Afroamericanos estadounidenses en la
Guerra Civil Española.
Los brigadistas ocultos
Mirela Sentís
La Vanguardia
8 de octubre de 2009
Cumplidos ya los setenta
años del fin de la
Guerra Civil, quedan
todavía episodios
oscuros de aquella
contienda que apenas son
conocidos. Entre estos,
la peripecia de los
brigadistas negros que,
procedentes de Estados
Unidos, se enrolaron
para luchar en defensa
de la República
española. La fotógrafa,
ensayista y crítica de
arte Mireia Sentís (de
cuya obra se presenta
una retrospectiva en el
Arts Santa Mònica, hasta
el 10 de enero)
descubrió el rastro de
estos brigadistas en
Nueva York, investigó su
historia y la relata
ahora para 'Cultura|s'
En el año 2002, en un
garaje de bicicletas del
Lower East Side de Nueva
York, encontré un par de
cajas abarrotadas de
libros. Un letrero de
cartón, con letras a
lápiz, rezaba: "50
centavos". Entre ellos,
descubrí Mississippi
to Madrid. Memoirs of a
black american in the
Spanish Civil War.
A lo largo de sus
páginas, James Yates
(1906-1993) relata el
camino que le condujo
desde las tierras
sureñas estadounidenses
hasta la guerra civil
española. Polizón a
bordo de un tren, llegó
a Chicago en plena
adolescencia. El intenso
frío que padeció como
trabajador en las
cámaras frigoríficas de
un matadero le enseñó la
primera lección de
supervivencia. |
El comandante Oliver Law
fue el primer
afroamericano al mando
de un batallón
norteamericano; muchos
de los brigadistas
negros que combatieron
en España procedían del
Partido Comunista
estadounidense
Artículo en El País.
Los galones del capitán
Oliver Law |
Pero el interés de su libro no
radica únicamente en la singular
peripecia de Yates, ni en sus
comentarios acerca de personajes
como Carrillo, Negrín, Companys,
Durruti, la Pasionaria o
Malraux, sino en su propósito de
rastrear la participación de los
afroamericanos alistados en la
brigada Lincoln, primera fuerza
armada estadounidense no
segregada de la historia. Muy al
contrario de lo que ocurría en
la vida diaria de su país, los
brigadistas negros no se
hallaban apartados de la
colectividad.
En busca de documentación, acudí
a la sede de la brigada Lincoln
en Nueva York, un pequeño
despacho decorado con carteles
de la España republicana. Allí
me recibió Mosess Fishman,
secretario de la organización,
uno de los muchos judíos - casi
un tercio de sus integrantes-que
combatieron en la Lincoln.
Mientras seleccionaba libros y
desgranaba recuerdos, sonó el
teléfono. Al cabo de un rato, le
oí transmitir su pésame y unas
palabras de consuelo: "Dedicó
toda su vida a luchar en favor
de causas justas". Tras colgar
el auricular, se levantó de su
silla cojeando -otro recuerdo
español- y se dirigió hacia el
lugar donde colgaba la lista con
los nombres de los veteranos.
Tachó uno de ellos, y suspiró:
"Pronto me tocará a mí". Fishman
murió en el 2007, a los 92 años.
La participación de los negros
estadounidenses en la contienda
española apenas se comenzó a
investigar a mediados de los
años ochenta, coincidiendo con
la publicación de
Mississippi to Madrid.
Hasta entonces, fueron los
brigadistas menos visibles, no
sólo en España, sino en su
propio país. Desde una
perspectiva histórica, las
Brigadas Internacionales
representan la primera
experiencia de una fuerza
voluntaria global movilizada por
un mismo ideario. En total,
cruzaron nuestra frontera unos
38.000 soldados, procedentes de
53 países. Los norteamericanos,
congregados en la brigada
Lincoln, sumaban unos tres mil.
Su media de edad, 27 años, hacía
de ellos los más jóvenes e
inexpertos. Alrededor de un
centenar eran negros, y
aproximadamente la mitad de
estos murieron o desaparecieron
en las batallas del Jarama,
Brunete, Belchite, Teruel y el
Ebro. Unos cuantos reposan para
siempre en tierra española.
Oliver Law fue sin duda el más
destacado brigadista negro.
Había luchado en la Primera
Guerra Mundial y marcó un hito
en la historia de su país
cuando, en el curso de la Guerra
Civil, se convirtió en el primer
afroamericano al mando de un
batallón norteamericano. Durante
su visita a la brigada Lincoln,
un coronel del ejército
estadounidense le miró
extrañado: "Veo que lleva usted
uniforme de comandante". Hasta
1950, en la guerra de Corea,
Estados Unidos no procedió a la
integración de sus tropas. Law
murió en uno de los episodios
más sangrientos de la batalla de
Brunete, cuando al frente de sus
voluntarios intentaba tomar el
cerro del Mosquito, en julio de
1937. Su sucesor, Doug Roach, no
logró sobrevivir a la pulmonía
que contrajo en España.
Cuando Franco encabezó el golpe
de Estado contra la República,
Estados Unidos continuaba sumido
en la Depresión. Por todo el
país proliferaban las hunger
marches, manifestaciones
contra el hambre, en solicitud
de trabajo y ayudas estatales.
En tales circunstancias, el
Partido Comunista crecía con
rapidez. Dentro de él, los
afroestadounidenses constituían
un grupo relativamente pequeño,
pero muy comprometido. La
mayoría de los voluntarios que
combatieron en España procedían
de sus filas. Los comunistas
estaban convencidos de que toda
posición radical contra la
explotación exigía la unidad
internacional.
En 1927, tras la celebración en
Bruselas de una conferencia de
la Liga contra la Opresión
Colonial, en la que intervino
una delegación afroamericana, no
fueron pocos los que se pasaron
a las filas comunistas. Además,
el partido prestaba apoyo
jurídico a la comunidad negra
-como en el famoso caso de
Scottboro Nine, en el que nueve
jóvenes negros fueron acusados
de violar en 1931 a dos mujeres
blancas en Scottboro (Alabama)-,
y auxiliaba a los desahuciados
que de la noche a la mañana
perdían su hogar y pasaban a
poblar las aceras de las
ciudades industriales. Por
último, el partido patrocinaba
la publicación de The
Liberator, portavoz de los
internacionalistas
afroamericanos, cuyas páginas
ponían de manifiesto las raíces
comunes de la pobreza y el
racismo.
El bombardeo de Etiopía durante
la invasión de Mussolini en 1935
-poco antes de que Hitler
rehusara entregar la medalla de
oro al atleta negro Jesse Owens
durante los Juegos Olímpicos de
Berlín de 1936- supuso la
plataforma de unión definitiva
para la gente negra. El avance
del fascismo en la antigua
Abisinia afectaba directamente
al conjunto de la comunidad
afroamericana. La Iglesia
Baptista Abisinia de Harlem,
fundada en 1809, era una de las
más importantes, y la invocación
al país africano figuraba
también en el himno de la
Universal Negro Improvement
Association, instituida en 1917
por Marcus Garvey bajo el lema
"Regreso a África".La decisión
de no intervención adoptada por
la Sociedad de Naciones impulsó
a muchos afroamericanos, ya
fuesen nacionalistas,
panafricanistas,
internacionalistas, socialistas
o comunistas, a alistarse como
voluntarios. Sin embargo,
Selassie, emperador de Etiopía,
desistió de la idea de aceptar
tropas extranjeras, al mismo
tiempo que Estados Unidos
declaraba ilegal, bajo pérdida
de la ciudadanía norteamericana,
el alistamiento en ejércitos de
otros países. Los voluntarios
decidieron entonces recaudar
medicinas y alimentos, pero
pronto comprobaron que tampoco
la ayuda llegaba a su destino.
Aunque algunos líderes
rechazaban la idea de que España
y Etiopía formasen parte de la
misma lucha, muchos
intelectuales y artistas
afroamericanos acogieron la
causa republicana como propia.
Veían a nuestro país como una
extensión del problema etíope:
el avance del fascismo.
Periódicos negros -The
Courrier, de Pittsburgh;
The Afro-American, de
Baltimore; The Daily World,
de Atlanta; The Defender,
de Chicago, The Amsterdam
News, de Nueva York…- se
declararon partidarios de la
República española. Las colectas
y campañas de apoyo a Etiopía
fueron desviadas hacia nuestro
país, y famosos músicos -Cab
Calloway, Fats Waller, Count
Basie, W. C. Handy, Eubie
Blake…- celebraron conciertos
benéficos. Incluso Paul Robeson
se trasladó a España en 1938,
para dar ánimos a unas tropas ya
por entonces bastante agotadas.
Acerca de la revolución
española, fue el título del
primer escrito de James Baldwin,
con sólo 12 años; al igual que
Noam Chomsky, con apenas 10,
oficiaría su bautismo literario
con un artículo dedicado a la
caída de Barcelona.
El corresponsal más seguido por
los afroamericanos fue Langston
Hughes, quien publicaba en
The Afro-American, pero
colaboraba también en el boletín
de las Brigadas Internacionales,
Volunteer for Liberty.
Hughes se interesó especialmente
por los marroquíes que peleaban
al lado de Franco. Su poema
Carta desde España muestra
la perplejidad que le causaba el
hecho de que un pueblo
colonizado luchara junto a los
insurgentes: "Hoy capturamos a
un moro herido / Era tan oscuro
como yo / Le dije, chico qué
haces aquí / peleando contra
gente libre?". Conoció a Lorca,
a quien tradujo, y a Nicolás
Guillén, junto al que viajó por
primera vez a España; hablaba
castellano, pues vivió parte de
su adolescencia en México, país
en el que residía su padre. Tras
visitar Barcelona, Valencia y
algunos frentes, se instaló
durante seis meses en Madrid,
donde coincidió, bajo las
bombas, con Hemingway, Lillian
Hellman, W. H. Auden, Stephen
Spender...
Aparte de Yates, otro brigadista
afroamericano publicaría una
autobiografía centrada en su
experiencia española: Harry
Haywood, autor de Black
bolshevik. Se conserva,
además, una importante colección
epistolar de Kanute Frankson,
nativo de Jamaica, así como un
libro de poemas póstumo:
Take no prisoners, de Ray
Durem, a quien Hughes incluyó en
la antología New negro poets.
Durem se enamoró de una
enfermera norteamericana en el
hospital que la brigada instaló
en Villa Paz, la antigua
residencia de verano de Alfonso
XIII en Saelices (Cuenca).
Tuvieron una hija nacida en
España, a la que llamaron
Dolores, en honor de Dolores
Ibárruri, la Pasionaria.
Alonzo Watson, el primer
brigadista afroamericano caído
en combate, fue rebautizado por
sus compañeros como Crispus
Attucks, nombre del primer negro
caído en la guerra de la
Independencia norteamericana de
1776. Algunos soldados procedían
de familias mixtas de
afroamericanos y
nativoamericanos, como Oscar
Hunter o Frank Alexander,
siouxhablante. Salaria Kee, la
única mujer negra presente en
España, era una enfermera a
quien la Cruz Roja había
rechazado por prejuicios
raciales. Hubo dos pilotos
afroamericanos: el universitario
Jim Peck y el diseñador
aeronáutico Paul Williams.
George Waters, el más joven,
tenía 18 años y conducía
ambulancias. Luchell McDaniels
se ganó el sobrenombre de el
Fantástico, porque lanzaba
granadas como si se tratara de
pelotas de béisbol. Burt
Jackson, topógrafo y dibujante,
colaboró a su regreso en las
mejores publicaciones
afronorteamericanas. Admiral
Kilpatrick, que había estudiado
durante cuatro años en la
escuela Lenin de Moscú, perdió
la pierna izquierda. A Tom Brown
le salvó la vida el ser
confundido con un soldado
marroquí cuando por error se
introdujo en las líneas
enemigas.
Además del contingente
afronorteamericano, unos dos mil
afrocaribeños se integraron en
diferentes batallones de las
Brigadas Internacionales,
incluida la Lincoln, caso de
Pierre Duval -considerado
cubano, a pesar de nacer en el
sur de Francia, de padre
africano y madre vasca,
emigrantes primero a Cuba y
luego a EE. UU.- o el
puertorriqueño Carmelo Delgado,
capturado y ejecutado por los
sublevados. Arnold Donowa,
odontólogo oriundo de Trinidad,
fue el único médico negro de la
brigada, y cuando regresó a
Norteamérica continuó arreglando
gratis los dientes a los
veteranos. No quiero dejar de
mencionar al californiano-nipón
Jack Shirai, un cocinero
sumamente apreciado, capaz de
preparar los invariables
garbanzos de tan diversas
maneras que parecían cada vez un
plato diferente. "Cuando
volvamos a casa, montaré un
restaurante en el que ninguno de
vosotros tendrá que pagar",
decía. Pese a las protestas de
sus camaradas de la Lincoln,
Shirai quiso probarse en la
línea de fuego, encontrando la
muerte en su primera contienda.
Acerca del trato que recibieron
en España, los brigadistas
negros coinciden: aunque por
todas partes despertaban la
curiosidad de la población
nativa, nunca fueron tratados de
modo diferente a sus
compatriotas de piel blanca.
Vaughn Love, oriundo de
Chatanooga (Tennessee), relata
que en cierta ocasión un
campesino le ofreció un pañuelo
para que se limpiara la cara.
Cuando le explicó que era negro,
el campesino le abrazó con estas
palabras: "¡Ah, sí, los esclavos
negros! Nosotros sólo estamos a
un paso de serlo".
La perspectiva que aguardaba a
los supervivientes -regresar a
un país segregado, con un
historial izquierdista y casi
siempre sin pasaporte- no era
precisamente halagüeña. Sin
embargo, los ex combatientes de
la brigada Lincoln formaron un
grupo cohesionado, que ayudó a
resistir el intenso acoso
sufrido por sus miembros durante
la era McCarthy. Los valb
(Veterans of the Abraham Lincoln
Brigade) mantuvieron una línea
política clara y constante:
permanecieron en contacto con
los prisioneros políticos
republicanos, se implicaron en
la lucha contra el ejército
nazi, combatieron por los
derechos civiles, se opusieron a
la guerra de Vietnam, a las
intervenciones militares en
Latinoamérica, al apartheid de
Sudáfrica…
Al enrolarse, Yates lo hizo como
los demás, es decir, de forma
ilegal, e incluso con mayor
dificultad que otros: "En
Mississippi, a los negros no nos
daban pasaporte". Ante la
imposibilidad de obtener el
visado norteamericano para
España, la mayoría de los
voluntarios pasaban por el
despacho de las Brigadas
Internacionales en París,
dirigido por Josip Broz, el
futuro presidente Tito de
Yugoslavia. Luego, cruzaban
clandestinamente los Pirineos al
amparo de la noche. Aparte de
conducir ambulancias y camiones
de víveres, Yates fue chófer de
Hughes y de Hemingway.
Repatriado junto a otros
heridos, tenía previsto alojarse
con sus compañeros en unas
habitaciones reservadas por la
brigada Lincoln en Manhattan.
Al ser rechazado por el color
de su piel, el resto del grupo,
en solidaridad, se negó a
alojarse en el hotel. La dura
realidad del retorno, confiesa,
le golpeó más fuerte que una
bala española. Yates llegaría a
dirigir la sede neoyorquina del
Greenwich Village de la
Asociación Nacional para el
Progreso de la Gente de Color (NAACP),
en la que Obama pronunció en
julio del 2009 un importante
discurso con motivo del
centenario de su fundación. El
autor de Mississippi to
Madrid aún regresó en 1986
a España, donde pudo besar a una
Pasionaria de 91 años y decirle:
"¡Aquí estamos!". Era su
respuesta a las palabras que la
dirigente comunista pronunció en
otoño de 1938 como despedida a
las tropas internacionales:
"Volved a nuestro lado. Aquí
encontraréis patria los que no
tenéis patria".
|
|