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La Trinitat .-Cortejo de la memoria en la prisión vacía

Mauricio Bernal / J. G. Albalat

El Periódico 27 de Enero de 2009

Tres antiguas presas políticas que acabaron en La Trinitat recorren la cárcel antes del derribo

Una corriente helada se desliza por los pasillos. Hay sacos de hormigón seco apilados en los rincones, muros recién derribados que enseñan sin pudor las tripas, varios montones de almohadas y colchonetas a la espera de un destino mejor. Las celdas, vacías, están abiertas de par en par. "Hace el mismo frío de siempre", comenta Meritxell. El edificio condenado de la cárcel de La Trinitat no es más que un pobre esqueleto de rejas que crujen, muros descascarados y pesadas puertas metálicas con estrechas mirillas por las que ya no se asoma nadie. Y a partir de ahora, ni eso.

Meritxell Josa (de negro), Pilar Rebaque (de verde) y Magda Oranich (de azul) en una celda  en el patio de la cárcel. Foto: RICARD CUGAT

Meritxell Josa (de negro), Pilar Rebaque (de verde) y Magda Oranich (de azul) en una celda en el patio de la cárcel. Foto: RICARD CUGAT

Una corriente helada se desliza por los pasillos. Hay sacos de hormigón seco apilados en los rincones, muros recién derribados que enseñan sin pudor las tripas, varios montones de almohadas y colchonetas a la espera de un destino mejor. Las celdas, vacías, están abiertas de par en par. "Hace el mismo frío de siempre", comenta Meritxell. El edificio condenado de la cárcel de La Trinitat no es más que un pobre esqueleto de rejas que crujen, muros descascarados y pesadas puertas metálicas con estrechas mirillas por las que ya no se asoma nadie. Y a partir de ahora, ni eso.


"El mismo, es verdad --dice Pilar--. A una compañera se le congelaron una vez los dedos de los pies, y solo entonces nos autorizaron a tener estufas. No nos dejaban usar pijama y teníamos que dormir en camisón, supuestamente para no provocar a las monjas".


Las excavadoras están a punto para derribar la vieja prisión, primero de mujeres (de 1963 a 1983) y luego --previa remodelación-- de presos jóvenes. Aparte del ala que seguirá en pie, y que se utilizará como centro de régimen abierto, el barrio de La Trinitat ganará un solar enorme para construir equipamientos, y perderá de vista el inmueble donde hasta mediados de los 70 fueron a parar cientos de presas del franquismo. Como Meritxell Josa. Como Pilar Rebaque. Como Magda Oranich.


"En esa época no había funcionarios. Las responsables de la cárcel eran las monjas de las Cruzadas Evangélicas de Cristo Rey --recuerda Magda--. Que, todo hay que decirlo, no te trataban mal. Al menos a mí. Había una que hasta me dejaba hablar en catalán con las visitas..."

La noche de Carrero Blanco


Magda fue detenida en una reunión de la Assemblea de Catalunya en la parroquia de Maria Mitjancera de totes les Gràcies, en el Eixample, el 28 de octubre de 1973; a Pilar la arrestaron miembros de la policía secreta frente al Sepu de La Rambla, cuando venía de una manifestación contra el proceso de Burgos, en diciembre de 1970, y Meritxell, militante del Front Obrer de Catalunya (FOC), fue arrestada en su casa, en junio del 67, acusada de lanzar piedras a "las fuerzas policiales" en una manifestación en la que había tomado parte unas semanas atrás. Las tres estuvieron en La Trinitat. La Trinitat de Franco. Y las tres volvieron la semana pasada, poco antes de que las máquinas entierren aquello que de historia conservan aún sus paredes. ¿Qué se siente? "Mira, lo de la cárcel lo sabíamos, estábamos preparadas, si no te hacían nada era parte de la lucha", dice una, y las otras asienten. Así que sentir, lo que se dice sentir... Es más bien recordar.


Madga recuerda, por ejemplo, que la metieron en la misma celda con todas las mujeres que cayeron en la redada (17), y que cuando llegaron había otras cuatro --también presas políticas--; dice que "no había literas" y que la celda era enorme, "como un campo de baloncesto", y recuerda que la noche más mala --estuvo dos meses-- fue "cuando mataron a Carrero Blanco". "Fue una noche terrible, no sabíamos lo que iba ocurrir", dice. Y no ocurrió nada.


Los últimos presos de La Trinitat están en el nuevo centro de jóvenes de Quatre Camins desde mediados de diciembre. Y ahora la cárcel está sola. Los obreros que trabajan allí son reos de otras cárceles, o antiguos presos en servicio social, y son en cualquier caso las únicas personas con que se cruzan las tres mujeres mientras avanzan por el lugar. "Todo está muy cambiado... yo, la verdad, no me acuerdo de nada", se queja Meritxell. Cuando descubren las rejas se atreven a decir que son iguales a las de entonces, pero que antes había "una gran puerta de madera en el exterior de cada celda, afuera", y como a pesar de buscar y buscar no encuentran el lugar exacto donde estuvieron encerradas se dedican a buscar lo más parecido, lo que de alguna manera se corresponda con esa imagen que atesoran de 35, o 39, o más de 40 años atrás.

Mensajes en las paredes


"El patio --dice Pilar, mirando con atención--, el patio es lo único que está igual". Se queda pensando, recordando, y agrega: "Hacía mucho frío y un día conseguí que me trajeran un jersey del exterior. El jersey era rojo. Y claro, un buen día tuve que lavarlo, y sin fijarme muy bien lo colgué en la ventana de la celda, que daba al patio. Las monjas vinieron corriendo, de inmediato --¡que qué era eso!--, y me obligaron a retirarlo. Solamente porque era rojo".


"Las cárceles de mujeres de esa época eran las peores --continúa--. Las monjas lo que querían era reeducarte, te machacaban, eran pertinaces... no se podía aguantar". Meritxell recuerda: el día que las soltaban debían recogerlas sus padres, y sus padres eran los únicos con poder para autorizar una visita del novio. "Y no había vis à vis ni nada por el estilo, por supuesto --dice Magda--. Es que ni siquiera nos podíamos tocar". Sí podían tocar a los niños, que tenían permiso para verlas cada mes.


"Las presas políticas estábamos aisladas de las comunes, para no contaminarlas --dice Meritxell--. Y para nosotras no había agua caliente. En la fila de la ducha siempre iban primero las comunes, y el agua caliente solo alcanzaba para las de delante. Pero en ningún caso había presas políticas encabezando esa fila".


El último preso de La Trinitat fue trasladado el 19 de diciembre; es decir, que hasta hace poco más de un mes había personas viviendo allí; pero a juzgar por el estado de las cosas, o bien el espacio se deteriora muy rápido o bien los reos vivían muy mal. "Yo trabajaba antes en Picassent --dice una de las funcionarias que aún custodian la cárcel de día--, y cuando llegué aquí, dije: 'Dios mío, qué es esto'".


Decadencia y deterioro; es normal que la cierren. Entre colillas y colchones de espuma, ocasionales congregaciones de baldes vacíos y bosques de fregonas e inodoros cubiertos de óxido, lo que más vida le da a La Trinitat ahora, antes del derribo, son los mensajes de los presos. Las paredes. Lo peor que hacen los malos es hacernos dudar de los buenos, escribió uno. Señor, no me merezco tanto castigo, líbrame del mal. En una celda, con bolígrafo, hay pintada una bandera del Sáhara Occidental, y en otra quedan las imágenes de mujeres semidesnudas que aliviaron la soledad de alguno.

 

 

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