían
pensar.
La tendencia al canon del pensamiento es una de
las tradiciones europeas más extendidas. Tan
extendidas que hasta han llegado al pensamiento
puritano norteamericano. No se trata ya de creer
en lo que creemos. De lo que se trata es de
escarnecer, humillar, ningunear y llevar al
patíbulo a los que no piensan como nosotros. La
Inquisición no fue únicamente un tribunal
eclesiástico español, sino que también fue una
tendencia que llevó a la hoguera a miles de
personas acusadas de brujería y que fomentó el
exilio transoceánico de los que no se plegaron
al sistema de valores del continente.
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Toño Vega |
Europa ha sido un cruento campo de batalla de las ideas.
El fundamentalismo que hoy consideramos excluyente y
salvaje en el Islam profundo nació antes en la
cristiandad y llegó a germinar en los eriales de la
izquierda bolchevique. Eso fue lo que sorprendió a
Kundera a su llegada a París: Dante,
Shakespeare, Tolstoi, Leon Daudet,
Anatole France o el músico Saint-Saëns eran
lo peor de la especie. En cambio Stravinsky o
Picasso estaban en la cumbre. Así son las glorias
del mundo. Lo que un día es una birria al cabo de unas
décadas se convierte en una maravilla. Pero lo
importante es la lista negra. Mejor dicho: lo importante
es esa tendencia a establecer las barreras entre lo
sublime y lo abyecto.
Lejos de la sorpresa de Kundera, nos llega ahora
la menos sorprendente de las ideas. Rouco Varela,
sin duda el personaje que mejor define el reaccionarismo
español de todos los tiempos, nos convoca a una
manifestación en favor de la familia tradicional. ¿Qué
me está sucediendo? Mi esposa y yo hemos formado una
familia de cinco hijos. Se trata de una familia que
cumple perfectamente lo que se entiende por tradicional.
Montamos el belén, algunos de ellos son creyentes porque
han tenido la libertad de elegir, velan por sus mayores
y juegan con los menores. Se buscan su propio futuro y,
cuando tienen dudas, preguntan a sus padres. Leen y se
informan, y espero que nunca olviden las fronteras entre
el bien y el mal, entre la revuelta ante los poderosos y
la ayuda necesaria que exigen los oprimidos.
Tradicional, realmente.
Pero algo falla en el esquema de Rouco. Intenta
defenderme de mí mismo. Pretende que mis hijos sean más
tradicionales de lo que ellos creen ser. Una vez más la
Iglesia católica, en manos de esos salvajes de la
religión como Rouco, está cayendo en el pecado
del orgullo. Rouco cree que su verdad es superior
a la verdad común. Y, en consecuencia, se dispone a
convertir al disidente en tierra de conquista. Así ha
sido siempre en las religiones invasivas. Hubiera sido
demasiado fácil integrar. Pero es que Rouco no
pretende otra cosa que desintegrar. Prefiere la
expulsión de los disidentes antes que acometer la
humilde tarea de pensar. La lista negra es la plasmación
de su espiritualidad.
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