Recuperando la Memoria
Ángel
Escarpa Sanz
UCR
1 de Enero de 2008
A golpe de libro, a golpe de azada, a golpe de artículo
periodístico, de documental y de producción cinematográfica, de charla,
conferencia, manifestación en la calle; a golpe de manifiesto en las webs estos
pueblos de la Península Ibérica y sus islas vamos recuperando la memoria. Van
desapareciendo las infames esculturas, los rótulos de las calles con los nombres
de los generales que se embriagaron con la generosa sangre de este pueblo en el
pasado, los monolitos donde se glorificaba a los caídos de la España vencedora.
Aquel viento de olvido que ensombreció y arrastró hasta las simas del Alzheimer
las únicas páginas de gloria que le fue dado escribir a la clase trabajadora,
unida a los poetas leales, a los Internacionales llegados desde los cuatro
puntos cardinales del planeta, a los intelectuales y a los generales que
apostaron por la legalidad republicana en las horas en que se ponía a prueba el
pulso democrático de España; ese viento, del mismo modo que las aguas que
vuelven una y otra vez a rodar bajo las viejas piedras de los puentes de pueblos
y ciudades, ha regresado para refrescarnos la memoria, nos ha devuelto la
dignidad que se nos hurtó en el pasado; y aunque sea en la forma de los mondados
huesos de los que cayeron en el pasado segados por la ira cainita de los que
blandieron el crucifijo junto a las armas llegadas desde Alemania y los
cabíleños reclutados en el Magreb, la espesa niebla de la infamia y de la
desmemoria va despejándose y la verdad de los hechos se va abriendo paso entre
las gentes que habían aguardado estos días desde que oyeran relatar los nombres
y los hechos que arrastraron al esposo que aquella mañana de julio abandonó el
hogar armado de una modesta escopeta de caza para detener a los que, entre
boinas coloradas, escapularios y camisas azules y armados con fusiles, dedicaban
su tiempo a imponer la Revolución Nacional Sindicalista a tiro limpio; del hijo
que desapareció un día tragado por la breña del monte para siempre cuando fue
sorprendido por la Benemérita y despachado allí mismo por auxilio a la rebelión,
cundo lo único que hacía era dejar una muda limpia y un poco de comida entre la
maleza para <los del monte>; a la hermana que hablaba con voz encendida a los
obreros por la radio en las noches, después de las labores del campo, y que se
negó a tomar los sacramentos en el último momento para caer abrazada a la tierra
que la viera nacer, con una estrofa de la Internacional en aquellos labios que
aún no conocieran varón. Inocentes de todo cargo y arrastrados hasta el borde de
la zanja que se tragaría definitivamente sus lamentos, las consignas mil veces
repetidas y los sueños de libertad y de justicia para todos. Van retoñando de
nuevo los nombres del dirigente sindical arrojado a aquel pozo donde después,
durante años, apenas se atrevían a llegar las rojas amapolas del campo y las
lagrimas de sus deudos y el rumor de los pasos de algún camarada que otro que se
arriesgó a dejarse caer por allí cuando hasta esto estaba prohibido por los
Señores de la Tierra; los nombres de los que fracasaron en el intento de asaltar
el cuartel de La Isleta, para tomar las armas y alzar a la tropa contra la
oficialidad rebelde y restablecer la legalidad en la Isla, y que ante las nuevas
autoridades franquistas no hallaron amparo; alcaldes cuyo único delito consistió
en mantener la bandera constitucional en el balcón del Ayuntamiento y hacer
respetar la integridad de las personas y de los edificios en los breves días del
Frente Popular, y que del mismo modo fueron pasto del odio fascista contra el
régimen anterior. A todos les alcanzó la venganza por igual, que no hubo piedad
para el caído.
Únicamente el pueblo llano
esperaba al pié de la alambicada ley y de las anónimas fosas, del improvisado
hoyo donde fueron precipitados los cuerpos tras el sumarísimo juicio, cuando lo
hubo.
Sobre la crueldad y la
vesania de los vencedores, sobre la desidia y la desmemoria de los políticos que
se acomodaron a la nueva situación tras la <muerte natural> de la Dictadura, los
que permanecieron fieles a la memoria del padre y de la madre, los que
mantuvieron viva la llama de la fe republicana y no desertaron jamás de la
esperanza de que, si bien no es posible devolverle la vida ni a una sola de
aquellas criaturas sacrificadas en el altar de las libertades, un día
recuperarían sus restos para honrarlos y rescatarlos de aquel caos en el que
fueron arrojados todos en irremediable confusión, vencedores y vencidos: el que
cayó en el calor del verano al pie de los pinos de Balsaín, defendiendo los
muros del Madrid republicano, junto con el que salió de Valladolid para combatir
a las <hordas marxistas> y que fue a buscar <un lugar junto a los luceros> al
pie del Alto del León; el prisionero que murió víctima de los rigores del frío y
del hambre en San Pedro de Cardeña y el que cayó en Cataluña defendiendo las
ideas de Onésimo Redondo y Ledesma Ramos, todos hermanados por la muerte y por
la sola voluntad del inquilino del palacio de El Pardo, que no le bastó haber
provocado la más sangrienta guerra entre españoles sino que, como los faraones
de la antigüedad, no quiso hacer sólo el viaje, el transito a la eternidad, y
se rodeó de gran parte de aquellos que habían caído en la prolongada contienda
que había durado más de cuarenta años.
Afortunadamente, en bien de
la salud democrática de este país, en solidaridad con las familias de los
desaparecidos, sobre el césped de los campos de fútbol y sobre el asfalto de las
formidables autopistas con las que quisieron laminar nuestra memoria de pueblo,
sobre los alienantes concursos y festivales de televisión, sobre las débiles
ruinas de nuestra memoria histórica, sobre los ríos de sangre obrera corriendo
por las calles de Badajoz, sobre los aciagos días del <conde Rossi> y sus
espeluznantes cacerías por la hermosa Isla de Mallorca, sobre todo ese tinglado
de frigoríficos, lavadoras y ordenadores con el que pretendieron un día comprar
nuestros sueño, sobre el triste y desolador paisaje de los cajeros automáticos y
de las cifras ascendentes de parados, del incremento de los beneficios de tantos
bancos, de los muertos en carretera; sobre esa Constitución que tantos no
votamos, sobre la represión de que la que aún se lame las heridas este pueblo,
sobre las piedras de ese palacio que el advenedizo Borbón heredó un día de la
sangrienta dictadura, sobre las fortunas y las mansiones de los poderosos que
medraron a la sombra de aquel mismo régimen y de éste, sobre las películas de J.
L. Sáenz de Heredia, de Alfredo Landa y de Rafael Gil, de Juan de Orduña, de
Mariano Ozores y de Carmen Sevilla, sobre las <casas baratas>, sobre el <abrazo
de Hendaya> sobre las <vigilias de la Inmaculada>, sobre los concursos de radio
de Boby de Glané, sobre los seriales de Guillermo Sautier Casaseca y los
consejos de doña Elena Francis, la Sección Femenina y los adustos rostros de las
damas de la Legión de María; sobre los grises días de interminables <rosarios>
en las frías escuelas, los tibios domingos en el patio trastero de las <tascas>
habitadas por seres derrotados y humillados por las sombras, por el hastío y el
cansancio, con <el juego de la rana> bajo la sombra de las parra, sobre las
calurosas tardes de la <Feria del Campo>, sobre los enérgicos saludos <a la
romana> de los obispos y del clero que se incorporó a la <gloriosa cruzada
nacional>, sobre el <parte> seguido del Cara al sol y el restallido de los
disparos en las ejecuciones de las inmediaciones de las Ventas, sobre los
<heroicos> personajes de los <tebeos> de nuestra infancia, sobre el inefable
<Séneca> de don José Mº Pemán en la televisión de los sesenta, sobre la memoria
de tanto republicano muerto en el exilio y que no quiso regresar en tanto las
banderas del infame ondearan sobre los adarves de la patria, sobre la memoria de
los miles de republicanos traicionados y atrapados en el puerto de Alicante en
las dramáticas horas de finales de marzo del treintainueve, sobre los heroicos e
inolvidables guerreros que combatieron sobre las tierras de Guadalajara, Teruel,
Andalucía, Cataluña... sobre la memoria de los mártires de las ciudades
bombardeadas de Guernica, de Málaga, de Madrid... cuya resistencia, cantada en
coplas, inmortalizaran desde Picasso hasta Vallejo y Machado, sobre la sangre de
Caraquemada, de Quico Sabaté, de Vías, de Cristino, de Manuela Sánchez, de
Agustín Zoroa, de Julián Grimau, de Girón, Salvador Puig Antich, Salvador Rueda,
de <las trece rosas>, sobre las maletas de cartón de los que emigraron a Europa,
aquellos que conocieron las frías estaciones vigiladas por los siniestros
<sociales>, la Guardia Civil y la Policía Armada, sobre la memoria de los que
cayeron en el Valle de Arán, en los montes de León, de Levante, de Aragón,
Extremadura; sobre el cálido recuerdo del rostro imborrable de <Pasionaria>, de
los que combatieron al nazismo en media Europa mientras Azaña y Miguel Hernández
agonizaban ante la indiferencia del mundo... retoñan de nuevo los brotes de
aquello que ni la espada fratricida ni el tiempo lograron erradicar. Porque el
olvido es la muerte de los pueblos y la quiebra de la democracia más sólida,
prevalecerán en el tiempo y en la memoria de los hombres y de las mujeres los
nombres de los mártires de la clase trabajadora, los que trabajaron el verso
para hacer más firme el pulso de los que entonces defendían con las armas lo
sancionado por la voluntad de los pueblos en las urnas.
En estos días de regresos y
de ausencias, de bombardeos sobre las martirizadas tierras palestinas y de las
múltiples ocupaciones militares y de democracias intervenidas, alzo mi copa por
la paz, la libertad, el socialismo y el progreso de todos los pueblos de la
Tierra, y en memoria de todos aquellos que quedaron en el camino y que hoy no
pueden unirse a nosotros para gritar una vez más, bien alto, hasta que caigan
los muros de la desidia y la indiferencia...
¡Viva la República!
Ángel
Escarpa Sanz. Islas Canarias. Diciembre 2008
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