Un tren
conmemorativo del exilio viaja a la frontera francesa
con 300
personas
La
Generalitat erige un monumento en el Cerro Belitres por el que
huyeron miles de republicanos
Bertrán Cazorla
- Barcelona
El País
25 de Mayo de 2009
Soplaba una
cálida tramontana ayer por la mañana en el cerro de
Belitres, donde ya se huelen los aromas mediterráneos de
los matorrales que florecen. Hace setenta años, en
cambio, en esa misma collada, que tiene unas vistas al
mar espléndidas y separa Francia de España, "hacía un
frío tremendo". Lo recuerda una mujer que entonces era
una niña y subió a pie hasta allí. La guerra había
terminado y ella seguía a sus padres, republicanos,
hacia el exilio.
"La
vivencia del exilio es tan variada como las
personas que lo sufrieron", comentaba en el
convoy una mujer que lo vivió
Este sábado
esta mujer ha subido a ese mismo cerro en autocar desde
la estación de Portbou. Venía de Barcelona, y ha llegado
hasta la última población española antes de llegar a la
frontera en un tren que la Generalitat de Cataluña ha
fletado para recordar el setenta aniversario del exilio
republicano. A las alrededor de dos decenas de testigos
del exilio les han acompañado otros dos centenares de
excursionistas. Y si en 1939 los que ascendían al cerro
formaban una cola de pesarosos derrotados que huían de
las tropas franquistas, ahora volvían al lugar
agasajados por autoridades como Joan Saura, consejero de
Interior, el departamento del que depende el Memorial
Democràtic, o los alcaldes de Portbou y la francesa y
colindante Cerbère, además de diputados catalanes.
La mayoría de
estos testigos eran niños que huían con sus padres
cuando terminó la guerra. Es el caso de Amadeo Gracia,
que cruzó la frontera con cuatro años y sin un pie. Lo
había perdido durante un bombardeo franquista. Alguien
inmortalizó su escapada en una foto que se ha hecho
célebre por retratar las penurias del éxodo. EL PAÍS
rescató su historia hace un lustro, y ahora Amadeo ha
vuelto a la zona.
La mayoría de
los testigos que ayer estaban en Belitres eran niños en
1939, pero también había alguno que escapaba como un
soldado derrotado. Otros viajeros del tren ya nacieron
en Francia. "La vivencia del exilio es tan variada como
las personas que lo sufrieron", comentaban en el convoy
dos mujeres mayores que cruzaron la frontera en 1939.
La Generalitat
calcula que más de medio millón de personas lo hizo. Y
el alcalde de Portbou ha asegurado que por Belitres
pasaron 149.336 mujeres, hombres y niños. Para
conmemorar lo que Saura ha calificado del "peor éxodo
que ha sufrido Cataluña", el Memorial Democrático del
Gobierno catalán ha erigido cuatro monolitos con fotos
de la época, cerca de la carretera.
Acompañaban a
los viejos exiliados miembros de entidades como los
Marxaires de Mataró-Canigó, una asociación excursionista
que ya recuperó la ruta del exilio por los Pirineos
catalanes hace años, la Asociación de Expresos Políticos
o el Amical de Mauthausen, que reúne a españoles que
estuvieron presos en ese campo de concentración nazi.
Personas de
todas la edades, muchas ataviadas con banderas catalanas
y republicanas, han subido hasta ese límite con Francia,
donde la Generalitat ha erigido un monumento que
recuerda los hechos del 1939 con imágenes de la época.
Saura ha subrayado la importancia que tiene recordar ese
éxodo, cuando hay, ha dicho, 13 millones de desplazados
en el globo: "Cuando atacan la democracia y las
libertades en cualquier parte del mundo, nos atacan a
nosotros", ha dicho. David, un chaval de 13 años que ha
ido al lugar con su familia, confirmaba: "Me ilusiona
poder recordar para evitar que cosas así vuelvan a
pasar", decía.
Hijo del exilio
Antoni Pou (Elne, 1943).
Antoni Pou no vivió el
exilio. Nació durante el
destierro de sus padres.
"Fui uno de los últimos
bebés que nacieron en la
maternidad de Elna",
asegura. Esta institución
fue clausurada por la
Gestapo poco después de que
él naciera, en 1943. Fundada
por una suiza que sirvió
como enfermera voluntaria
durante la Guerra Civil, se
calcula en este centro
sanitario del sur de Francia
más de medio millar de
mujeres exiliadas pudieron
parir a sus hijos en unas
condiciones aceptables,
lejos de los campos de
refugiados. "Cuando mis
padres huyeron a Francia ya
tenían un hijo y mi madre
estaba embarazada de seis
meses. Tuvo a mi hermano en
condiciones muy difíciles".
A él ya lo pudo tener en
Elna. Estuvo poco allí,
porque su madre se lo llevó
de vuelta a su pueblo,
Mataró, en 1944.
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Su padre, que
había sido redactor del periódico
catalanista La Publicidad, se negó a
retornar mientras viviese Franco. Tampoco lo
hizo tras la muerte del dictador, y murió en
Francia en 1984.
Audio: "Fui uno de los
últimos bebés que nacieron en la maternidad
de Elna"
Hacia la frontera recordando a sus dos hermanos
muertos
Benita Moreno García
(Madrid, 1925) "Tenía
pena. He ido muchas
veces a Francia, a actos
en memoria del exilio,
pero hace muchas años
que estaba esperando un
acto en España", dice
Benita Moreno, de 84
años de edad. Va en el
tren hacia Portbou, "muy
satisfecha", y lleva en
la memoria a dos
hermanos suyos, muertos
ya. Uno no sobrevivió la
Guerra Civil. El otro
sí, pero sufrió siempre
los dolores que le causó
la metralla que llevaba
en el cuerpo desde la
conflagración. No le
quisieron aliviar las
molestias en el Madrid
de 1940 "por rojo",
cuenta Benita, y tuvo
que ser un cirujano del
Hospital Clínico de
Barcelona el que trató
de curarle. Mientras
todo eso ocurría, Benita
y sus otros ocho
hermanos huían de los
bombardeos fascistas que
padecía Madrid, hacia
Barcelona. "Nos dieron
una casa en Horta
después de refugiarnos
en el Estadio de
Montjuïch", nos trataron
muy bien", agradece.
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Pero también
acabaron llegando a esa ciudad los
bombardeos, y entonces se exiliaron. Vivió
tres años en campos franceses de refugiados.
Hoy, esta mujer que tiene siete nietos y un
biznieto vuelve a residir en Horta.
Audio: "Me quito una
espina muy grande del corazón. Se lo dedico
a mis dos hermanos"
El adolescente que busca su memoria
David Igual (Mataró, 1995).
Descontando algunos niños,
David es de los más jóvenes
entre aquellos que han
subido al cerro de Belitres
para recordar el exilio de
hace 70 años. La última
abuela de este chaval, que
tiene "casi 14 años", murió
con casi 90 años hace poco.
Y David no llegó a conocer a
su abuelo materno. Ni de
ellos ni de los otros dos
sabe demasiadas cosas,
aunque le suena que alguno
"hizo la mili bajo el
franquismo". El novio de su
hermana mayor, sin embargo,
le despierta a David el
interés por el pasado más
reciente. Le acompaña a
museos y exposiciones, le
llevó hace poco de excursión
por los escenarios de la
batalla del Ebro, y se han
acercado con toda la familia
a Portbou, donde piensan
pasar un par de días
visitando los escenarios del
exilio. |
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En la frontera
sopla una cálida tramontana y ya se huelen
los matorrales mediterráneos, y a David le
parecen muy lejanas las fotos del exilio en
el gélido invierno de 1939. "Pero está cerca
al fin y al cabo, sigue pasando en otros
lugares del mundo y forma parte de la
historia de nuestro país", opina. "Por eso
quiero seguir conociéndolo".
Audio: "Es la historia
de nuestro país"
La chiquilla vencida que ganó su última batalla
Josefina Piquet Ibáñez
(Barcelona, 1934. "Iba
hacia la frontera como
una niña vencida y ahora
vuelvo habiendo ganado
la mayor batalla de mi
vida: Romper el
silencio", proclama
Josefina Piquet en el
tren que le lleva a
Portbou. Sigue una ruta
parecida a la que cubrió
cuando tenía cinco años
y marchaba con sus
padres, de la CNT, a
Francia "por culpa de
una guerra que no era la
suya", "sin saber lo que
estaba pasando". Era
ajena a las causas del
conflicto, pero lo vivió
de cerca: Estaba entre
las filas de
republicanos que
marchaban a la frontera
que ametrallaron los
aviones alemanes, oyó el
silencio de esas colas
de exiliados, que ella
sólo rompía cuando
"tenía hambre, angustia
o frío" y sobrevivió al
derrumbe de una casa en
Figueras a causa de un
bombazo. "Los niños no
entienden nada, pero
tienen sentimiento de
culpa", advierte.
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Un
sentimiento que, explica, se le agudizó en
Francia, donde asegura que los republicanos
"levantaban sospechas" incluso después de
colaborar en la resistencia. Volvió a
Barcelona años más tarde. Y sufrió
claustrofobia e insomnio durante mucho
tiempo. Hasta que se enfrentó a sus
"traumas" y decidió contar sus vivencias. Lo
hizo en escuelas e institutos con la
organización Dones del 36 hasta que ésta se
disolvió en 2006. "La de los niños exiliados
es la última generación que puede contar la
guerra y sus consecuencias en primera
persona", constata. Y se muestra tranquila,
porque cree que su testimonio, también tras
su muerte, servirá para cambiar "la historia
manipulada de los vencedores".
El más viejo del lugar acabó saliéndose con la suya
Josep Prats (Barcelona, 1920). A
los 12 años, Josep Prats ya
sabía que quería ser
electricista. A los 18, huía de
su país, hundido, y derrotado
tras luchar con el ejército
republicano. Cerca de cumplir
los 89, es el más viejo en el
acto en recuerdo al exilio del
cerro de Belitres. Seguramente
es también el único que decidió
huir, ya adulto, por iniciativa
propia. En 1939 llevaba un año
en las filas republicanas. Luchó
en Balaguer, y dice que tuvo
suerte de hacerlo allí: "Los que
fueron a la batalla del Ebro no
lo pueden contar", se lamenta.Su
guerra consistió en una retirada
constante hasta los Pirineos. |
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Luego pasó a
Francia, donde recuerda que a los exiliados
les soltaban los perros cuando se acercaban
a algunas casas a pedir sal. Volvió a
Barcelona poco después, cuando creyó que
"los ánimos ya se habían calmado algo" y a
él ya le consideraban "sólo medio rojo".
Entonces no tenía "ni oficio ni beneficio",
recuerda. "Antes de la Guerra nos daban muy
buena formación en la Escuela Industrial,
donde estuve tres años", rememora, pero
añade que a los franquistas "no les
interesaba que estudiásemos". Sin embargo,
se acabó saliendo con la suya: Se ganó la
vida gracias a la empresa de electricistas
que montó. "Y ahora disfruto mientras
pueda", remata.
Audio: "Cuando más
aprendí fue durante la República".
Una niña que Neruda ayudó en la huida
Montserrat Julio Nonell (Barcelona,
1929). "He tenido mucha suerte en la
vida", dice esta vieja actriz que acaba
de cumplir 80 años. Estaba a punto de
cumplir los 10 cuando cruzó la frontera
con sus padres. "Yo no sufría, era una
niña", rememora, pero sus padres
chocaron de lleno con una realidad del
exilio que era más dura de lo que habían
supuesto: Estos militantes del PSUC
marcharon de su pueblo, Mataró, con
varios amigos, un camión, un coche y un
baúl lleno. "Iban muy a lo gauche divine",
opina Montserrat, que añade: "Al final,
las cosas materiales valen muy poco en
la huida". Narra que acabaron tirándolo
todo por un barranco para poder cruzar
la frontera sin problemas. Estallaba la
Guerra Mundial en Europa cuando
Montserrat llegó con su familia, en
septiembre de 1939, a Santiago de Chile
a bordo del Winnipeg, el barco que Pablo
Neruda organizó para socorrer al éxodo
republicano.
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Antes, en
Francia, esta chiquilla había perdido de
vista a su padre durante varios meses, había
vivido "el paisaje de juicio final" de los
campos de refugiados y había acabado alojada
en un castillo "precioso" cerca de Cognac
"con un jardín enorme donde jugar",
rememora. Tras esta infancia, narra que fue
feliz en el Nuevo Mundo, se convirtió en
actriz, y volvió en la década de 1960 a
España. Hoy reside en Madrid.
Audio: "Embarcamos
para Chile en el barco que fletó Pablo
Neruda"
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