¿Plaça
Joan Carles I o Plaça de la República?
Memoria histórica en Barcelona
Àngel Ferrero
Sin Permiso
2 de Febrero de 2009
«Pero ¿cómo vivir en
presencia del mal, aunque sus obras correspondan al pasado,
puesto que el mal posee, como el bien, un continuo que fluye de
su fuente hacia atrás y hacia adelante en el tiempo y lo infecta
todo?» se pregunta Alberto Manguel (1). Un
monumento es algo menos inocente de lo que a algunos prebostes
del Partido Popular gustaría. La palabra latina monumentum
no significa otra cosa que “recordar”, una etimología que se
encuentra en todos los idiomas que la han recogido y que también
podemos encontrar en la raíz de la voz alemana Denkmal :
un monumento, pues, se construye para recordar un personaje o un
acontecimiento que, por su trascendencia histórica o por sus
méritos personales (supuestos o probados) merece de ser
recordado y aun celebrado. Por esa razón se fabrican con
materiales duraderos y se instalan en un lugar público -plazas,
parques, avenidas-, determinando la circulación de las personas
en su derredor. Pueden tener un carácter religioso o político
(cuando no ambas cosas de consuno), pero desde siempre los
monumentos se han construido para honrar a los vencedores de la
historia (lo contrario sólo comenzó a darse de manera
relativamente reciente). Una perogrullada, ciertamente, pero
vale la pena tenerla presente, ya que una de las primeras cosas
que se producen no por casualidad con los cambios de régimen
político es el derrocamiento de los monumentos del viejo orden.
En una dirección o en otra.
Sucedió cuando el 12 de
marzo de 1871 la Comuna de París acordó la demolición -efectuada
el 8 de mayo- de la columna de Vendôme, fundida con los cañones
tomados por Napoleón después de la guerra de 1809 para celebrar
la victoria en Austerlitz, por su condición, como escribió
Engels, de símbolo de chovinismo e incitación al odio entre
naciones. Después de haber ahogado a la Comuna en sangre,
Adolphe Thiers ordenó reconstruirla y perseguir al pintor
communard Gustave Courbet, acusado de ser el instigador del
derribo, para que corriese con los gastos de la operación.
Sucedió tras la
revolución rusa, cuando los bolcheviques desmantelaron la mayor
parte de las estatuas de los zares y Lenin propuso a Anatolii
Lunacharskii, comisario político del pueblo en el departamento
de instrucción pública (Narkompros) un plan de “propaganda
monumental” para sembrar las plazas de Moscú de estatuas y
monumentos a los revolucionarios y a los grandes luchadores del
socialismo, adaptando una forma de arte nacionalista a fines
socialistas (2).
Sucedió en la guerra
civil española, cuando las Juventudes Libertarias del barrio de
Gràcia derribaron el 20 de diciembre de 1936 el monumento al
general Prim en el Parque de la Ciutadella, por haber
bombardeado su barrio en el pasado. El bronce de la estatua fue
fundido y convertido en balas y armamento. Al terminar la guerra
Frederic Marès reconstruyó la estatua sin planos del
original.(3) Tres meses después, el presidente de la Generalitat
de Catalunya, Lluís Companys, inauguró la efímera Estatua al
Soldado Desconocido -modelada por Miquel Paredes en colaboración
con el escultor Adolf Armengod, los dibujantes Josep Alumà y
Marcel·lí Porta y el escenógrafo Joaquim Bartolí- en homenaje al
Ejército Popular en la céntrica Plaça Catalunya.
Sucedió en Alemania,
cuando los nazis vandalizaron, entre muchos otros, el monumento
diseñado en 1926 por Ludwig Mies van der Rohe y Edward Fuchs a
Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg en el Zentralfriedhof
Friedrichsfelde de Berlín, que en 1983 fue sustituido por una
sencilla estela funeraria diseñada por Günter Stahn y Gerhard
Thieme con la leyenda Die Toten mahnen uns [Los
muertos nos advierten]. Derrotado el Eje, se procedió a
retirar todos sus monumentos. Hoy los nombres de Josef Thorak,
Georg Kolbe o Otto Winkler, por citar sólo a tres de los
escultores que pusieron su mediocre talento al servicio del
nacionalsocialismo, nada dicen al público. Solamente Arno Breker
sobrevivió a la caída del III Reich esculpiendo retratos para
los capitanes de industria alemanes.
Sucedió en la
revolución húngara de 1956, cuando los obreros y los estudiantes
derribaron el monumento a Stalin en Városliget, dejando sólo las
botas sobre el pedestal (parecida suerte corrieron las estatuas
del Shah en la revolución islámica en 1979), sucedió con la
caída de los regímenes del llamado “socialismo real” a
principios de los 90, cuando se desmantelaron cientos de
monumentos de dirigentes soviéticos -algunos de los cuales ahora
Vladimir Putin planea rehabilitar (4)- y también con la invasión
estadounidense de Irak, cuando el ejército derrocó la estatua de
Saddam Hussein en la plaza Firdus de Bagdad.
Y sucedió, por
descontado, cuando, consumado el golpe de estado, el régimen
franquista eliminó cualquier rastro de la democracia republicana
de las calles españolas: nombres, placas y monumentos. Por eso
no puede más que causar estupor las reticencias del PP y sus
aliados políticos en muchos de los municipios del Reino de
España a este aspecto concreto del proyecto de recuperación de
la memoria histórica, si es que de verdad apoyan esa
normalización democrática del país -el cual, como ha declarado
en alguna ocasión Ian Gibson, nunca descansará en paz hasta que
rinda cuentas con su pasado- y no meramente de boquilla. Del
argumento, si es que se le puede llamar así, esgrimido por
Esperanza Aguirre contra la decisión del auto de Baltasar Garzón
de que por juzgar retroactivamente a los responsables del golpe
de estado «también debería juzgar a Napoleón» podría decirse lo
que Raventós de la intervención de Rosa Díez en las Cortes
españolas el 16 diciembre, a saber, que se trata de una «frase
para enmarcar en el museo de las imbecilidades políticas con
especial mención honorífica».(5) No se puede presentar este
argumento “histórico”, por calificarlo de algún modo, y
pretender que el Valle de los Caídos deba ser conservado en
razón a su antigüedad, como si hablásemos, pongamos por caso, de
las pirámides de Giza o la columna de Trajano. Mucho menos,
salvo que se quiera hacer gala de un hiriente mal gusto
estético, pretender que los monumentos franquistas -que, muy
lejos de los resabios futuristas del fascismo italiano, seguían
un férreo modelo neoclásico, castizo y castrense, acorde con la
mística nacionalcatólica del régimen- tienen valor artístico
alguno. Ninguno de estos argumentos resiste a la analogía con el
resto de países europeos que, habiendo sufrido el fascismo, se
desembarazaron de sus monumentos -¿alguien se imagina a la
CDU/CSU protestando por la retirada de una estatua de Adolf
Hitler?- y sólo pueden ser mantenidos si se considera, como
hacen los historiadores revisionistas y también algunos
politólogos ingenuos, que el franquismo fue un “régimen
autoritario” o cualquier otro circunloquio con el que no
pronunciar la palabra tabú, pues sabido es que de aquellos lodos
vinieron estos barros, y quizás alguien hasta se acuerde de los
esqueletos de los armarios de personajes como Manuel Fraga
Iribarne o Rodolfo Martín Villa, alias “la porra de la
Transición”.
Afortunadamente, el
Partido Popular no gobierna en Barcelona. Así que el pasado 17
de febrero, por ejemplo, se iniciaron las obras de derribo del
monumento a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la
Falange, en la avenida Joan Tarradellas, un monolito negro de 18
metros de altura erigido el 29 de octubre de 1964 en
conmemoración del treinta aniversario de la fundación del
partido fascista. (6) El yugo y las flechas fueron retirados ya
en 1981, pero el monumento seguía ahí hasta hace poco: una
herida mal suturada, ejemplo, como ha escrito Katia García-Antón
para el catálogo del artista madrileño Fernando Sánchez
Castillo,de esas «huellas del pasado cercano quedan a menudo
absorbidas de forma incongruente en el tejido urbano y son
olvidadas por la memoria colectiva de sus ciudadanos.» «En
cierto sentido -prosigue- dichas huellas suponen un desafío mudo
a la vuelta, milagrosamente tranquila, de España a la
democracia. Lo que de ello resulta es una confusa combinación de
rechazo hacia el régimen de la dictadura junto a una tolerancia
de muchos de sus restos materiales. (...) Pero, paradójicamente,
a medida que la 'dinastía' fascista española va cayendo en el
olvido, sus restos físicos, incrustados en la ciudad como
huellas indelebles de un pasado persistente, afloran de modo más
evidente a la superficie de la ciudad en forma de búnkeres
urbanos olvidados, fosas comunes, nombres de calles que no han
cambiado, estatuas ecuestres y otros monumentos.» (7)
Con esa misma voluntad,
el consistorio municipal tiene planeado retirar en breve la
escultura a la victoria obra de Frederic Marés de la plaza Joan
Carles I -confluencia de Diagonal y Passeig de Gràcia,
popularmente conocida como “El cinc d'oros” o “El
llapis” (por su obelisco)- y eliminar el escudo
preconstitucional que figura en su base. Hasta aquí, bien. El
problema surge cuando uno acude a los libros de historia para
comprobar que el obelisco estuvo originalmente coronado por la
estatua de una mujer tocada con gorro frigio y un ramo de laurel
en la mano -alegoría de la República-, una obra de Josep
Viladomat hoy exiliada en la plaza Llucmajor, mientras su molde
original duerme el sueño de los justos en algún sótano
municipal. El conjunto monumental estaba dedicado, a mayor
abundamiento, a Francesc Pi i Margall, presidente de la efímera
Primera República, cuya figura recordaba un medallón, obra de
Joan Pie, instalado en su base. El 13 de abril de 1939, el
recién nombrado ayuntamiento franquista ordenó su retirada y la
sustituyó por el monumento actual, del que muy pocos
barceloneses conocen la historia. La cuestión, pues, queda en el
aire: ¿que se hará con el monumento de la plaza Joan Carles I?
¿se dejará el pedestal vacío? ¿se sustituirá por otra obra
escultórica?
Como soy de la opinión
que las autoridades deben rendir cuentas a los ciudadanos y no
lo contrario, como a menudo quieren hacernos creer, le dirigí
una carta directamente al alcalde de mi ciudad, Jordi Hereu
Boher, el pasado 9 de enero. «Si queremos que este necesario
ejercicio cívico sea realizado en su plenitud y no sólo
parcialmente», le escribí, «la retirada del monumento debería ir
necesariamente acompañada de la reinstauración del monumento de
Josep Viladomat en honor a la República inaugurado por el
presidente de la Generalitat Lluís Companys el domingo 12 de
abril de 1936 y que la alcaldía franquista retiró el 13 de enero
de 1939, así como del medallón en honor a Francesc Pi i Margall,
presidente de la Primera República española, obra de Joan Pie.
El fotógrafo Josep Maria Pérez Molinos recogió esta
inauguración, cuyas fotografías han estado recientemente
reproducidas en Catalunya en guerra i postguerra
(Barcelona, Viena, 2005), prologado por el actual conseller Joan
Saura. En consonancia, el nombre de la plaza habría de ser,
legítimamente, “Plaça de la República” o “Plaça de Francesc Pi i
Margall”.» Añadí que como «los cambios de nombre de plazas y
calles suponen inevitablemente una molestia rutinaria para los
ciudadanos durante las primeras semanas, este cambio podría
someterse a un referéndum ciudadano.» ¿Por qué no? Al fin y al
cabo esta figura legal está ya contemplada para la próxima
votación sobre el futuro trazado de la Diagonal entre Francesc
Macià y Glòries (8). Por lo demás, con ello seguiríamos el
modelo de una ciudad tan admirada por su modernidad como Berlín,
«cuyos ciudadanos decidieron democráticamente cambiar el año
pasado el nombre de Hochstraße por el de Rudi-Dutschke-Straße en
el barrio de Kreuzberg.» (9) Un ejercicio democrático así «sería
sin duda un reconocimiento a los luchadores contra el fascismo
justamente en el año en que Barcelona conmemora el 70
aniversario de la entrada de las tropas franquistas en la
ciudad.»
La respuesta se hizo
esperar un mes -yo ni siquiera creía que llegaría- pero
finalmente apareció en mi buzón, firmada por el propio alcalde.
Tibia y políticamente correcta, puede ser, pero tampoco hay que
obviar que hablamos de quien ha mantener constantemente el
equilibrio entre diferentes sensibilidades políticas y que hubo
ya de recibir en el pleno las críticas del Partido Popular, que
confundió (¿interesadamente?) una exposición sobre el azaroso
recorrido de la fotografía de Alberto Korda de Ernesto 'Che'
Guevara devenida en icono popular y aun comercial, y que había
pasado antes por el Victoria & Albert de Londres, con una
exposición que ensalzaba a la figura misma del Che (10). La
carta, que reproduzco en su integridad, dice así:
Barcelona, 9 de febrero del 2009
Estimado Sr. Ferrero:
Me pongo en contacto con usted a
raíz de la carta que me dirigió hace unos días sobre el obelisco
de Diagonal con Passeig de Gràcia. Querría señalar que desde el
Ayuntamiento estamos llevando a cabo dos tipos de acciones para
la retirada de los símbolos franquistas de Barcelona.
Por una parte, está en marxa la
campaña para las comunidades de propietarios que voluntariamente
soliciten la retirada gratuita de las placas con el yugo y las
flechas u otras referencias franquistas de la fachada de sus
fincas.
Por la otra, desmontaremos
aquellos monumentos de titularidad pública municipal que
contienen simbología franquista. Para hacerlo, la Comisión de
esculturas y los respectivos Distritos estudiarán caso por caso
y tomarán las decisiones que se deriven. En este contexto, he
hecho llegar una copia de su escrito a los responsables de la
Comisión para que tengan en consideración sus comentarios.
En último lugar, le informo
también de que he trasladado su propuesta de cambio de nombre de
la plaza Joan Carles I a la Ponència de Nomenclàtor, para su
consideración. Este órgano, integrado por los representantes de
diferentes sectores municipales, estudia las propuestas y
tramita la aprobación, llegado el caso, de nombres para las vías
públicas realizadas por cualquier persona, entidad o por el
propio Ayuntamiento.
Le agradezco que me haya hecho
llegar sus aportaciones, y no dude que desde el Ayuntamiento
somos muy conscientes de la importancia para la ciudad y de los
sentimientos que despierta en muchos de nosotros la recuperación
y reparación de la memoria histórica.
Cordialmente, Jordi Hereu Boher
Todo
queda ahora en manos del Ayuntamiento. O de los ciudadanos de
Barcelona. ¿Qué es lo que queremos? ¿La “Plaça de Joan Carles I”
o la “Plaça de la República”? ¿Un nombre que no decidió nadie o
el nombre legítimo que nos fue arrebatado por una sublevación
militar apoyada militar y económicamente por las potencias
nazifascistas? ¿Una memoria histórica a medias o completa? Sólo
hay que proponérselo.
NOTAS:
(1)
Alberto Manguel [2000], Leer imágenes (Madrid, Alianza, 2003),
p. 306
(2)
Susan Buck-Morss [2000], Mundo soñado y catástrofe. La
desaparición de la utopía de masas en el Este y el Oeste
(Madrid, A. Machado, 2004), p. 59
(3)
<http://www.ub.es/geocritc/ciutadella.htm>.
(4)
“Stalin back in favour as new statue goes up in Moscow”, The
Scotsman, 20 de enero del 2005, <http://thescotsman.scotsman.com/world/Stalin-back-in-favour-as.2596566.jp>;
ya en 1998 la Duma aprovó la restauración del monumento al conde
Felix Dzerzhinskii, fundador de la temible policía política,
derribado en 1991.
(5) “Chomsky, la condena (o no) de
los atentados de ETA y la libertad de expresión”, Daniel
Raventós, Sin Permiso, 21 de diciembre de 2008, <http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2245>
(6) “A José Antonio le queda poco
en Barcelona”, Público, 17 de febrero de 2009, <http://www.publico.es/espana/201476/jose/antonio/queda/barcelona?pagCom=2>.
(7) Katya García Anton, En las alas
de la historia. Fernando Sánchez Castillo, introducción a
Fernando Sánchez Castillo, Rich Cat Dies of Heart Attack in
Chicago (Madrid, Turner, 2004), p. 17
(8) “Todos los habitantes de
Barcelona votarán el futuro de la Diagonal”, La Vanguardia, 23
de enero de 2009, <http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/200090123/53625217068/todos-los-habitantes-de-barcelona-votaran-el-futuro-de-la-diagonal-hereu-jordi-portabella-francesc-m.html>
(9) “Kreuzberg Straße darf nach
Dutschke bennant werden”, Süddeutsche Zeitung, 21 de abril de
2008, <http://www.sueddeutsche.de/panorama/225/439967/text/>
(10) “El PP catalán cree que el Che
no merece una exposición porque 'defendía métodos violentos'”,
ADN, 19 de septiembre de 2007, <http://www.adn.es/local/barcelona/20070918/NWS-1101-PP-exposicion-violentos-defendia-catalan.htm>
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