ESTÁN entre
un rosal y un seto. Llevan allí casi setenta y tres años.
Toda una vida.
La carretera
Nacional VI entre Madrid y La Coruña pasaba por aquella
curva en 1936. El día 17 de septiembre los bajaron a los
tres de un camión cerca de Magaz de Abajo, seguramente fuera
de noche, y les dispararon al borde de la cuneta. Después
los enterraron y quisieron olvidarlos.
Filomena Ferrera y
José Soto estaban casados, pero no tenían hijos que les
recordaran. Francisco Gundín Pérez, sí. Cinco. Y una esposa
que no se resignó a que su marido fuera un desaparecido y
logró que el viejo régimen le extendiera un certificado
oficial de defunción. Su nieto, Bienvenido Gundín, quiere
recuperar ahora sus restos, abrir la fosa donde reposa su
abuelo y el matrimonio que no dejó descendencia,
identificarlos, y darles sepultura en algún lugar más
adecuado. Pero los tres cuerpos están entre un rosal y un
seto, en una finca cerrada, en el jardín de una casa
particular, y a su dueño, que no reside habitualmente en la
vivienda, no parece incomodarle demasiado que sea verdad lo
que dice la Asociación para la Recuperación de la Memoria
Histórica (ARMH) y bajo el césped que más de una vez habrá
pisado, se encuentren restos humanos. Una herida de guerra
sin cicatrizar.
No soy jurista, ni
abogado. Pero tengo claro, porque me lo han explicado, que
la Audiencia Nacional no puede investigar las fosas de la
Guerra Civil ya que el delito de genocidio no estaba
definido cuando en España nos matábamos a tiros, ni puede
encontrarse vivo a ningún responsable de la rebelión militar
para sentarle en un banquillo. Los hijos y los nietos de las
víctimas tampoco están pidiendo ningún proceso ejemplar.
Muchos se conforman con que los juzgados territoriales se
hagan cargo de las exhumaciones e identifiquen oficialmente
los restos. Es lo menos que se le puede pedir a un Estado
democrático.
De momento no lo
están haciendo. La primera fosa abierta en España después de
que la inhibición del juez Garzón trasladara desde la
Audiencia Nacional a los juzgados territoriales cualquier
investigación sobre los desaparecidos ha sido un
enterramiento en Toral de Merayo, y aunque la ARMH ha pedido
a un juez de Ponferrada que se haga cargo de los restos, dos
semanas después todavía desconoce si algún juzgado asumirá
la tarea.
El caso de
Bienvenido Gundín es más apremiante todavía. Los tres
cuerpos que quieren exhumar están en una propiedad privada,
la ARMH dice que su dueño no les da todas las facilidades, y
por eso resulta imprescindible que un juez intervenga desde
el principio.
Al menos
Bienvenido ya ha podido informar en un juzgado sobre lo que
le sucedió a su abuelo y el lugar donde se encuentra
enterrado. Setenta y tres años después, ya no pretende poner
ante la Justicia los hombres que le mataron. «Tenemos
indicios de quien pudo ser el que les disparó. Pero eso ya
no importa», decía el viernes pasado. Lo que busca
Bienvenido es tan sencillo como darle a los restos un
enterramiento que no esté en un jardín particular, entre un
rosal y seto, donde nadie puede entrar sin permiso de su
dueño. Porque ciertas cosas no prescriben nunca.