Álvarez
Rey nació en la localidad leonesa de San Andrés
de Rabanedo en 1909 y, cuando aún era un niño,
se trasladó con su familia a Turón. Hijo de
minero, apenas levantaba dos palmos cuando
inició su actividad militante ayudando a los
trabajadores que se tenían que esconder por la
represión posterior a la huelga de 1917. «El
Jefe» comenzó a trabajar en la mina a los 15
años y se afilió al Partido Comunista en 1924.
Fue uno de los fundadores del PCE en Asturias.
Desempeñó los cargos de miembro del comité
ejecutivo regional y secretario general del
radio de Turón, y participó en la creación del
Sindicato Único de Mineros (SUM), del que llegó
a ser secretario. El SUM, que tuvo más 6.000
afiliados, nació tras la expulsión de los
comunistas del SOMA y estuvo adscrito a la CNT
hasta 1931. Cuatro años más tarde volvió a
unificarse con UGT. El SUM fue ilegalizado, lo
que no impidió que organizara las principales
movilizaciones mineras de aquellos años.
La convulsa juventud de Álvarez Rey tuvo otro
punto de inflexión en 1934. Durante la
Revolución de octubre tomó parte activa
combatiendo contra los cuarteles de la Guardia
Civil de Turón y más tarde frente al Ejército en
Campomanes. Al ver que había fracasado el
movimiento obrero, emprendió la huida a pie
hacia León con su hermano Virgilio y los
hermanos Herminio y Pin García. Más tarde el
grupo se separó. Luis Miguel Cuervo explica, en
un texto de homenaje a Álvarez Rey, que la idea
con la que funcionaban era que «un hermano de
cada familia fuera por cada lado. Si caen unos,
que no caigan los otros». Cuatro de los hermanos
Álvarez Rey murieron como consecuencia de la
represión: dos están enterrados en la fosa común
de Oviedo, uno en el Pozo Fortuna y otro
falleció en un campo de concentración en
Francia.
Su primer viaje fuera de Asturias fue también el
del primer exilio de Rey. Cuervo asegura que de
León fueron a Madrid y San Sebastián, para
después pasar a Francia. «Tras permanecer unos
meses en París, viajó a Moscú, donde realizó
diferentes cursos hasta regresar a España en
marzo de 1936 acogiéndose a la amnistía
decretada tras la victoria electoral del Frente
Popular», señala.
La Guerra Civil es otra de las claves que
explican la vida de Álvarez Rey, la que lo
encumbró a los altos mandos del Ejército
republicano. Tras el alzamiento militar, el
mierense formó parte del Comité de Guerra de
Turón. En agosto de 1936 se desplazó al frente
occidental de Asturias, donde fue nombrado
delegado político en la Comandancia Militar de
Occidente y participó en la defensa de
Cornellana. Más tarde ocupó el mismo cargo en la
Comandancia de Trubia. Tras la militarización,
llegaría a ser comisario político en la 8.ª
Brigada de Asturias y más tarde en la 5.ª, 1.ª y
60 divisiones, esta última con puesto de mando
en Lugones. Allí, el día 21 de octubre de 1937,
recibió un enlace enviado por el mayor
anarquista Víctor González, que le avisaba de
que se había acordado la evacuación y que todo
el mundo se marchaba esa noche. Le dijo también
que su mujer, su hija y su cuñado ya habían
embarcado en Gijón, y que lo mejor era que
«intentara salir desde Avilés, porque en Gijón
ya no quedaban barcos». González y Álvarez Rey
recorrieron el camino hasta la villa avilesina
apuntándose con una pistola. No se fiaban uno
del otro. Pero la cosa salió bien y pudieron
embarcar con otras 50 personas rumbo a Francia,
desde donde pasaron a Cataluña. No cesó en su
lucha para defender la «República legítima» y
llegó a ocupar el cargo de comisario político de
división en Teruel y en el Ejército del Ebro.
Con la guerra terminada y perdida, y con la
familia en el exilio, el objetivo de Álvarez Rey
fue marchar de España. Consiguió llegar al norte
de África, para pasar después a la URSS. Allí le
sorprendió el inicio de la II Guerra Mundial.
Versado, a su pesar, en las artes de la guerra,
Álvarez Rey tomó parte en la batalla de Moscú,
dentro de la 4.ª compañía especial de la Brigada
Motorizada Independiente de Tiradores de la NKVD,
integrada por 125 republicanos españoles. Él era
el jefe, y su misión -nada más y nada menos-,
defender el Kremlin. Más tarde, combatió en el
Cáucaso.
Cuervo explica: «Entre las distinciones que
tenía destacaban la condecoración de la Estrella
Roja de la URSS, orden de la Victoria en la Gran
Guerra Patria de la URSS, medalla de la Defensa
de Moscú y el Cáucaso, y las conmemorativas de
los 20.º, 30.º y 40.º aniversarios de la
Victoria. También fue distinguido con la medalla
de la Liberación de Yugoslavia».
Acabada la Guerra Mundial, se trasladó a
Francia. Eran los años cuarenta y con ocasión
del intento de invasión por el valle de Arán
estaba previsto que formara parte de la segunda
oleada para acabar con el régimen de Franco.
Así, fijó su residencia en la localidad francesa
de Toulouse. Nunca se olvidó de sus orígenes
comunistas y desarrolló su papel como formador
de cuadros del PCE. También participó en el
congreso de 1959 del PCE en Praga. El resto de
su vida trabajó, hasta su jubilación, como
albañil.
Con la dilatada redacción de la vida de Álvarez
Rey parece que no queda lugar para nada más,
pero sí. Al parecer, y eso ya no aparece en su
historia oficial, llegó a espiar al Ejército
nazi vestido de militar alemán, y aunque él
nunca lo contó «porque era secreto de partido»,
su familia y amigos creen que alguna vez volvió
a España para participar en acciones
clandestinas del PCE. «Desaparecía durante tres
meses y cuando volvía a casa nadie preguntaba
nada, seguían con su vida normal», apunta
Cuervo. Porque Álvarez Rey siempre dijo que
ciertas cosas se irían con él a la tumba y, como
todas las promesas que hizo en vida, cumplió
hasta el final.
Una íntima ceremonia familiar despidió, el
pasado 26 de enero, a Álvarez Rey en Toulouse,
donde reposan sus restos, y adonde tal vez
lleguen las noticias de que su muerte sirvió
para recordar que «El Jefe» pervive en la
memoria de una nación que, ahora con leyes y
homenajes, intenta recuperar los nombres que se
creían olvidados.