El sueño de
la razón produce monstruos. Francisco de Goya grabó
esta advertencia bajo uno de sus Caprichos el
mismo año en que Carlos IV le nombró pintor de cámara.
También fue en 1799 cuando el rey empezó a resentirse de
las contradicciones a las que le abocaba la alianza con
Francia, que desde 1795 le obligaba no sólo a apoyar a
una potencia empeñada en difundir las ideas que más
aborrecía, sino a enfrentarse con otras monarquías
absolutas, que enarbolaban su propio credo
contrarrevolucionario para combatir a Napoleón.
Representando una cosa y haciendo la contraria, España
se exhibía en Europa como un país anormal, un fenómeno
de feria.
Yo no sé si
los magistrados del Supremo que han actuado contra
Garzón conocerán esta historia. Supongo que no, y que
además les trae sin cuidado, pero su decisión nos ha
devuelto al desconsuelo de Goya. En España, la razón
sigue sembrando el pánico, pero los monstruos se toleran
mucho mejor, no hay más que verlo. Este país, gobernado
una vez por el más cretino de los reyes absolutistas, es
hoy una democracia que desprecia su tradición
democrática, que ampara al asesino que la masacró y, de
propina, persigue a sus víctimas. ¿Tecnicismos? No,
gracias. Prefiero razonar despierta, mientras el PP, tan
contradictorio en sí mismo como el sistema que consiente
que un partido presuntamente democrático no condene el
golpe de Estado de 1936, aplaude regocijado. Está claro
que Manos Limpias, el sindicato ultraderechista
vinculado, al parecer, a algunos de sus miembros, no le
ofende.
Vivimos en un
país anormal, que reniega de su pasado en nombre de su
futuro sin comprender que así nos alejamos de él hasta
acercarnos, por ejemplo, a 1799, cuando un ilustrado
español advertía ya que el sueño de la razón produce
monstruos, sabiendo seguramente que, aquí, eso es lo
mismo que predicar en el desierto.