En Fuente de
Cantos, Badajoz, a finales de 1936, el desconcierto y el
miedo era lo único claro que corría esos días por este
pequeño pueblo de Extremadura, cuna del genial Zurbarán;
nadie se fiaba de sus vecinos, de sus allegados y mucho
menos de los forasteros que esos días irrumpían por el
pueblo.
Cualquier día
era bueno para que con el chivatazo, la sospecha, la
mirada o una simple insinuación pasases a formar parte
de los elegidos ese día o mañana mismo para el
paredón.
Eso fue lo que
le ocurrió un mal día a Luis García Pagador, el mayor de
los hermanos, el que debería tirar del carro cuando
faltase el abuelo, por llevar una camisa cuyos colores
no gustaban; ese día, los simpatizantes franquistas, a
la sazón de paso por el pueblo, pasaron a su casa lo
cogieron con tan sólo 17 años y lo fusilaron junto con
otros en el kilómetro 6 de la carretera de Fuente de
Cantos a Sevilla. Desde entonces nadie sabe dónde está,
sólo se intuye, pero ahí está, como tantos otros.
Mi padre,
Modesto García Pagador, con 14 años por entonces y
testigo como sus otros nueve hermanos de esta tragedia
sin sentido que ha marcado sus vidas, nunca lo ha
olvidado, unas veces en silencio y otras con rabia e
impotencia de no poder hacer nada, de no entender por
qué no se ha hecho nada para rescatarlos, hasta este 12
de mayo de 2009, que ha fallecido.
Él ha
recuperado para siempre, como él quería, su particular
memoria histórica. Su última voluntad ha sido que una
vez incinerado, sus cenizas sean esparcidas en ese
maldito lugar de la carretera de Fuente Cantos a
Sevilla.
Por fin,
después de 86 años, descansa con su hermano, con sus
amigos, con sus conocidos, descansa en paz, con rosas
rojas y flores a su alrededor.
Mi homenaje,
mi recuerdo, el de mi familia y con estas líneas el de
mi padre a todos los represaliados por la Guerra Civil y
a tantas almas desconocidas para unos y tan presentes
día a día para otros que aún buscan refugio ante sus
seres queridos y que no se merecen que se lo neguemos.