Los
andaluces del Holocausto
Laura Blanco
Correo de
Andalucía 28 de Enero de
2009
Dicen
quienes la han vivido que hay que recordar la
historia para que no se repita, pero la
sabiduría popular añade que el hombre es el
único animal que tropieza dos veces en la misma
piedra. Aunque así sea, existe la
responsabilidad de no olvidar a quienes
sufrieron el holocausto –de ellos, 1.500
andaluces– para evitar su muerte definitiva.
Lucharon en el bando republicano en la Guerra
Civil y, tras la derrota, cruzaron los Pirineos
para escapar de la represión franquista. Pero no
encontraron el recibimiento esperado. Una
Francia desbordada los amontonó a su suerte en
campos de refugiados y los usó como mano de obra
en las compañías de trabajadores extranjeros.
Pero estalló la contienda mundial, y con el
estigma de ser rojos a los que Franco ni
siquiera reconocía como españoles –y alistados
muchos en la Resistencia francesa–, unos 1.500
andaluces acabaron en campos de concentración
nazis. Su perfil: jóvenes de origen rural e
ideas antifascistas.
Sólo 500 sobrevivieron, según las
investigaciones de historiadores como Ángel del
Río, actual delegado para Andalucía de la
asociación Amical de Mauthausen. Y de ellos,
otros tantos “fallecieron en los meses
posteriores a la liberación debido a las graves
secuelas físicas”. Por eso, el gaditano Eduardo
Escot (Olvera, 1919) o el cordobés Virgilio Peña
(Espejo, 1914) sienten que son “una excepción” y
que el paso inexorable del tiempo los va dejando
solos. Entre ellos y sus descendientes planea el
miedo a qué pasará cuando ya no quede nadie para
decir “yo estuve allí” y el holocausto sea un
recuerdo nebuloso de cuya veracidad acaso se
pueda llegar a dudar.
Para evitar ese olvido, la ONU instituyó en 2005
el 27 de enero como el Día de la Memoria del
Holocausto y la Prevención de los Crímenes
contra la Humanidad. Ese día de 1945 fue
liberado Auschwitz, aunque Eduardo y Virgilio
viven con especial emoción el 5 de mayo, cuando
Francia –país en el que residen– conmemora la
apertura de Mauthausen. Fue uno de los centros
con más españoles pero Virgilio apunta que “raro
era el campo donde no había ninguno”.
Saben que su testimonio es inestimable. “Esto no
lo podemos contar nada más que nosotros. El
hambre que yo he pasado, los palos que me han
pegado no los pueden decir ni mis hijos, que no
saben ni la cuarta parte porque yo mismo no he
querido hacerles sufrir”, relata Virgilio a sus
95 años.
En marzo de 1943 fue detenido en Burdeos, donde
colaboraba con el PCE y la Resistencia –saboteó
submarinos alemanes en la base de reparaciones
donde trabajaba–. “A los de los campos franceses
y las compañías de trabajo, por los que yo
también pasé, los deportaron en grupo, pero a
los que nos detuvieron individualmente sufrimos
además los interrogatorios”. En su caso, dos
semanas “a base de palos” hasta ingresar en la
cárcel de Concièrge, “que era la estación de
salida a Alemania”. En Buchenwald estuvo desde
enero de 1944 hasta abril de 1945. “Aún hoy a
veces me quedó pensando cómo es posible que
saliera vivo, ni nosotros mismos lo sabemos”. Su
hermano, muerto en Mauthausen, no lo consiguió.
Eduardo comparte la idea de que su supervivencia
fue mera cuestión de azar. “Éramos tres de mi
pueblo y sólo salí yo. Podría haber muerto
igual, soy una excepción”. Con 20 años comenzó
un periplo de cuatro y medio por varios campos
de concentración. Fue detenido en mayo de 1940
en Belfort, que cayó pronto por su cercanía a la
frontera alemana. Eran reclutados por el
Ejército francés para trabajar pero, como
soldados, los nazis les hicieron prisioneros de
guerra, un estatus que cambió pronto. “Se
rumorea que fue Serrano Suñer, el cuñado de
Franco, quien dijo a los alemanes que se
encargaran de nosotros”, cuenta. Y como
rotspanien –rojos españoles a los que su país no
reconocía– fueron deportados en masa a
Mauthausen, con el triángulo azul de apátridas.
Allí estuvo de enero a julio de 1941, condenado
a la cantera, y aún pasó por Bretstein y Steyr,
donde entre piedras y cadenas de montaje de
automóviles participó en la organización
clandestina de los sindicalistas de la CNT.
Cuando Steyr fue liberado en 1945, Eduardo
estaba muy débil y casi desahuciado. En la
España franquista, su hermano –al que aún visita
en Ronda cuando veranea en Torredelmar– se hacía
Guardia Civil. “Él era un niño cuando la
guerra”, justifica.
Virgilio y Eduardo se casaron con francesas y
tienen hijos y nietos franceses, pero vienen con
frecuencia a España, y ya no sólo para ver a su
familia. Tras 30 años “callados” y “olvidados”,
han recibido homenajes, hablado para libros y
documentales y ofrecido conferencias, muchas en
colegios. “De una manera egoísta prefiero
olvidar, pero sé que debe estar en la memoria”,
dice Eduardo. Porque hay que contar la historia
para que no se repita, aunque rememoremos las
alambradas nazis mientras asistimos al horror en
el muro de Gaza, fruto de un intento por
resarcir el pasado. Aunque el hombre sea el
único animal capaz de tropezar dos veces en la
misma piedra.